domingo

ESTUDIANTINA (4) - RICARDO AROCENA


Los organismos internacionales, el conflicto educativo, el Presupuesto Nacional, los estudiantes, los trabajadores y algunos hitos en la historia de la Universidad de la República, en su relación con la sociedad uruguaya.

EL PENSAMIENTO VAZFERREIRIANO

Porque condujo a la Universidad durante casi una década y por la incidencia de su pensamiento en el seno de la sociedad, importa hacer un breve paréntesis y referirnos a la obra de Carlos Vaz Ferreira, pero no sin antes subrayar que en el primer tercio del siglo XX, la Casa Mayor de Estudios se erigió como el principal centro de elaboración y también de transmisión en materia cultural y en lo referente al conocimiento técnico y científico.

Sobre el papel de la Institución comentaba el célebre “Maestro de Conferencias”: “Cuánto tiempo hace que yo explicaba ese papel múltiple de las Universidades de los países incipientes? Como en los organismos que falta respiración cutánea, los órganos respiratorios especializados tienen que hacerlo todo, era mi comparación, son también órganos de cultura general que en este país no es ambiente. Y también además de esta misión de cultura tienen nuestras universidades una función tradicional moral, social y política. Una función social p. ej. y para citar un solo caso su papel en la ósmosis de clases, en la verdadera democratización. Y su tradición política: las Universidades en estos países, muchas veces fueron guías y en su caso reducto de democracia y libertad”.

Tal era la concepción del autor de “Lógica Viva”, quien impulsó hacia la interna de la Institución una educación humanista, dirigida a formar no simples especialistas, sino fundamentalmente ciudadanos. Al respecto dirá: “Cuan común es oír decir y sostener, que al fin y al cabo, el abogado no necesita sino muy poca química y que el médico no necesita ninguna literatura. Aun desde el punto de vista profesional, esta creencia es absolutamente falsa. Efectivamente, los estudios de cultura general, preparando y desarrollando las facultades intelectuales, hacen al sujeto pedagógico infinitamente más capaz de asimilarse los propios conocimientos especiales, que una educación puramente especialista; pero, aun cuando esto no fuera verdad, debemos tener en cuenta que, entre nosotros, el abogado y el médico son fatalmente mucho más que abogados y médicos, y que si algo hay que echar de menos aquí, es, justamente, que la generalización de la cultura no haya ido bastante lejos”. 

Y agrega: “Un médico uruguayo, por ejemplo, será diputado, será ministro; entretanto, tal como está organizada hoy nuestra enseñanza secundaria, un médico uruguayo es un hombre que puede no conocer la Constitución de la República”. ¡Cuán vigente es este planteo hoy en día, cuando desde poderosos centros internacionales se pretende borrar cualquier contenido humanista, civilista, a la enseñanza superior.

Vaz Ferreira no era un revolucionario, creía en reformas y su marco ideológico coincidía con el del Uruguay reformista en el que le había tocado vivir y del cual era una de sus más fieles expresiones. Su prédica no solo caló hondo en la interna universitaria, sino en el conjunto de la población, que como decía Michelena veía en él la encarnación de muchos de los más sagrados paradigmas de la época. Por eso a nadie extrañó, que en momentos de crisis, cuando los principios republicanos y democráticos eran aplastados por el Golpe de Estado de marzo de 1933, a él se recurriera para que representara a una Universidad de cuyas filas saldrían muchos de los más valientes combatientes contra aquella tiranía.

No pretendemos en estos apuntes ahondar en el papel de la Universidad durante aquella dictadura, sólo cabe decir que entre los que la combatieron con las armas en la mano en Paso del Morlán, estaban numerosos universitarios. Entre ellos alguien que se transformaría con el tiempo en expresión suprema en la lucha contra cualquier despotismo, que arriesgó su vida en aquel entonces y que exactamente treinta años después, congregará en otras horas difíciles desde su lecho de muerte a quienes deberían enfrentar la nueva dictadura que nacía. Nos referimos a Francisco “Paco” Espínola.


LA LEY ORGÁNICA

En 1959 el gobierno del momento aprueba la reforma cambiaria y monetaria y firma la primera Carta de Intención con el FMI, decreta el cambio único y la abolición del contralor del comercio exterior. Es el corolario de un proceso que inicia a comienzos de la década y que le planteará a la clase trabajadora y al bloque popular, según el Profesor Germán D´Elía, la necesidad de superar divisiones “como única forma de poder enfrentar las derivaciones de la crisis”.

En aquel entorno tormentoso para los sectores populares, plagado de conflictos obreros, emerge a nivel universitario la figura de Mario Cassinoni, quien renuncia a su banca como legislador para asumir como Rector. Desde esa alta responsabilidad impulsa una política de renovación universitaria, que tiende a proyectar a la Institución en el plano social. Cassinoni promueve un programa de acción que adopta medidas de bienestar estudiantil, impulsa la investigación científica, y que en 1958 finalmente encabeza la conquista de una nueva Ley Orgánica universitaria.

Sobre Cassinoni dijo ese otro gran universitario que fue Juan José Crottogini: “Fue el gran rector de la Universidad moderna; rector de la Ley Orgánica, le llamaron admirativamente los estudiantes; rector de la Universidad popular, lo llamaron las fuerzas progresistas; la Universidad de Cassinoni, dijeron despectivamente sus detractores. Pero todos coincidieron en unir el nombre de Cassinoni al de la Universidad, al de la Universidad renovada, nueva, pujante, vital y fuerte”.

La campaña en pro de la Nueva Carta Orgánica concitó una impresionante adhesión sindical y popular. Nace en las calles, expresión acabada de la relación entre la Universidad y el pueblo, la consigna “obreros y estudiantes, unidos y adelante”. Finalmente la autonomía y el cogobierno son conquistados. El artículo 2º de la nueva ley fundamental mandata a la Casa de Estudios a contribuir al análisis de los problemas de interés general y a “defender los valores de justicia, libertad, bienestar social, los derechos de la persona humana y la forma republicano-democrática de gobierno”.

La jerarquía de la ley consolida los perfiles por los que habían luchado en forma mancomunada estudiantes, autoridades y trabajadores y que fueron resumidos por Cassinoni en uno de sus discursos. “No comparto el criterio de quienes creen que los universitarios deben ser neutrales o indiferentes a los problemas sociales y políticos (…) los que así opinan son muchas veces hombres que sitúan a la Universidad y su condición de universitarios en un aristocratismo que yo no comparto y combato (…) desean ver resbalar los problemas angustiantes y urgentes de la hora sin que se tome decisión y sin opinar sobre los mismos con el propósito que no interfieran con su situación personal o contra sus propios intereses (…) yo no opino como ellos; si los universitarios no pueden ser indiferentes a los problemas políticos y sociales, menos lo pueden ser los que dirigen la Universidad”.

Armados con este espíritu, la Casa de Estudios y los órdenes que la integran, establecen un diálogo fecundo con el conjunto de la sociedad, en particular con los que viven de su trabajo, lo que marcará toda una etapa en la vida del país. La Institución vive, al decir de Mario Otero, una voluntad de transformación de sí misma y de transformación de la sociedad, que le otorga a ésta conciencia e instrumentos. En definitiva: “una voluntad que se concretó en acción cuando la lucha entre ella y la reacción provocada lo permitió”. Es así que reclama, de cara al país, transformaciones sociales imprescindibles, como políticas sociales, de salud y de vivienda, por ejemplo.

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