domingo

CONDE DE LAUTRÉAMONT (ISIDORE DUCASSE) 124 - LOS CANTOS DE MALDOROR


CANTO QUINTO

4 (1)

-¿Pero quién es… quién es el que aquí se atreve, como un conspirador, a arrastrar los anillos de su cuerpo hacia mi negro pecho? Quienquiera que seas, excéntrico pitón, ¿con qué pretextos justificas tu ridícula presencia? ¿Es acaso un gigantesco remordimiento que te atormenta? Porque, mira, boa: tu majestad salvaje no tendrá, supongo, la exorbitante pretensión de sustraerse al paralelo que hago entre ella y los rasgos de un criminal. Esa baba espumosa y blancuzca es, para mí, signo de la rabia. Escucha: ¿acaso sabes que tu ojo está muy distante de absorber un rayo celeste? No olvides que si tu presuntuoso cerebro me ha creído capaz de ofrecerte algunas palabras de consuelo, es quizás solo a causa de una ignorancia totalmente desprovista de conocimiento fisiognímico. Durante un tiempo, entendámonos, suficiente, dirige el fulgor de tu mirada hacia lo que yo tengo tanto derecho como otro cualquiera a llamar mi rostro. ¿No ves cómo llora? Te engañaste, basilisco. Tendrás que buscar en otra parte la triste ración de alivio que mi impotencia radical te niega, pese a las numerosas protestas de mi buena voluntad. ¡Oh!, ¿qué fuerza expresable en frases, te arrastra fatalmente hacia tu perdición? Me es casi imposible habituarme a este razonamiento que tú no comprendes: aplastando de un taconazo las curvas fugitivas de tu cabeza triangular sobre el césped enrojecido, podría amasar una innominable masilla con la hierba de la pradera y la carne del aplastado.

-¡Aléjate inmediatamente de mí, culpable de rostro pálido! El espejismo falaz del terror te ha mostrado tu propio espectro. Disipa tus injuriosas sospechas si no quieres que a mi vez te acuse y presente contra ti una recriminación que sería sin duda aprobada por el juicio del serpentario reptilívoro. ¡Qué monstruoso extravío de la imaginación te impide reconocerme! ¿Ya no recuerdas, pues, los servicios importantes que te he prestado, al gratificarte con una existencia que hice emerger del caos, y, por tu parte, el inolvidable voto de no desertar jamás de mi bandera, con el fin de serme fiel hasta la muerte? Cuando niño (tu inteligencia estaba entonces en su mejor momento) eras el primero en trepar a la colina, con la velocidad del gamo, para saludar, con un ademán de tu manecita, los rayos multicolores de la aurora naciente. Las notas de tu voz brotaban de tu laringe sonora igual que perlas diamantinas, y resolvían sus personalidades colectivas en la suma vibrante de un largo himno de adoración. Ahora arrojas a tus pies, como un harapo sucio de barro, la clemencia de que di pruebas por mucho tiempo. La gratitud ha visto secarse sus raíces como el fondo de un pantano; pero en su lugar creció la ambición en una magnitud tal que me sería penoso calificar. ¿Quién es el que me escucha, que tanta confianza tiene en el abuso de su propia debilidad?

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+