domingo

CONDE DE LAUTRÉAMONT (ISIDORE DUCASSE) 119 - LOS CANTOS DE MALDOROR


CANTO QUINTO

2 (2)

Continuaré, empero, mi narración con melancólico apresuramiento; pues si por vuestra parte estáis deseando saber adónde quiere ir mi imaginación (quiera el cielo que efectivamente todo no sea más que imaginación), por la mía he tomado la decisión de terminar de una vez (y no de dos) lo que tenía que deciros, si bien no hay nadie que tenga derecho a acusarme de falta de valor. Aunque al enfrentarse con semejantes circunstancias, más de uno siente en la palma de la mano el golpeteo de los latidos del propio corazón. Acaba de morir, casi desconocido, en un pequeño puerto de Bretaña, un patrón de barco costero, viejo marino que fue héroe de una historia terrible. Por entonces era capitán de un buque de ultramar que viajaba por cuenta de un armador de Saint-Malo. Ahora bien, después de una ausencia de tres meses, regresó al hogar conyugal en circunstancias en que su mujer, todavía en cama, acababa de darle un heredero, de cuya paternidad él no se reconocía responsable. El capitán no dejó traslucirse en lo más mínimo su sorpresa y su cólera; le pidió fríamente a su mujer que se vistiera para acompañarle a dar un paseo por sobre los murallones de la ciudad. Estaban en el mes de enero. Los murallones de Saint-Malo son elevados y, cuando sopla el viento del norte, los más intrépidos regresan. La infeliz obedeció, serena y resignada; al volver deliraba. Expiró esa misma noche. Pero no era más que una mujer. Mientras yo que soy hombre, en presencia de un drama de no inferior magnitud, no sé si conservaré suficiente dominio sobre mí mismo como para que los músculos de mi rostro permanezcan inmóviles. No bien el escarabajo hubo llegado al pie del cerro, el hombre levantó sus brazos hacia el oeste (precisamente en dicha dirección, un buitre de los corderos y un gran duque de Virginia (2) sostenían un combate en los aires), enjugó en su pico una larga lágrima que ostentaba un sistema de coloración diamantina, y dijo al escarabajo: “¡Desventurada bola! ¿No te parece que la has hecho rodar bastante? Todavía no te saciaste de venganza y ya esa mujer, a quien habías ligado con collares de perlas las piernas y los brazos de modo que formaran un poliedro amorfo a fin de arrastrarla con tus patas por los valles y caminos, sobre las zarzas y las piedras (deja que me acerque para ver si todavía es ella), ha visto plagarse sus huesos de heridas, pulirse sus miembros según la ley mecánica del frotamiento rotatorio, fundirse en la unidad de la coagulación, y presentar su cuerpo, en lugar de los  lineamientos fundamentales y las curvas naturales, la aparición monótona de un todo único y homogéneo, que se parece demasiado, por la confusión de sus distintos elementos triturados, a la masa de una esfera. Hace mucho tiempo que está muerta: entrega sus despojos a la tierra y cuida de no aumentar en proporciones irreparables la furia que te consume: ya no es justicia, pues el egoísmo oculto tras los tegumentos de tu frente, descorre lentamente como un fantasma las colgaduras que lo cubren. El buitre de los corderos y el búho de Virginia, insensiblemente llevados por las peripecias de la lucha, se fueron acercando a nosotros.” El escarabajo se estremeció ante esas inesperadas palabras, y lo que en otra ocasión hubiese sido un movimiento insignificante, se convirtió esta vez en señal de un furor que no conocía límites, pues frotó terriblemente sus patas traseras con el borde los élitros, produciendo un agudo chirrido: “¿Quién eres tú, ser pusilánime? Parecería que has olvidado ciertos elementos extraños de los tiempos pasados; no los conservas en tu memoria, hermano mío. Esa mujer nos ha traicionado a uno después de otro. Primero a ti, luego a mí. Considero que tal injuria no debe (¡no debe!) desaparecer tan fácilmente del recuerdo. ¡Tan fácilmente! A ti, tu naturaleza magnánima te permite perdonar. Pero ¿sabes si, pese a la situación anormal de los átomos de esa mujer reducida a pasta de amasar (no es cuestión ahora de saber si no se creería en un primer examen que se cuerpo haya aumentado su densidad en una proporción notable más bien por el engranaje de dos fuertes ruedas que por efecto de mi fogosa pasión), vive todavía? Cállate y no te opongas a mi venganza.”


Notas

(2) Búho de Virginia. (N. del T.)

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