Hugo Giovanetti Viola
Primera edición: Caracol al Galope, 1999.
Primera edición WEB: elMontevideano Laboratorio de Artes, 2016.
DUODÉCIMA PUERTA: ENTRAÑA Y LÍMITE (1)
Los eructos de los cuervos llenaban la noche blanca mientras el tránsito de la avenida Kutuzov crecía haciendo crujir el piso 15 del hotel Ukraina donde yo no podía dormir hasta que los 30 grados diurnos trasmutaban mi sudoración depresiva en un ensopamiento sin mundo. Y antes de fumar el último cigarrillo soviético cantaba puntualmente:
-En mi noche larga prenden sus fuegos / los tucu-tucus del desengaño.
-El mal pago -graznó alguien a través de un postigo entreabierto. -Bienvenido a los bas-Urales de la ingratitud. ¿Puedo pasar?
Ni siquiera contesto, y un cuervo de ojos azules (y humeantemente humanos) se desplaza entre la plata del cuarto hasta posarse sobre el mantel chorreado.
-Me presento en plural -hace zigzaguear el pico sin prestarle atención a los restos de comida. -Somos los malos bichos que no queremos que se nos pudra el alma y tratamos de ir de vuelo. La peor de nuestras tristezas no son los 20 millones de rusos que murieron peleando contra Hitler ni los 40 millones que arrasó el padre Stalin: la peor son los que quedamos sin que nos enseñara a ir de vuelo. “Oh dulcísimo amor de Dios, mal conocido! El que halló sus venas descansó”.
Eso me obliga a sonreír.
-¿Y usted qué hace en este infierno? -bizqueó desopilantemente el pajarraco.
-Me reciben por convenio gremial.
-¿Es comunista?
-Cristiano-comunista.
-Ah, sí. Y nosotros somos gallos que no saben cantarle al amanecer.
La carcajada-pedorrera hizo que me retorciera de felicidad por primera vez en tres días.
Mire -agrega, con la negrura erecta. -Si acá volara toda la basura sacralizada por el Partido no veríamos el sol.
-Ya me estoy dando cuenta. ¿No desayunaría un pan con ricota?
Pero él me clava los bochones lleno de una humareda de terciopelo y antes de escaparse reza:
-“¿Pues qué pides y buscas, alma mía? Tuyo es todo esto, y todo es para ti. No te pongas en menos ni repares en migajas que se caen de la mesa de tu Padre. Sal fuera y glóriate en tu gloria. Escóndete en ella y goza, y alcanzarás las peticiones de tu corazón”.
A las diez de la noche -después de haber tomado algunas vodkas y una botella de vino con la cena- ya estaba sentado en la plaza que quedaba entre el Ukraina y el río, sudorosamente sobrio: había una fila de camiones llegados desde los Urales estacionados en la rambla fluvial, y se podía ver con nitidez a las putas que salían del hotel y se ocupaban cinco o diez minutos en las cabinas de los semi-remolques.
-Tiens -le dice la Mermelada a Isabelino Pena, y mi sobresalto hace carcajear con fruición al detective.
-Tiens -escruto la policromía incolora de Moby Dick que refulge en la capelina y el vestido Pompadour de la vieja. -Se vinieron en yunta.
-Banqué yo, por supuesto -aclara ella, emboquillando un porro. -¿Y usted? ¿Dónde consiguió los rubr(l)os?
-Vine a Lathi invitado por los finlandeses y me tomé un tren hasta aquí: tenemos un convenio de mutua asistencia entre las asociaciones de escritores. Lástima que los tavarich se olvidaron de ir a buscarme a la estación y me las tuve que arreglar solo el sábado a mediodía, con 35 grados. Al final logré que entre un taxista y una traductora al inglés me ubicaran aquí. Recién hoy tomé contacto con los colegas: ligué un guía macanudo, aunque implacablemente perestróikico. A los cinco minutos de salir a dar vueltas me agarra un hombro lo más pancho y me dice: Estoy a las órdenes, camarada. ¿Le escondo o le muestro?
El viejito usa un traje de dril y un panamá que parecen condensar todo el sosiego del atardecer.
-Qué lástima -comenta. -A vos te tocó la URSS del 89. Manolo se reenganchó en el 57, cuando vino invitado al Festival Internacional de la Juventud. Hoy lo vimos. Anda lagrimeando de felicidad: dice que las estaciones aldeanas enteras salían a recibir con flores a las delegaciones y bailaban abajo de la lluvia y aquello era un aquelarre social de una blandura inédita.
-Todos los pueblos son maravillosos. Pero yo me gané una visita guiada por las cloacas del Kremlin, compañero.
-Bueno, ahora lo que importa es tratar de encontrar al dichoso Tomatito -me ofreció un Peter Stuyvesant el detective. -O mejor dicho: lo que hay que encontrar es el retrato de la guazú-virá chumbeada que grafitó Manolo en la puerta 7 de su libro. Ese retrato fue robado por el pelirrojo después que el Papalote hizo aparecer a la Yemanjá lubola en el aljibe y Manolo pidió para poner a prueba al estoico General. ¿Por qué me mira así?
-Porque no entiendo bien adónde nos lleva eso.
-Nos lleva a entender el eje que usted nunca soñó para su propio libro, viejo: Tomatito es un tío segundo de Ray De Deus que se infiltró en Solís y terminó por transformarse en el Maligno Criollo. Así como lo oye.
Entonces la Mermelada pide permiso para sentarse al lado mío y las volutas podres del haschich me retrotraen al vértigo de los tiempos heroicos.
-Tenga fe -me acaricia la vieja, irradiando una viscosa humildad de murciélago. -Yo también soy parienta de Ray De Deus. Somos perras de la guarda, en el fondo. Enamoradas.
-Pero mire qué bien.
-Es la pura verdad. Les ladramos a los hombres que eligieron servir al envoltorio cósmico. O al Dios suyo. Es lo mismo. En el fondo somos Gárgolas que suben a los camiones a pagar.
-Pero matan.
-Pero somos necesarias para la evolución. Espínola Gómez piensa eso.
-Espínola Gómez el Dios de Job Yemanjá del Mar Dulce Jung Teilhard de Chardin and Company -nos interrumpe el detective, consultando su reloj. Dentro de media hora empieza la pulseada entre Dostoievski y Tolstoi, con Manolito de moderador. ¿Arrancamos, muchachos?
No hay comentarios:
Publicar un comentario