domingo

JULIO HERRERA Y REISSIG y la POLÉMICA CON ROBERTO DE LAS CARRERAS (3)


II

Réplica literaria (2)

Palabras del buen ladrón (II)

El mismo Roberto, obsesión del Cenáculo, inquilino de “La Torre” (inquilinus urbis Romae, como Catilina) quedóse petrificado de amiración y de sublime respeto, turboneando elocuentes hipérboles de homenaje en una apertura solemne de brazos y de ojos. Y en verdad, culpo más a su retentiva prodigiosa, a su película reminiscente, que a una tentación de rapto lírico, aquello de que -al revés de lo que él afirma- dispusiera en su Onda azul de esta originalísima piedra preciosa.

El relámpago luz perla
que decora su sonrisa.

De la misma manera tal vez sirvióse, con elegante familiaridad, como si fueran bombones, de muchos otros solitarios y carbunclos de mi gruta poética, pues, en todas sus escintilantes minutas literarias se hallan dispersos relámpagos petrificados, almas de luz de mi Zodíaco inspirado.

Y por pereza magnánima, mi dedo señalador de Fouquier Tinville no planea sobre el laberinto de sus páginas incordinadas, tristes enfermas de la derrota y de la orfandad!

No sólo “La Vida” sino diversas lucubraciones que me pertenecen, han sentido el desgarrón alevoso de manos ingratas, que antes me acariciaban y ahora me castigan…

Recuerdo que por aquella época, algunos de mis amigos, se apresuraron a hacerme notar el plagio o la infeliz coincidencia del “relámpago gris perla” con el “relámpago nevado”, augurándome suspicaces lo que acaba de ocurrir, es decir, la aviesa acusación del raptor ante la víctima munificiente -y no pocos se alarmaron de muchos otros pagayeos especiosos, o automatismos mediánicos de mi contrincante, que tenían su génesis efervescente en mi literatura opulenta, durante aquellas reuniones a diario del Cenáculo, en que -muezin abandonado a mi entusiasmo lírico y a mi ingenua honradez- transparentaba en fogosos recitados mis oraciones inéditas, destinadas a ser pasto de los cuervos que hoy me devoran…

Tal es así, que no fueron una, sino dos, cinco y veinte las milagrosas coincidencias de imaginación entre Roberto y yo, a tal punto que se nos diera por los Hermanos Siameses de la Literatura.

Pero es el caso (voici la clave) que siempre se determinaban esas consustanciaciones psíquicas después de algunos cónclaves íntimos en mi garçonnière, durante los cuales yo entonaba alguna nueva creación artística, y en que lejos de ser simultáneas esas telepatías de asociacionismo, transcurría fatalmente un embarazo de dos o tres meses de parte del mio fratello.

Lo que hay en claro, señor Director, y lo que se adivina a través de las cuatro bombitas de jabón de nuestro querido Roberto, es el insomnio de Temístocles, la lividez de Caín, el antro de Job, la náusea verde de Leopardi, el dolor tétrico del vencido, el terrible dolor que roba el sueño y ante el cual me inclino acongojado de lacerante piedad.

¡Lloro, señor Director!

Julio Herrera y Reissig

(La Democracia, año III, Nº 422, Montevideo, abril 19 de 1906, pág. 2, cols. 4 y 5).

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+