II
Réplica literaria (1)
Nuestro distinguido compatriota y colaborador Julio Herrera y Reissig, una de las intelectualidades más robustas del país, nos dirige la carta que va en seguida, a cuya publicación accedemos gustosos:
Palabras del buen ladrón (I)
Señor Director: Viborea ayer en Tribuna un exquisito chascarrillo en prosa puntiaguda del afortunado Amador y popular ironista Roberto de las Carreras, Sultán de Montevideo y dandy literario como Barbey.
Roberto, el “decadente del charco de París”, como él se llama, el esfíngido, el ultravioleta, el macabro neurasténico de última hora, el Vesubio del amor libre, el Tacoma de los erotismos especiosos, usando de su rico vocabulario, me llama en la persona de mi Poema, con iluso y risueño desparpajo: Esfinge, Hijo de Isis, visionario soñador, volcánico y paradojal, esto es, me condecora gratuitamente con todos sus atributos de naturaleza: ¡Merci, Monsieur! ¡Mille fois merci! Como antes me llamara en un enajenamiento de Santa Teresa: “Dios de la Torre”, “Gran Julio”, “Proteo genial”, “Fenómeno de fecundidad”, “Hermano mío por Byron”, “Obsesión de Pecado” y “Pontífice del Placer”… Y el que en un tiempo, en horas aciagas, “en que el honor era oscuro”, implorara febril y alicaído mi absolución pontifical (véase El Trabajo de 1901) con palatinas unciones y magníficas pirotecnias de Sofisma, aquel que requiriera -(exhausto por la derrota, chupado por el vampiro de la fatalidad en sus naufragios morales, enfermo, cálido del pensamiento)- mi salvavidas literario, esto es, páginas enteras que yo he cincelado y que él firmara, ahora me vuelve graciosamente la espalda, da cuatro pataítas en el tintero, escupe por el colmillo alguna frase impertinente y se enoja con su Majestad ¿y por qué se enoja mi buen Roberto?
1º Porque adoptando un temperamento racional, dada la índole de mi poema, aclaro para los filisteos, a la manera de Carducci y otros grandes poetas, algunos versos difusos a fin de evitar, como se comprende, interpretaciones caprichosas o meramente individuales.
Dante y Shakespeare, Águilas del Símbolo, ofician con su cauda de apéndices y comentarios, por no haber hecho la luz en los Báratros de sus enigmas.
Y así sucede con otros grandes escritores, a quienes cada crítico aplica el lente personal de su temperamento y de su casuística.
2º Porque llamo a Roxlo “siempre poeta”, es decir, Poeta en sus actos más triviales, Poeta en la prosaica política, Poeta en sus opúsculos de diario. (Roberto se hace el niño…)
3º Porque incienso a Roxlo como “inagotable” (bien por lo del pozo artesiano, ¡qué gracioso este Roberto y qué sutil! Ni Aristarco, ni Demócrito, ni Voltaire) esto es, porque llamo a Roxlo fecundo, radiactivo, potente y joven como el Sol.
Luego, después de hacernos reír tanto, que los labios se nos juntan con las orejas, el torito se arremolina, chispea y blande su testuz contra Lavagnini (¡esos celos, Sultán!... esos celitos literarios) a quien da como prologuista de mi poema en La Democracia (mis laureles le quitan el sueño) siendo así que el buen Lavagnini me envió ese mismo día una cordialidad desde San Ramón, en donde se encontrara desde el Jueves Santo.
Ya no sabiendo qué decir Roberto, desarzonado de su Pegaso, furibundo ante mis éxitos y porque se me elogia en todas las pautas de los periódicos recurre a la mentira, manjar del diablo, según San Epifanio!...
(¿Y qué diría Roberto si me diese por publicar las felicitaciones que me han llovido?).
¿De qué lúgubre enfermedad, de qué infección verde-amarilla será víctima, oh desdichado cuando aparezcan las críticas sobre “La vida”?
¡Fuera piedad silenciar!
Quedamos, pues, en que toda la primera parte del candoroso J’accuse de mi ex admirador ha sido pulverizada por una sonrisa y sin que haya sido original y mucho menos gracioso, a pesar de que Roberto tiene gracia.
Ataco ahora la segunda parte, es decir: “El rapto del Diamante” del célebre Le Sansy, del plutónico Gran Mongol, del lucero cautivo de la Corona de Inglaterra, de la divina presea del Rajah Niapur; mas aun, de la princesa Sirie, que ha hurtado mi mano sacrílega de la diadema azul del Esteta, a la manera que Prometeo el fuego Olímpico de los dioses:
Luis de Sajonia, que tantos
pobres, sentara a su mesa
no recogió hasta su huesa
sino envidia y desencantos,
entre sus muchos quebrantos,
se dice de un traficante
en quiebra, a quien Luis galante
le abriera una joyería, el cual acusóle un día
de haberle hurtado un diamante!
Pues bien -aparte del epigrama-, la verdadera historia del robo es ésta: Roberto conoció mi poema “La Vida” cuando aún él no soñaba en su Onda azul. El borrador de mi poema se halla firmado y lacrado dentro de mi archivo, con fecha 1903, época en que le recluí severamente para luego salubrificado y pujante, con todo el relieve de la perfección y el pulido molecular de los años, ofrecerlo a Roxlo, digno del poema.
La Onda Azul, señorita literaria a quien no tengo el gusto de conocer, como tampoco he leído el Canto a la Cavalieri que devolví a su autor sin haberle desflorado siquiera, fue publicado en 1906, es decir, tres años después de nacido el poema “La Vida”. Son testigos de lo que afirmo: Andrés Demarchi, Illa Moreno, Minelli González, Aratta, López Rocha, los dos Miranda, Lorena Juanicó, Maturana, Brignole, Quiroga, Peretti, Barreto, Saldaña, de Santiago, Asdrúbal Delgado, Cabrera, Medina Betancort, Barreda Montero, Soiza Reilly, Picón, de Santiago Maciel, Vicente Martínez, Ramasse, Guaglianone, Teodoro Herrera, Carlos Méndez, Vallejo, Cibils, Fernández Oca y tantos otros que frecuentaban “La Torre” y se deshacían en alabanzas fragorosas respecto al Poema.
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