NOVENA PARTE
EL TRABAJO CON LA SOMBRA: CÓMO ILUMINAR LA OSCURIDAD
MEDIANTE LA TERAPIA, LOS RELATOS Y LOS SUEÑOS
39: A PROPÓSITO DEL HOMBRE DE MEDIANA EDAD (2)
Daniel J. Levinson (2)
Esta toma de conciencia nos lleva a comprender más profundamente el papel que juega la destructividad en nuestra propia vida y en los asuntos humanos en general. La mayor parte de este trabajo, sin embargo, es inconsciente e implica, sobre todo, la reelaboración de los sentimientos y experiencias dolorosas. Hay quienes articulan sus nuevos conocimientos verbalmente, otros, en cambio, lo expresan estéticamente a través de la música, la pintura o la poesía pero la mayoría, no obstante, se limita a vivir su propia vida. En cualquier caso, sin embargo, nos veremos obligados a reconocer nuestra culpabilidad y nuestro dolor como víctimas y villanos de la interminable historia de la crueldad del hombre consigo mismo. Si el peso de la culpa y el sufrimiento es excesivo seremos incapaces de superarlos y nos veremos obligados a seguir creyendo que la destructividad no existe y, por tanto, nuestra capacidad de crear, amar y afirmar la vida se verá seriamente perjudicada.
También es necesario que reconozcamos y asumamos nuestra propia capacidad destructiva ya que, aunque no alberguemos ningún tipo de hostilidad, nuestras acciones a veces resultan dolorosas para nuestros semejantes. Como padres, por ejemplo, podemos castigar a nuestros hijos con la mejor de las intenciones y la peor de las consecuencias; nuestra relación amorosa, por su parte, puede enfriarse repentinamente, perder todo sentido y llevarnos a cortar la relación a pesar del abandono y la traición que puede experimentar nuestra pareja; nuestra profesión, por su parte, puede obligarnos a despedir a personas honradas pero incompetentes, dañando su autoestima y sus aspiraciones. No existe ninguna acción que sea totalmente inofensiva y debemos ser muy conscientes de que, a pesar de querer hacer el bien, necesariamente haremos daño y, en algunos casos, provocaremos más mal que bien.
Pero no resulta fácil admitir que podemos ser destructivos sin quererlo y todavía resulta más difícil aceptar que podemos sentir impulsos destructivos hacia otras personas (incluidos nuestros seres más queridos). Pero hay ocasiones en que los seres humanos sentimos odio y rechazo, en las que nos gustaría abandonar o atacar a nuestros seres queridos porque nos resultan insoportablemente crueles, despreciables, mezquinos y hasta dominantes. A veces sentimos sentimos amargura y rabia sin saber cuál es su origen ni hacia quién va dirigida. Sea como fuere, sin embargo, deberemos tomar conciencia de que, en ocasiones, tenemos la intención deliberada de causar daño a nuestros seres queridos y de que, en ciertos casos, llevamos esas intenciones a la práctica.
Quienes rondan la cuarentena difieren notablemente en su predisposición a reconocer y asumir su propia destructividad. Hay quienes ni siquiera reconocen que pueden haber dañado a alguien y que rechazan, incluso, haberlo deseado alguna vez; otros, por el contrario, se sienten tan culpables que son incapaces de considerar el problema de una manera desapasionada y distante; otros, en cambio, son relativamente conscientes de la ambivalencia de sus sentimientos y reconocen, por tanto, que pueden sentir amor y odio, al mismo tiempo, por la misma persona. En cualquiera de los casos, sin embargo, el proceso de crecimiento nos conduce a tomar más conciencia de nosotros mismos y asumir cada vez más nuestra propia responsabilidad.
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