PRIMERA PARTE “LAS ENSEÑANZAS”
II (7)
Domingo, 20 de agosto, 1961. (2)
Sentí que mis preguntas lo molestaban. No hice ninguna más. Él siguió explicando que no había pasos exactos para conocer a Mescalito; por tanto, nadie podía instruir sobre él a excepción de Mescalito mismo. Esta característica lo hacía un poder único; no era el mismo para todos los hombres.
En cambio, dijo don Juan, la adquisición de un aliado requería la enseñanza más precisa y el seguir, sin desviación, una serie de etapas o pasos. Hay muchos de esos poderes aliados en el mundo, dijo, pero él sólo conocía bien dos de ellos. E iba a guiarme a ellos y a sus secretos, pero de mí dependía escoger uno de los dos, pues sólo uno podía tener. El aliado de su benefactor estaba en la yerba del diablo, dijo, pero a él en lo personal no le gustaba, aunque gracias al benefactor sabía sus secretos. Su propio aliado estaba en el “humito”, dijo, pero no concretó la naturaleza del humo.
Inquirí al respecto. Permaneció callado. Tras una larga pausa le pregunté:
-¿Qué clase de poder es un aliado?
-Ya te dije: es una ayuda.
-¿Cómo ayuda?
-Un aliado es un poder capaz de llevar a un hombre más allá de sus propios límites. Así es como un aliado puede revelar cosas que ningún ser humano podría.
-Pero Mescalito también lo saca a uno de sus propios límites. ¿No lo convierte eso en un aliado?
-No. Mescalito te saca de ti mismo para enseñarte. Un aliado te saca para darte poder.
Le pedí explicarme el punto con más detalle, o descubrir la diferencia entre ambos efectos. Me miró largo rato y rio. Dijo que aprender por medio de la conversación era no sólo un desperdicio sino una estupidez, porque el aprender era la tarea más difícil que un hombre podía echarse encima. Me pidió recordar la vez que traté de hallar mi sitio, y cómo quería yo encontrarlo sin trabajo porque esperaba que él me diese toda la información. Si lo hubiera hecho, dijo, yo jamás habría aprendido. Pero el saber cuán difícil era hallar mi sitio, y sobre todo el saber que existía, me darían un peculiar sentido de confianza. Dijo que mientras yo permaneciese enclavado en mi “sitio bueno” nada podría causarme daño corporal, porque yo tenía la seguridad de que en ese sitio específico me hallaba lo mejor posible. Tenía el poder de rechazar cuanto pudiera serme dañino. Pero si él me hubiese dicho dónde estaba el sitio, yo jamás habría tenido la confianza necesaria para considerar esto como verdadero saber. Así, saber era ciertamente poder.
Don Juan dijo entonces que, siempre que un hombre se propone aprender, debe laborar tan arduamente como yo lo hice para encontrar aquel sitio, y los límites de su aprendizaje están determinados por su propia naturaleza. Así, no veía objeto en hablar del conocimiento. Dijo que ciertas clases de saber eran demasiado poderosas para la fuerza que yo tenía: hablar de ellas sólo me acarrearía daño. Al parecer sintió que no había nada más que quisiera decir. Se levantó y fue rumbo a su casa. Le dije que la situación me abrumaba. No era lo que había pensado ni deseado.
Dijo que los temores son naturales: todos los sentimos y no podemos evitarlo. Por otra parte, pese a lo atemorizante que sea el aprender, es más terrible pensar en un hombre sin aliado o sin conocimientos.
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