Todas las ciudades tienen su monte de olivos
Todas las ciudades tienen
su monte de olivos
donde estar más cerca del cielo.
Aun las más terribles de todas.
Aun no habiendo sitio para
que los únicos pájaros que quedan
pasen de perfil, entre los
edificios espejados que reflejan
la soledad y el egoísmo.
Pasando el piso 343, en las
lejanísimas azoteas
uno puede, si quiere, orar.
Aun, con el poquísimo oxígeno
que resta.
Lo demás son excusas.
El herrero de Jesús
El herrero que en su fragua
dio forma a los enormes clavos
que atravesaron el cuerpo de Jesús,
decidió terminar sus días golpeándose
las manos hasta deshacerlas, con el
mismo martillo que aquella tarde cenicienta
sacó las chispas que quemaron
la frente de la humanidad para siempre.
Hiroshima, hora cero
Sostenme, Señor, en esta hora
en que he visto a tus hijos
destrozados por el odio
y la ambición.
Dame fuerzas, sosteneme
en esta hora
en que sólo queda
en el aire, olor
a carne quemada
olor a azufre y el humo
contamina la sangre de la tierra.
“¿Quemaron el cielo, Papá?”, preguntó
Joko, tanteando con dificultad
las paredes humeantes de la casa.
“Eso han dicho”, contestó su padre,
agarrado del hombro de su hijo
intentando encontrar
el lugar de la casa
donde estaba el dormitorio.
“Despacio, hijo” se escuchó
en la oscuridad del día
que reinaba.
“No vayas a tropezar”.
El relámpago y el trueno
He visto a José de Arimatea
cruzar el Gólgota
con más convicción que temor
aunque le tiemblan las rótulas
y por momentos
le fallan los tendones de sus pies.
Pero con la ayuda que ha pedido al cielo
ha bajado del madero el cuerpo muerto
de Jesús.
Fugaz como un relámpago
vi en el rostro de José el temor
cruzado por una sombra verde
pero en sus ojos, el relámpago
se había convertido en una antorcha.
El sonido de los bosques
El sonido de los bosques
es más puro que el sonido
de tus huesos,
que no crujen de miedo
como los hermosos huesos
del Rey David.
Tus huesos
tiemblan ante el vacío
susurran ante el silencio
se sacuden ante
lo inesperado
se estrujan ante el temor.
Todas esas cosas que los árboles
más antiguos de la tierra
conocen, saben
y está escrito en cada uno
de los círculos concéntricos
que nos dicen cuántos años
tienen o están por cumplir.
Ya saben cómo es vivir
en el mundo.
Por eso el sonido de los bosques
es tan puro y tan sabio.
No tardará en arder
No necesito recordar
la suerte de Balaam
para saber que no debo
caminar hacia tu frente,
porque todo arderá.
Han quemado los bosques
los lagos los cuerpos
la esperanza de ser libres,
en un mundo que era,
hasta no hace mucho,
un edén, un paraíso, un cielo.
No hay casa segura
ni techo que la cubra.
Todo se mueve
y no tardará en arder.
“Primero fue el agua”,
“Acuérdate bien”.
“Ahora vendrá el fuego”.
No volveré a caminar
por Babilonia, ni respirar
si aire presurisado.
No regresaré a Sodoma,
y haré hasta lo imposible
para que la mujer que amo
no se vuelva estatua de sal.
No devolveré los viáticos no usados
porque no habrá nadie
a quien devolver. ¿Todos habrán huido?
O se habrán dormido
a la hora de orar?
Sólo les habíamos pedido que oraran
mientras íbamos hasta el cielo
para bajar una estrella.
“NADA QUEDARÁ EN SU SITIO”
“NADA SERÁ LO MISMO”.
Grito en las esquinas
envenenadas de la ciudad
y nadie responde. ¿Habrán huido ya?
No hay casa segura
ni techo que la cubra.
Todo se mueve
y no tardará en arder.
¿Habrán huido ya?
Al fin de cuentas, siempre
hemos sido fugitivos del cielo.
Reservistas
Dicen que José de Arimatea
pidió a Pilato llevarse
el cuerpo sin vida de Jesús.
Pero no se dijo que luego
volvió para llevarse el madero.
Dicen que Eva guardó en un trapo oscuro
el cuchillo que Caín usó
para matar a su hermano.
Pero no se dijo que Adán, la vigiló
la noche entera, para evitar
que se cometiera otra imprudencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario