lunes

CONDE DE LAUTRÉAMONT (ISIDORE DUCASSE) 112 - LOS CANTOS DE MALDOROR


CANTO CUARTO

7 (2)

Según lo que averigüé más tarde, he aquí la pura verdad: la existencia prolongada en ese fluido elemento había producido insensiblemente en el ser humano, exilado por propia voluntad de los continentes pedregosos, los cambios importantes aunque no esenciales que había observado en un objeto, que una mirada discretamente confusa me había hecho tomar en los momentos iniciales de su aparición (por una ligereza incalificable cuyos extravíos engendran ese sentimiento tan penoso que fácilmente comprenderán los psicólogos y los amantes de la prudencia) por un pez de formas extrañas, no incluido aun en las clasificaciones de los naturalistas, pero que figuraría quizás en sus obras póstumas, aunque no tenga yo el justificado derecho de inclinarme por esta última suposición, concebida en condiciones excesivamente hipotéticas. En efecto, ese anfibio (pues se trataba de un anfibio, sin que reste posibilidad de afirmar lo contrario) sólo era visible para mí, abstracción hecha de los peces y los cetáceos, pues advertí que algunos labriegos que se habían detenido a contemplar mi rostro turbado por ese fenómeno sobrenatural, y que en vano trataban de explicarse la razón de que mis ojos estuvieran constantemente fijos, con una perseverancia aparentemente invencible, aunque en realidad no lo era, en un lugar del mar donde ellos no distinguían más que una apreciable y limitada cantidad de bancos de peces de todas clases, dilataba la abertura de sus bocas enormes casi tanto como la de las ballenas. “Eso les hacía sonreír, pero no palidecer como a mí -decían ellos en su pintoresco lenguaje- y no eran tan bestias como para no notar que yo no observaba precisamente las evoluciones campestres de los peces, sino que mi vista se dirigía mucho más allá.” De modo que en lo que a mí respecta, girando maquinalmente la vista hacia el lado correspondiente a la notable envergadura de esas potentes bocas, decía para mí que, a menos que se encontrara en la totalidad del universo un pelícano grande como una montaña, o por lo menos como un promontorio (os ruego que admiréis la sutileza de la restricción que no pierde un ápice de terreno), ningún pico de ave de rapiña o quijada de animal salvaje serían capaces de superar, ni siquiera de igualar, cualquiera de esos cráteres abiertos, pero lúgubres en exceso. Y sin embargo, aun cuando reserve un buen lugar al simpático empleo de la metáfora (esta figura de retórica presta mucho más utilidad a las aspiraciones humanas hacia el infinito de lo que normalmente ni siquiera intentan figurarse aquellos que están imbuidos de prejuicios o de falsas ideas, que al fin de cuentas son una misma cosa) no es menos cierto que las bocas reidoras de esos labriegos resultaban bastante amplias como para engullir tres cachalotes. Achiquemos más nuestro pensamiento, portémonos seriamente, y conformémonos con tres elefantitos que acaban justamente de nacer.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+