domingo

LOS RECOVECOS DE MANUEL MIGUEL (40) - Desbocada reinvención de la vida de Manuel Espínola Gómez



Hugo Giovanetti Viola

Primera edición: Caracol al Galope, 1999.
Primera edición WEB: elMontevideano Laboratorio de Artes, 2016.

DÉCIMA PUERTA: INTERRUPCIONES (3)

-¿Pero cómo voy a tener problemas en que usted viche el libro que está escribiendo mi sepulturero? -se sirve otra porción de ravioles a la romana Manolo. -¿O usted no sabe que el sotipe es mi sepulturero oficial? Ahora se le ha metido en la cabeza que tengo que publicar los poemas. Y se encopa y me jode y me sigue y me sigue jodiendo.

Y me frota la pelada con una especie de picardía secretamente lacrimosa y se dedica a devorara los ravioles que nos cocina por encargo del dueño del bolichito de Florida y Canelones.

-Se lo agradezco mucho -levanta un brazo para pedir otra jarra de rosado el detective. -Está demás decir que también me interesaría leer los poemas. Pero cuénteme bien cómo fue el lío del Palacio Estévez.

-¡El lío del EDIFICIO INDEPENDENCIA, querrá decir: EXPRÉSESE BIEN, carajo!!!! ¿Hace casi diez años que la vieja Casa de Gobierno ya no se llama Palacio Estévez y usted como si nada? ¿Pero qué les pasa a los uruguayos? ¿Ya ni información tienen? Porque lo que se dice Cultura no tuvimos casi nunca, sobre todo en los últimos cuarenta o cincuenta años: a esta altura debemos ser el caso de ESCLEROSIS INVESTIGATIVA INDEPENDIENTE más avanzado que se conoce a escala planetaria.


Manolo se divertía desplegando un auténtico rictus de desprecio mientras rebañaba el esplendor degasiano de la salsa, pero Isabelino Pena ya no estaba escuchándolo. Una vieja surgida de atrás de un plátano irrumpió blancamente en el boliche y se acodó en el mostrador para pedir cognac: usaba vestido largo guantes a medio brazo y capelina terciada a lo Dietrich, aunque los lentes negros alados y la turgencia bermellón de la boca la retrotrajeran a un hervor marosiano. Manolo ni la miró.


-Ta: el Edificio Independencia -concede el detective, contrabandeándome una seña alusiva a la momia del mostrador. -¿Cómo fue el lío, al final?

-No fue un lío -chista el Viejo. -Nos encajaron un brulote sin firma en la página editorial de El País. El arquitecto Benech les contestó enseguida y al poco tiempo se publicó otra carta contraria al brulote que mandó el arquitecto Lorente cuando vino de España y chau. Ya no pasó más nada.

-Lo que pasa es que los salones que Manolo remodeló en el piso de arriba son considerados indecentes -intervengo.

-Epa: Manolo y los arquitectos Benech y Colet -corrige el Viejo. -Y yo no diría que consideran indecente la remodelación. Bueno, han dicho que el salón azul se parece a un quilombo del Chuy y yo qué sé qué más. Pero lo que no entienden (o no quieren entender) es que uno les armó una escenografía, me cago en Dios: la política es teatro y el teatro precisa eso. Andá a Europa y vas a ver.


-“Primero hay que saber sufrir, vierge folle” -pareció contestar la mujer del mostrador, fabricando arabescos con un cigarrillo que no olía exactamente a haschich. -Y después adorarlo y chau pinela.

Manolo torció la cara con violencia y sondeó de arriba abajo el contraluz cadavérico y a la vez apechugonado de la momia.

-Somos la última dama -vació el cognac la mujer y sacudió un momento el hedor celestísimo como quien se abanica. -Somos la última mierda y el primer corazón que se aguantó en el palco.

-Jefe -levantó la pipa Isabelino Pena. -Sírvale otro cognac a la señora, por favor.

-Señorita -corrigió la vieja sin mirarme. -La Mermelada para los amigos.

Tuve la sensación de que tanto las cejas como los lunares averrugados de Manolo se oscurecían con peligrosidad. La Mermelada hizo relampaguear el segundo cognac y agregó roncamente:

-Brindo por los corazones que te adoraron desde el palco, Rimbe. Preferiríamos quedarnos bizcas campaneando el bordecito de plata de tu rostro incrustado en la platea que escuchar un monólogo de Hamlet. Y después una salía haciendo eses por la pasiva como si fuera Ofelia o Moncha. Y Artigas y el Palacio Salvo eras vos y los mamertos y las yiras y los poetastros y los marineros y cualquier tarro lleno de humanidad podrida eras vos y el Estévez parecía el Partenón y una sentía que iba arrastrando una cola de novia por la plaza y cuando metía la trompa en el cacho de espuma que les salía volando a los chopps del Tasende llegaba Yemanjá y pedíamos una al tacho. Hasta que me fui a Rusia. Y aquí estoy otra vez, después de la revolución de los tomates.


Entonces Manolo me mira como diciendo:

-Ahora sí que soné. Esta debe haber andado conmigo y ni siquiera la reconozco.

Yo recuerdo a Yemanjá y al Tasende y siento que el cigarrillo de la Mermelada huele más a Elsinore que al Pantanoso.


-Qué equivocado estás, “Adán de sangre” -la momia clavó por primera vez sus lentes amariposados sobre el desconcierto del Viejo. -Yo no fui de tu harén, aunque nunca ignoré que “buscabas desnudos que fueran como un río”!!!! Y que cada seis árboles amarillos te quedabas con la mortaja del amor devorado inflamándote los húmeros!!!!

-Pero fueron paisajes de SEDA -se conmovió Manolo. -Y ahora es como si uno viviera cargando TONELADAS DE SEDA.

-O de sábanas -lo picaneó el detective, etílicamente travieso.

-Los recuerdos de los sudarios de los amantes son como los de las capas valientes de los toreros -se impacientó apenas la vieja y pidió otro cognac.

-Tomá pa vos y tu tía Gregoria -sonríe Manolo, henchido.

-¿Y si invitamos a la dama a comer el postre con nosotros? Hay duraznos flambé, me parece.

-Merci bien -hamacó su tercer cognac la vieja. -Pero le advierto que los postres flambé me caen peor que los best-sellers kitsch con un pasado revolucionario.

-A mí me pasa exactamente lo mismo -se sonó la nariz Isabelino Pena.

-Yo prefiero irme a dormir con un resabio dulce en la boca -porfió el Viejo. -En este país tenés que inventarte buenos métodos para tragar saliva o estás frito, botija.

-Perdón: ¿qué es lo que está fumando? -me animé a preguntarle a la Mermelada.

-Hasch prensado con opio -contestó acomodándose la blancura azulada de la peluca que derramaba churriguerescamente sobre su busto. -Estoy sentada en el palco campaneando el bordecito de tu alma, gentil Rimbe. Lo demás no se ve. Se ve un viejo con gacho y pinta de detective y un muchacho cincuentón que tiene un parecido lastimoso con Cézanne.

-A ver -saltó el Viejo. -Diga en qué se parece mi sepulturero a Cézanne. Diga, que así le damos guasca con todo.

-Bef -chistó la mujer con soberbia parisina. -¿Yo lo manyo desde el cielorraso y usted bolichea con él y se chupa el dedo?

-Diga y no joda más -se zafó gozosamente Manolo.

-Bon. La cara no es igual porque la tiene un poco hinchada. Pero hay un calco físico en la barba y la pelada que delata una certeza de Dios que quiere trasmitir y no puede. El problema es que no quiere entender que la certeza de Dios no puede trasmitirse. Y sufre como un pelotudo.


-Apártate de mí, Satanás -le digo en serio a la vieja, y el detective descerraja una carcajada que me hace calentar.

-Estos están en pedo -rezonga el Viejo. -No les lleve el apunte, mademoiselle. ¿Sabe que Empédocles se suicidó zambulléndose en el Etna?

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+