domingo

LECCIONES DE VIDA - ELISABETH KÜBLER-ROSS Y DAVID KESSLER


5 / LA LECCIÓN DEL PODER (1)

Carlos, un hombre de cuarenta y cinco años al que se le había diagnosticado el VIH, aprendió la lección del poder a medida que su enfermedad progresaba.

“Primero perdí mi trabajo. Después mi discapacidad aumentó y perdí mi seguro médico. Antes de que me diera cuenta, vivía en un centro de acogida y estaba demasiado enfermo para trabajar. Mi vida se había convertido en una pesadilla.

“Acudía a un ambulatorio para recibir atención médica. Allí me hablaron de un tratamiento en proceso de investigación para el que podía ser elegido. Firmé los documentos necesarios, me efectuaron el primer examen médico y esperé. Pasó una semana; dos, cuatro, cinco. Yo me encontraba cada vez peor y siempre me decían que sabrían algo a la semana siguiente. Tenía que desplazarme hasta el ambulatorio para preguntar por el tratamiento porque ya no tenía teléfono. Después de siete semanas, apenas podía caminar hasta allí. Me cansaba mucho y me faltaba el aliento. Un día no tuve más remedio que sentarme en el bordillo de la acera. Recuerdo que miré al suelo y pensé que aquello era todo, que aquel iba a ser mi final.

“Aquel no era el primer desafío al que me enfrentaba en la vida. En mi casa éramos muy pobres y yo trabajaba en el campo. No tuve mi primer par de zapatos hasta los once años. Sobreviví a muchas situaciones desde la infancia. ¿Qué había ocurrido con todo aquel valor y determinación? Permanecí sentado en el bordillo y lloré. Pensé: ‘Por favor, no aquí, no ahora. Todavía quiero hacer más cosas. Quiero presenciar el cambio de milenio’. Siempre quise formar parte de ambos siglos. Lloré porque había perdido todo mi poder.

“Me sentía como si mi alma se estuviera consumiendo. Me estaba perdiendo a mí mismo. ¿Tenía que morir en aquel lugar?

“Entonces tuve un pensamiento: Todavía estaba allí: quizá no había perdido todo mi poder.

“Conseguí levantarme y llegar al ambulatorio. Le dije a la enfermera que mi cuerpo necesitaba ayuda, que no disponía de más tiempo para esperar a que me aplicaran el nuevo tratamiento. Tenía que haber alguna otra forma de conseguir los nuevos medicamentos.

“Debido a mi insistencia, la enfermera me inscribió en otro programa que desarrollaban en otro centro y en el que podían incluirme. Aquel mismo día empecé con una nueva combinación de medicamentos. En la actualidad, dos años más tarde, mi cuerpo se ha recuperado. Ya no me estoy muriendo. Mi mejora se debe a que aquel día recordé que tenía poder. Si no lo hubiera recordado, habría fallecido.”

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