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LA GUERRA Y LA PAZ (4) - RICARDO AROCENA


Reflexiones sobre Hiroshima, Nagasaki, la UNESCO, la ONU, la carrera armamentista, las armas nucleares, la guerra y la paz


CHERNOBYL Y FUKUSHIMA

Los desastres de Chernobyl en 1986 en Ucrania y en el 2011 de Fukushima, parejos en la Escala Internacional de Accidentes Nucleares, evidenciaron el riesgo de la utilización de energía atómica, aún con fines pacíficos. Hace un par de décadas, también Estados Unidos estuvo amenazado, cuando los militares liberaron una nube radioactiva de una central nuclear como parte de un experimento que se les fue de las manos; la modificación imprevista de las condiciones meteorológicas produjo la caída de partículas contaminadas a lo largo de una zona de 300 Kms.

Está comprobado que algunas de las pruebas atómicas realizadas por las “potencias nuclearizadas”, han afectado el medio  ambiente y al ser humano. Por ejemplo en Semipalatinsk, en Kasakistán, la radioactividad provocada por los ensayos minó la salud de la población, que sufrió el aumento de casos de cáncer y leucemia, el crecimiento de la tasa de niños nacidos con malformaciones congénitas y el número de fallecidos en forma prematura.

Algo similar ocurrió luego de las pruebas atómicas realizadas por Francia en Mururoa, que afectaron el sistema ecológico y contaminaron la fauna marina, pero que también perjudicaron a la población isleña de todas las edades, incluidos muchos que no habían nacido aún, ya que enfermaron además a las mujeres embarazadas.

La primera prueba nuclear de la historia fue realizada en Álamo Gordo, en Nuevo México y al año siguiente se repitió en el Atolón deshabitado de Bikini, de 6 kilómetros de superficie en el Pacífico. A partir de ese momento fueron realizados en el Archipiélago Marshall 66 ensayos nucleares más, hasta que en 1954 fue puesta a prueba la bomba de hidrógeno de 15 megatones, es decir 1000 veces más potente que la que devastó Hiroshima. Las cenizas del experimento cayeron sobre un pesquero japonés que navegaba a 160 kilómetros del sitio de la detonación y contaminaron a la fauna marina y a la población lugareña, que junto con otros sectores sociales, promovieron la denominada “Proclama de Suginami”. 

Por culpa de los más de 2000 ensayos atómicos, nuestro planeta está contaminado con plutonio 238 y 239, que antes no existía en estado natural. Durante la “guerra fría”, las autoridades pretendieron camuflar las explosiones atómicas en hoyos lo suficientemente grandes, sobre los que luego se vaciaría sal, para evitar las denuncias de la comunidad internacional. Pero aquel grotesco procedimiento, ideado por los doctores Albert Latter y Edward Teller, chocó en los hechos con que para camuflar la explosión de una bomba de 20 kilotones era necesaria una cavidad de 500 pies de diámetro y 3000 de profundidad, que luego sería cubierta por 20 millones de toneladas de sal, una cantidad que mucho excedía la producción norteamericana.


APOCALIPSIS

Nunca faltaron los defensores del holocausto atómico, por ejemplo a fines del siglo pasado, algunos de esos jinetes apocalípticos teorizaban sobre una guerra nuclear estratégica, que comenzara con golpes limitados. Proponían que el golpe nuclear fuera tan fuerte que redujera al mínimo una posibilidad de respuesta; esta concepción ponía el acento en una “guerra limitada” basada en la utilización de armas tácticas, pero sin llegar al extremo de “apretar el botón”. 

La “teoría” fue rechazada por un amplio espectro de activistas por la paz, que argumentaban que era “irresponsable” pensar en la posibilidad de éxito en una guerra con esta clase de armas y que el conflicto nuclear no puede ser desarrollado de acuerdo a reglas definidas de antemano. Y concluían que “la lógica de la lucha y el carácter de los armamentos modernos son tales que al estallar una guerra nuclear en Europa o en otra región del mundo, tomaría inevitablemente un carácter universal”.

Desde que la ONU fue creada una vez finalizada la segunda guerra mundial, en el seno del organismo han resonado incontables propuestas de desarme general y completo o por lo menos de limitar la carrera armamentista prohibiendo los ensayos y garantizando la seguridad de los estados no atómicos, a partir de “zonas desnuclearizadas”. Las propuestas incluyeron la prohibición de la utilización de armas químicas y bacteriológicas y de cualquier otro instrumento de exterminio masivo.

Hacia mediados del siglo pasado “El Movimiento de Partidarios de la Paz”, realizó el llamamiento de Estocolmo, en reclamo del desarme planetario, que decía: “Consideramos que el primer gobierno que emplee armas atómicas contra cualquier otro país está cometiendo un crimen contra la humanidad y que debería tratárselo como un crimen de guerra”. 

Entre otras personalidades firmaron la declaración Joliot-Curie, Aleksandr Fadéyev, Ilya Erenburg, Nicolai Tijónov, Howard Fast, Paul Eluard, Louis Aragón, Pablo Neruda, Gabriela Mistral,  Jorge Amado, Georg Lukács,  Nazin Hikmet, Pablo Picasso, Renato Portinari, Diego Rivera, David  Alfaro Siqueiros, Henri Matisse, Dmitri Shostakovich, Paul Robeson y un largo etcétera, que incluía al matemático uruguayo José Luis Massera. “Tenemos la convicción de que los seres humanos o bien abolimos la guerra o nos encaminamos hacia la destrucción segura”, concluía el manifiesto y hacía hincapié que las armas nucleares constituían una amenaza a la supervivencia, por lo que había que centrar los esfuerzos en su abolición.

Las actuales autoridades de las potencias nucleares no han cambiado sustancialmente el discurso belicista de la guerra fría y la OTAN ha reiterado que no renunciará a la utilización de arsenal atómico, pese a la gravosa carga económica, que dilapida recursos que podrían ser utilizados con fines pacíficos. Al respecto, hacia fines del siglo pasado, el por entonces director de la UNESCO Federico Mayor Zaragoza señalaba que si los países hubieran cumplido con el compromiso de redistribuir el 0.7% de sus gastos militares, habría menos inmigrantes y menos focos conflictivos. En su opinión se continuaba “gastando el dinero en armamento, en aviones, en alianzas militares” y no quedaba nada para el medio ambiente, para la salud, para la educación. “No se puede servir a la vez a dos señores: a la guerra y a la paz”. Diecisiete años después, el  recientemente electo secretario general de la ONU Antonio Guterres, asume su cargo diciendo que soñaba un mundo libre de armas nucleares; pero si observamos la realidad, le tendríamos que dar toda la razón al Eclesiastés: “Lo que fue, eso será, Y lo que se hizo, eso se hará; No hay nada nuevo bajo el sol”.

Según la UNICEF con solo una ínfima suma de lo que en la actualidad se gasta en armamentos, alcanzaría para dar agua potable y saneamiento a todo el planeta y escolarizar a todos los infantes que aún no lo están. Para colmo, de acuerdo a lo que la organización ha investigado, ”Alrededor de 300.000 niños y niñas menores de 18 años (…) participan en más de 30 conflictos en todo el mundo. Se les utiliza como combatientes, mensajeros, porteadores y cocineros, y para desempeñar servicios sexuales. Algunos son víctimas de secuestros o se les ha reclutado por la fuerza, y otros se ven obligados a unirse debido a la pobreza, el abuso y la discriminación, o en busca de venganza por actos de violencia realizados contra ellos o contra sus familias.” 

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