domingo

PSICOLOGÍA LITERARIA (3) - JULIO HERRERA Y REISSIG


(El Diario Español, 1907)

No os enojéis contra lo oscuro en la poesía. Tratad de penetrar, sin enfadaros por el esfuerzo. Y presumís de críticos, vosotros los simplistas, los unilaterales, los homogéneos, los misoneístas de la sensación, los trasnochados de casuística, que no exploráis el alma de las cosas, que no penetráis jamás en el fondo de la naturaleza, ni bajáis a las profundas simas del espíritu, ateniéndoos tan sólo a la costumbre, a la comodidad, a las reglas, a los casilleros de los libros polvorientos, y al syllabus de las academias alcanforadas…

No, por cierto. Un crítico verdadero debe ser un analista profundo, un filósofo libre de prejuicios, un sentidor ecléctico, un explorador de cosas y de conciencias, un alquimista de la sensibilidad y a veces un fantasma que se introduce por los poros de la naturaleza hasta el fondo esencial y hasta la causa primera, descubriendo el gesto, la intención, el instinto, el pensamiento errante de cada parte y del todo, es decir la poesía, la grande y la íntima poesía que duerme como la diosa Neith en el regazo de la sombra ideal.

¡Oh, sí! Libad hasta oscureceros de misterio, libad hasta teñiros de interior, en el cóncavo subjetivo y sonoro de donde emerge inexactamente un vapor abstruso. Pensad en el nimbo esotérico que arrebata en triunfo el trípode de la Sibila. Pensad en la esfinge, en la gran sabia, con garras y mirando hacia el vacío.

¡Y silencio, silencio, silencio!

En el verso culto, las palabras tienen dos almas: una de armonía y otra ideológica. De su combinación que ondula un ritmo doble, fluye un residuo emocional: vaho extraño del sonido, eco último de la mente, cauda rareiforme y estela fosfórica, peri-sprit de la literatura equis del temperamento y del estado psíquico, que cada cual resuelve a su modo y que muchos ni la perciben.

Allá en el Reino del Pórtico, en la munificencia de una tarde griega, fue decretado por un semidiós cuya túnica en egregios pliegues soñaba el plinto eternal:

-El pensamiento es la música. La melodía nace de la idea. Pensad y haréis vibrar.

Fueron ya veintitrés siglos.

No ha mucho en una taberna de París, en noche roja de embriaguez artística un fauno decrépito, casi andrajoso y que se llamó Verlaine, dijo, después de apurar la llamarada de absintio:

-La música es el pensamiento. La idea nace de la melodía. Sonad y haréis pensar.

¿Quién tuvo la razón?

Ninguno.

¡Y ambos!

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