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LOS “TRUCS” DEL PERFECTO CUENTISTA Y OTROS ESCRITOS (16) - HORACIO QUIROGA


ESCRITOS DE HORACIO QUIROGA

Por qué no sale más la Revista del Salto * (1)

Este es el último número de la Revista. Fueron nuestras intenciones hacer una publicación duradera, algo así como una hoja constantemente abierta a lo que de bueno o regular se escribiese en el Salto. No se llenaban más que dos requisitos: que lo enviado a la Redacción no fuera disparate y que llevara las firmas que responsabilizasen los escritos. El precio de suscripción no es asombroso: sin embargo, la Revista desaparece. ¿Por culpa nuestra? Tal vez tengamos en ello alguna parte; pero si se considera en general, la Revista muere porque no se supo adaptar al medio en que vivía. Era una publicación seria, más o menos bien escrita, con buenos artículos de cuando en cuando, y social en el alto sentido de la palabra.

Cayó. ¿Por qué? Por eso, por estar completamente eliminada de atractivos, de esas curiosidades que encierran o despiertan una malicia, un canto a cualquier bella, una intriga local eficazmente comentada por un círculo de lectores. Los periódicos, en este caso, son buenos, entretenidos, aptos pata que se les sostenga.

Hay, en el gran motivo de muerte, causas parciales que trataremos de analizar: los que leen, los que escriben, los que juzgan.

¿Son abundantes los primeros? Supongámoslo. Aparece un artículo cualquiera. ¿Se busca la firma? No señor: el título y según que este sea comprensible, poético o encantador; según que los primeros renglones leídos sugieran la ilusión de un entretenimiento, de una vanidad halagada, el escrito será leído hasta el final. No importa que el artículo sea sensato o sea brillante, que lleve una firma impuesta por anteriores sugestiones: se busca la diversión, eso es el caso. Y ya emane esta de una composición infantil, ya de una revista a las cualidades de tal o cual hermosa, el triunfo se consigue.

Cuesta mucho menos distraer que hacer pensar. La curiosidad no requiere ningún esfuerzo del intelecto que lleva aquel principio. Subir, en cambio, fatiga, y el trabajo que se requiere para llegar a las concepciones y formas del escritor, no merecen la más corta detención del pensamiento.

La masa común rechaza toda efervescencia que pueda hacer desbordar su medida de lo acostumbrado. No quiere anchos horizontes, ni reflexiones ni verdades desconocidas: quiere distraerse, entretenerse, preocuparse por la silueta enigmática, descifrar un jeroglífico. No juzga. La literatura, para ella, no debe buscar la excitación del pensamiento o sentimiento, debe no aburrir, sencillamente. Y conforme a ese modo de ser, las revistas languidecen y mueren. ¿Porque están mal escritas? No: porque no se leen.

¡Cuántas veces he oído decir, haciendo referencia a un periódico cualquiera: “¡Qué aburrido está hoy!” No quiere esto decir que la publicación carezca de material literario, se entiende por ello la falta de atractivo: noticias, crónicas prolijas, retratos, superficialidades, todo lo que compone la facultad excitativa de un término medio que recorre el periódico de una ojeada.

Una publicación que no se adapta al ambiente en que vive, que intenta el más insignificante esfuerzo de amplitud y penetración, cae. No se la discute, no se la exalta, no se la elogia, no se la critica, no se la ataca: se la deja desaparecer como una cosa innecesaria. Muere por asfixia, lentamente. Es el eterno mar extendido ante las Revistas, sin escollos y sin tempestades. No naufragan ni se estrellan; van extenuándose poco a poco, en un imposible horizonte de indiferencia.

Los que escriben. ¿Es abandono? ¿es desprecio? ¿es impotencia? No lo sé. Todo tiene su cultura en un pueblo. La música llega a un grado de generalización asombroso; los capiteles se esfuerzan sobre las columnas para sostener los grandes frisos, el color día a día va tiñendo los lienzos en su afán creciente de ser artista. Todo impulsa y fomenta el desarrollo de las Bellas Artes. Sólo la literatura es olvidada, como una ocupación de ociosos incapaz de ser grande y de demostrar el genio.

Parece que hay una especie de vergüenza de escribir. ¿Qué más da para el adelanto y perfeccionamiento de una ciudad, una revista?

Dejan la pluma. La toman los pequeños. Si estos se estrellan, se lavan las manos tranquilamente. Cuando los que miran desde arriba no disculpan esas caídas, se llama injusticia; cuando los que retiran conscientemente sus fuerzas del combate pronostican la derrota, se llama crimen; y cuando los incapaces para el triunfo juzgan toda esa gran obra, se llama imbecilidad.

Mucha cooperación para los conciertos y todo lo que se relaciona con la música; es imperdonable que no se oiga un piano en cada casa y una melodía en cada alma.

La música gradúa el arte de un pueblo; las letras no. Sumo interés en que se ejecute y mortal indiferencia en que se cree.

Miran el esfuerzo de soslayo y se encogen de hombros. Los iniciados escriben, escriben, escriben. Si alguna vez el ideal protesta, alzan el dedo y condenan. ¡Pobre literatura!, exclaman.

Cobardía e infamia.

Los que juzgan las Revistas en general demuestran en sus columnas las tendencias literarias del medio en que viven. Las poesías, los artículos, las fantasías, los cuentos no despiertan más vibraciones que las necesarias para impresionar.

No sacuden ni irritan. Operan eficazmente, diseñando en el horizonte literario las perspectivas adecuadas que todos admiran sin asombro, que todos comprenden sin esfuerzo. Toda tentativa de mostrar nuevas lontananzas, toda idea audaz que, presintiendo una nueva aurora, trata de hacer desviar la vista de aquellos paisajes impuestos ya por la obcecación de una constante dirección de ojos, será rechazada por extravagante, absurda e individual.

La belleza no obstante, existe, escondida y pudorosa, sutil y aristocrática, pero existe.

No ver es negar. Si nadie hubiera levantado la frente, el cielo no sería.


* Publicado en Revista del Salto, Salto, año 1, nº 20, 4 de febrero de 1900.

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