domingo

LAS ENSEÑANZAS DE DON JUAN (8) - CARLOS CASTANEDA -


PRIMERA PARTE  “LAS ENSEÑANZAS”

I (5)

Oí a don Juan hablar y reír por encima de mi cabeza. Desperté.

-Hallaste el sitio -dijo.

Al principio no entendí, pero él me aseguró de nuevo que el lugar donde me había quedado dormido era el sitio en cuestión. Una vez más preguntó qué sentía allí tendido. Le dije que en realidad no advertía ninguna diferencia.

Me pidió comparar mis sensaciones en aquel momento con lo que había sentido al yacer en el otro sitio. Por vez primera se me ocurrió conscientemente que me era imposible explicar mi aprensión de la noche anterior. Don Juan me instó, con una especie de actitud de reto, a sentarme en el otro sitio.

Por algún motivo inexplicable, yo tenía miedo a ese lugar, y no me senté en él. Don Juan aseveró que sólo un tonto podía dejar de ver la diferencia.

Le pregunté si cada uno de los dos lugares tenía un nombre especial. Dijo que el bueno se llamaba el sitio y el malo el enemigo; dijo que estos dos lugares eran la clave del bienestar de un hombre, especialmente si buscaba conocimiento. El mero acto de sentarme en el sitio propio creaba fuerza superior; en cambio, el enemigo debilitaba e incluso podía causar la muerte. Dijo que yo había repuesto mi energía, dispendiada la noche anterior, echando una siesta en mi sitio.

También dijo que los colores percibidos por mí en asociación con cada sitio específico tenían el mismo efecto general de dar fuerza o de reducirla.

Le pregunté si existían para mí otros sitios como los dos que había hallado y cómo debería hacer para localizarlos. Dijo que muchos lugares en el mundo serían comparables a esos dos, y que la mejor manera de hallarlos era determinar sus colores respectivos.

Yo no sabía a ciencia cierta si había resuelto el problema o no; de hecho, ni siquiera me hallaba convencido de que hubiese habido algún problema; no podía dejar de sentir que la experiencia era totalmente forzada y arbitraria. Estaba seguro de que don Juan me había observado toda la noche para luego seguirme la corriente diciendo donde me quedara dormido era el buscado. Sin embargo, no veía yo motivo lógico de tal acción, y cuando me retó a sentarme en el otro sitio no pude hacerlo. Había una extraña separación entre mi experiencia pragmática de temer al “otro sitio” y mis consideraciones racionales sobre el episodio.

Don Juan, en cambio, se hallaba muy seguro de que yo había triunfado y, actuando en concordancia con mi éxito, me hizo saber que iba a instruirme con respecto al peyote.

-Me pediste que te enseñara los asuntos del Mescalito -dijo-. Yo quería ver si tenías espinazo como para conocerlo cara a cara. Mescalito no es chiste. Debes ser dueño de tus recursos. Ahora sé que puedo aceptar tu solo deseo como una buena razón para aprender.

-¿De veras va a usted a enseñarme los asuntos del peyote?

-Prefiero llamarlo Mescalito. Haz tú lo mismo.

-¿Cuándo va usted a empezar?

-No es tan sencillo. Primero debes estar listo.

-Creo que estoy listo.

-Esto no es un chiste. Debes esperar hasta que no haya duda, y entonces lo conocerás.

-¿Tengo que prepararme?

-No. Nada más tienes que esperar. A lo mejor te olvidas de todo el asunto después de un tiempo. Te cansas rápidamente. Anoche estabas a punto de irte a tu casa apenas se te puso difícil. Mescalito pide una intención muy seria.

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