jueves

LOS RECOVECOS DE MANUEL MIGUEL (31) - Desbocada reinvención de la vida de Manuel Espínola Gómez



Hugo Giovanetti Viola

Primera edición: Caracol al Galope, 1999.
Primera edición WEB: elMontevideano Laboratorio de Artes, 2016.


OCTAVA PUERTA: SIGLOS AROMÁTICOS (2)

Doce años más tarde remonto el alba primaveral de la rue-Monsiuer-le-Prince junto con un viejo y dos muchachas que acabo de ir a buscar al pub Saint-Germain. El viejo es detective privado y se hace llamar Isabelino Pena: mide 1.50, usa una gabardina y un gacho estilo Philip Marlowe y camina dándole el brazo a las chiquilinas como si fuera el boticario de La verbena de la paloma.

Pero las chiquilinas -B.T. y Ojos de Plata- apenas sonreían. B.T. usaba jeans y una polera insulsa, y el resplandor miel del pelo desgreñado le afrancesaba retablescamente el norte de la cara. Ojos de Plata usaba un traje escotado color almíbar y la fosforecencia de su melena flameaba París abajo hasta desamarrarla de las calles del mundo.

-Qué ciudad -dice Isabelino Pena, observando los graffiti de la larga pared de l’École de Médecine. -Y qué cerveza negra maravillosa sirven en ese pub. ¿Sabe a qué hora exacta llega mi hijo de la taberna española?

Eso me desacomoda.

-No importa. Es secundario -me interpreta enseguida el detective, y se frena un momento en la esquina de la rue Racine y casi canturrea: -No importan los peligros, Padre de todo amor. Queremos agradecerte porque nunca nos faltó nada para que amáramos. Y hoy sabemos que no hay sensualidad como la hora secreta en que te festejamos. Y festejamos todo.

Ojos de Plata le hace una guiñadita a B. T.

-¿Y el asesino de mi hijo? -pregunta de golpe el viejo, clavándome un verdor duro pero sereno. -¿Ya llegó?

-No -respondo, bajando la mirada. -Hay que esperarlos en el hotel Stella. Pero le paso el dato que Abel llega primero.

-Entonces tenemos que organizarnos mejor que en las Termópilas -se pone a masticar su pipa apagada Isabelino Pena.


-Pero lo que dice el ruso Mijail no es lo mismo que yo pienso. En absoluto -escucho vociferar a Manolo a través de la puerta de la chambre 9. -¿Cómo va a ser lo mismo ilusión tridimensional de tiempo definitivamente detenido que realidad sosegada? ¿Va a abrir otra botella? Digamé: ¿usted no será pariente de Empédocles, por casualidad? Bueno, en este caso os acompañaré haciéndole los honores a otra tranche de paté embaguetado.

Y se oye una combinación de manipulaciones voraces hasta que al pariente de Empédocles le chorrea una risita y parece dictar:

-Salud, padre. ¿Me permite que ladre? Ayer murió mi madre. Y hoy ya está con el Padre. ¿Y usted necesitó viajar al soberano cagadero de Europa para encontrar el tiempo detenido, amigazo Manolazo? Se le cayó un pedazo. De paté, digo. Acaso. Yo soy músico en vaso.

-Y yo te saludo por el embudo, como decía el gordo Améndola.

-Y yo soy el desubicado Amadé, para explicar a usté que mis melodías son rías doradas por las babas que dejaban los pies de Jesús al trasluz. Y al desgaire. Y en la tercera orilla del aire.

-Tomá pa vos.

Entonces me decido a golpear.

-Pero qué hacés, botija -sube los brazos Manolo, aunque no me invita a pasar.

-Estoy soñando la escena clave de una novela -confieso a quemarropa. -Y me parece que voy a precisarlos con urgencia. A vos y al Amadé.

-¿Y cómo nos encontraste, carajo?

-Estamos en el mismo hotel y te reconocí la voz a través de la puerta. En el Stella se oye hasta lo que no pensás.

Manolo me hace señas para que retroceda unos pasos por el corredor y murmura:

-Mirá que el Amadé anda mal. Me topó más desnorteado que brújula de cementerio y me invitó a una reunión de brigada del Gran Tiempo. Pero apenas aterrizamos en París nos agarró un crecimiento de doce años y se le murió la madre. De sopetón.

-Le pegaban todos sin que él les haga nada -desversifica borrosamente Mozart en la chambre. -Le daban duro con un palo y duro también con una soga. Salud, César del alma. Pero mi mar va en calma.

Manolo fabrica una trompa con las cejas muy alzadas y no puedo evitar reírme ni preguntar cómo estuvo la reunión de brigada.

-Estuvo fenomenal: fue como si uno viera CATARATAS HUMANAS. Pero ahora se nos puso tristísima la cosa. ¿Y para qué nos precisás, si se puede saber?


-Para armar un Gran Tiempo con Hombre Nuevo.

-¿Y cuándo sería eso?

-Ahora. En el piso de arriba. Tengo tres personajes esperándome. Y dos más al caer.

-Bueno, voy a tratar de refrescarle la peluca al empedocliano. Pero levantá ese ánimo, qué joder.

-Es que tengo que demostrarle al mundo que estamos protegidos. Como cuando el General te colgaba el poncho salvador arriba de la cama.


En ese momento empezó a sonar el desafinadísimo piano de la chambre 9 igual que si nevara un rosario de huesos. Y las primeras frases rezaban:

-“Otros podrán / trenzar su amor / libres de culpa / y de horror. / Y escucharán / nuestra verdad / como el verdor de una heredad / creciendo alrededor”.

El andante de la concertante para violín y viola, pensé: ¿Pero lo habrá soñado tan joven? Manolo dio tres zancadas y al quedar recortado en el umbral del alba su mentón se cayó. Y el piano siguió llamando:

-“Otros podrán / ser los profetas de su tierra / sin proteger / su corazón como en la guerra Y escucharán / la caracola de otro mar / donde nos costó amar / tanto como luchar”.

Cuando me tocó el turno de asomarme a la chambre vi a un viejito completamente calvo aplastando las teclas color cadáver con una especie de índice-garfio. Y esta vez sentenciaba:

-“Yo puedo hoy / mojar mis manos / con el dolor / de mis hermanos / y debocar / mi corazón / como el jadear de una canción / porfiada en perfumar”.

No me animé a mirar a Manolo. Mozart tosió mocosamente durante unos segundos parecidos a los de la elevación del hongo nuclear y remató clarinando:

-“Yo puedo hoy / lavar la luz de la memoria / y alzar mi amor / sobre las sombras de la historia / para ofrecer / las llamaradas que lloré / las noches que incendié / el coraje que heredé”.


Y de golpe el pianista gira su resurrecto cuerpo de 22 años y anuncia alzando un dedo de borracho indecente:

-¿Es que por ventura habéis estercolado el impolutísimo campo de vuestro culero, desvergonzado público del gallinero? No temáis. No temáis por la mierda ni por la mar sin calma: pues acabáis de ver sólo el revés de mi alma.

-BROMAZO OLÍMPICO, SEÑORES!!!! -me zamarrea Manolo, feliz como un caballo.

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