domingo

LA PEQUEÑA CRÓNICA DE ANA MAGDALENA BACH (32) - ESTHER MEYNEL


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¡Qué felicidad era ser la esposa de Bach para una mujer golosa de fugas! Sin embargo, debo confesar que no sentía la misma avidez por las fugas de todos los compositores, había algunas que me parecían secas y poco musicales. Pero las de Sebastián eran siempre frescas, chisporroteantes y alegres como el agua corriente, o solemnes, como el “preludio y la fuga en mi bemol menor”.

En aquella época, el destino de Sebastián lo apartó de Cöthen y de la música de cámara, para llevarlo a Leipzig, donde pasó los últimos veintisiete años de vida y compuso la mayor parte de su música religiosa.

El viejo Cantor de la escuela de Santo Tomás, de Leipzig, acababa de morir y una de las razones que impulsó a Sebastián a solicitar esa plaza, además del desvío por la música de su príncipe, fue la consideración de que Leipzig ofrecía mejores posibilidades para la educación sus hijos, que ya iban siendo mayorcitos. Para él, esa plaza tenía varias desventajas, como lo explica claramente en una carta que, poco tiempo después de establecerse en Leipzig, escribió a su amigo Jorge Erdmann, que había estado con él en la escuela del convento de Luneburgo y que, a la sazón, se hallaba en Rusia. Me leyó en voz alta las partes más importantes de esa carta, pues, como de casi todas las cosas, me informaba también de su correspondencia, y asimismo yo le pedí su aprobación antes de enviar la mía. En la citada misiva al señor Erdmann explicaba de haber sido Director de orquesta de la Corte de Cöthen, donde había esperado pasar el resto de su vida, y le contaba que, al principio, no le agradaba la idea de ser Cantor de la escuela de Santo Tomás, después de haber sido Director de Orquesta de la Corte de Cöthen; pero que, tras un trimestre de meditación, había visto las ventajas que representaba para sus hijos aquel cambio y se había decidido a aceptar el traslado en el Santo Nombre de Dios.

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