jueves

JULIO HERRERA Y REISSIG - EPÍLOGO WAGNERIANO A LA “POLÍTICA DE FUSIÓN” (23)


Con surtidos de psicología sobre el Imperio de Zapicán

Todos estos peajeros, y estos Reyes, y estos mercaderes; todos estos guardianes de países y de tiendas, todos son mis enemigos. Abomino todo sacrificio al dios vulgo o al dios éxito. Me repugna lo trivial. Odio la hipocresía y el servilismo como los mayores crímenes. He de decir la Verdad aunque me aplaste el Universo.

NIETZSCHE:
Así hablaba Zaratustra


Si dichos hombres han sido tan apocados de espíritu, tan faltos de impulsiones supremas, o mejor dicho, si no han dejado nada imperecedero, débese en parte a su enorme vanagloria, al deseo de triunfos fáciles e inmediatos conseguidos a poca fuerza, a su embriaguez en el aplauso de la necia vulgaridad, a sus ansias pueriles de ser siempre los primeros antes los ojos  de la multitud que los aclamó como Mesías, que los hizo objeto de sus bajas adulaciones, de sus impresionismos superficiales. La plaza pública, la popularidad, han sido el sueño de esos intelectuales malogrados, de largas melenas y ademán bravío, que haciendo versos a la independencia, o lucrubraciones sobre gobierno, atravesaron por la vida, sin que tuvieran nunca la más simple representación de un porvenir de ultratumba. Su vanidad de fetiches les enajenó el espíritu, enredóse como una planta parasitaria al tronco de sus energías, chupóles como un vampiro la savia de sus talentos, adormecielólos como una cortesana en sus brazos deleitosos, usurpó indebidamente, por una extraña anomalía, los plintos dignificantes que debieran haber ocupado las más altas manifestaciones de la nobleza del Yo. Tales ingenios uniéronse a la Vanidad como los héroes engañados que se casaron con las Danaides y perecieron víctimas de sus esposas en medio de los deleites. De ese modo fueron muertos para la otra vida aquellos hombres excepcionales. Sus obras, confeccionadas entre famélicas fiebres, en la batea de la propaganda, que tienen la inquietud del ruido y un sello de improvisación nerviosa, han sido los pocos hijos de ese sentimiento que continúa en nuestro país bajo diversas formas, haciendo literatos, periodistas, políticos y pintores.

Por último la ambición se distingue de la vanidad por su divergencia extrema de la acción refleja, en tanto que el último de estos rasgos presupone que el estímulo y el acto se hallan en relación inmediata. Con efecto, la ambición obra en virtud de un espíritu poderoso que tiene recompensa para un tiempo indefinido, de que el individuo goza anticipadamente. Un aliciente lejano, podríamos decir, mueve su espíritu; una serie de estados de conciencia, de actos profundos y reposados de pensamiento media entre la obra que reúne todas sus energías, y el aguijón que las provoca. Nada le apura a manifestarse; muy al contrario; la elaboración es lenta, e implica una serie poderosa de cambios reflexivos, de asimilaciones que la preparan.  El propio yo que se funda en una exuberancia de vitalidad, que ha de vivir en una creación, en una proeza, a despecho de la muerte del individuo, requiere en tales casos preconcebimiento, madurez, para que el triunfo dure en relación al tiempo en que se ha formado. El acto o la suma de operaciones del espíritu se halla pues a una distancia extrema del agente que lo produce. Suponen además un dominio absoluto de la voluntad, una resistencia poderosa a la excitación externa. Por el contrario, la vanidad toca en el linde de la acción refleja, como ya lo hemos probado, al referirnos al modo como se produce, en virtud de rápidos conseguimientos; sin tener en cuenta la durabilidad del éxito, que procura satisfacciones inmediatas de exhibicionismos, que tiene por condición esencial la recompensa AL CONTADO. Su resorte de halla a disposición de todas las impresiones; la voluntad es un juguete del estímulo que hace cabriolas en todas direcciones, ni más ni menos que un palo arrastrado por la corriente.

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