domingo

JULIO HERRERA Y REISSIG - EPÍLOGO WAGNERIANO A LA “POLÍTICA DE FUSIÓN” (22)


Con surtidos de psicología sobre el Imperio de Zapicán

Todos estos peajeros, y estos Reyes, y estos mercaderes; todos estos guardianes de países y de tiendas, todos son mis enemigos. Abomino todo sacrificio al dios vulgo o al dios éxito. Me repugna lo trivial. Odio la hipocresía y el servilismo como los mayores crímenes. He de decir la Verdad aunque me aplaste el Universo.

NIETZSCHE:
Así hablaba Zaratustra.

La vanidad que muchos confunden con la ambición, lejos de tener el parentesco más simple con este último carácter, se le opone resueltamente. El primero en psico-fisiología no pasa de una emoción ordinaria, el segundo constituye un rasgo del intelecto supremo.

Del punto de vista de la moral, el primero puede constituir un vicio, como la avidez, la codicia, la pasión por el interés, y degenera según los casos en sentimientos depresivos; así hay vanidad de dinero, vanidad de las prendas físicas, de los ornatos, del predominio social, de la política, del poder, de la fuerza, etc., y la más irrisoria, la vanidad intelectiva, la que por excelencia ha embriagado, ha esterilizado, ha emponzoñado, ha muerto a los pocos hombres de fortuna psíquica, nacidos en la comarca, y que se resuelve, como se sabe, en manifestaciones de mezquina literatura, en desperdicios de la política, en contrabando de erudición, en editoriales efectistas, en exhibicionismos femeniles, que buscan el aplauso efímero, los éxitos de circunstancias, la admiración de la localidad, los laureles de la rutina, la gloria breve, como dice Mill.

El segundo -véase cuánto difiere en esencia, la ambición de la vanidad- constituye en el sentido psico-fisiológico, la más alta manifestación de la dignidad del espíritu, el desprendimiento más noble del interés material, de los halagos inmediatos de las inclinaciones de la mayoría, la divergencia más extrema de la acción refleja.

La vanidad es un diminutivo del orgullo, ese sentimiento brutal e insolente, como lo llama un psicólogo, que tiende a ofender a todos y que se funda en pseudas representaciones de la propia personalidad. No obstante, como dice el mismo, “si el orgullo es detestable, la vanidad es ridícula, es una de las pasiones más míseras, y debe combatirse por medio de todos los sentimientos viriles”. Ahora bien, el más alto grado de la ambición es el heroísmo, la gloria, el desprecio de la propia vida cuando se trata de encarnar el yo en una obra imperecedera. Por el contrario, el más alto grado de la vanidad es la fatuidad o sea la adoración de las prendas físicas, de los vestidos, de las cosas superficiales, el apego exagerado a una vida inútil de satisfacciones frívolas, de placeres egoístas. En último examen, la ambición es la egolatría del genio, su coloquio con el tiempo, con el infinito, con el misterio, con lo incognoscible; la vanidad es la egolatría del feroz salvaje, la pasión de la masa media, su coloquio con el espejo, con los inmediato, con lo deleznable, con la imbecilidad corriente del ser humano.

Por otra parte, el reverso de la ambición es el apocamiento, la debilidad de espíritu, la falta de impulsiones; y el reverso de la vanidad la modestia, o sea “el justo sentimiento de lo que uno vale y de lo que uno no vale; y un punto más abajo la humildad, vale decir, la conciencia de lo débil que es el hombre.

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