domingo

YENDO A CASA - FEDERICO COORE


Ya había sido viejo mucho antes. En ese momento estaba casi en otro lado, y la luz de la calle era suficiente para dibujar su sombra.

Ella era mucho más que un beso en su frente, y ahora bastaba el calor de la delgada materia de su alma como para seguir soportando su otra materia.

De alguna manera ya había imaginado el horror del hombre que vio tirado a la intemperie, sin más almohada que su mano izquierda y con la mejilla medio podrida. No sabía si parar o seguir. Pero ya lo había visto. ¿Qué iba a hacer? En todo caso ya había seguido dos cuadras más por La Paz y con su sombra. Y ella.

Mientras cruzaba la calle una muchacha de cara angular casi llorosa pero segura se le acercó asustándolo con ojos de taladro:

-Disculpá. ¿Tenés un cigarro?

-Tengo tabaco -le contestó dudando y el miedo casi se le fue.

-Pa, Te animás a…

-Armarte uno -le completó el pedido y el miedo ya no estaba. -Cómo no.

Sacó el tabaco y el pequeño libro JOB del bolsillo del corazón.

-¿Podemos ir hasta ahí? -señaló el cordón iluminado de la vereda mientras el tipo que estaba con ella se les acercó con un apuro demasiado nervioso.

-¿Qué hacés, cabeza? -lo saludó y se enderezó la mochila.

-¿Todo bien, che? -lo miró a los ojos el otro para exorcizarlo.

-Vamos hasta la plaza Seregni que están los pibes, dale.

-¿Podés esperar? ¿No ves que el muchacho, tan gentilmente, me está armando un tabaco?

-Ya está. Pasale la lengua vos, nomás.

-Muchas gracias -contestó la muchacha casi sonriendo.

Cuando siguió caminando se olvidó de su sombra hasta que la vio de nuevo y, como lo sospechaba, no le pertenecía enteramente a él. Había otro hombre durmiendo en la calle, con la cabeza apoyada sobre las largas y flacas piernas dobladas.

La brisa del miedo lo rozó y tuvo la convicción de seguir por La Paz.

Y de repente seguía vivo.

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