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LOS RECOVECOS DE MANUEL MIGUEL (24) - Desbocada reinvención de la vida de Manuel Espínola Gómez


Hugo Giovanetti Viola

Primera edición: Caracol al Galope, 1999.
Primera edición WEB: elMontevideano Laboratorio de Artes, 2016.


SEXTA PUERTA: IRRUPCIÓN (3)


-¿No parezco John Lennon en la foto de Abbey Road? -preguntó Ray mientras rodeábamos la Plaza Independencia en dirección a la Ciudad Vieja, La limusina olía a haschich.

-Igualito -contesté.

Prendí un cigarrillo de los tiempos de la crucifixión y me sentí inmediatamente abrigado por la custodia de Ojos de Plata.

-Vo, Marlowe -dijo Ray. -Te aclaro que a partir de este momento ya no estoy a las órdenes de Yemanjá. Pero pienso ayudarte, igual.

-Dios te oiga -suspiré.

El hombre-Gárgola dobló a la derecha por Sarandí espantando a un heladero con un bocinazo de ballena y al pasar frente a la Galería Latina siseó:

-Che: antes rompías los huevos con la Virgen María, nada más. ¿Y ahora que te atacó con Dios y con el Mudo Jefe y la verga del loro?

-Dios y Exá son la misma cosa -me reí. -A la verga del loro te la podés meter donde más te guste que me da igual.

-Imagine no religions -canturreó el hombre-Gárgola sin acusar el dagazo. -John se las sabía todas, papá. Nadie puede con la nada.

Doblamos a la izquierda por Juan Carlos Gómez y al cruzar Buenos Aires pregunté secamente dónde íbamos.

-Tranquilo -sonrió Ray, estacionando en la esquina de Brecha y Reconquista. -Alquilé un vulo frente a la Torre de los Panoramas. Y pensaba mostrarte la proyección de una serie de slights exclusivos: los ocho cuadros polifocalistas delineados en carvonilla. Espínola los mandó fotografiar antes de pincelearlos.

-Estás mal estacionado -advertí mientras bajábamos.

-No te preocupés: porque ya hace unos cuantos años que los milicos me cuando yo quiero, ¿tamos? -alzó los lentes Ray, obligándome por primera vez a bajar la mirada.

Para ver la Torre de los Panoramas había que salir a la azotea del edificio, y preferí no ir. Desde el bulo de Ray se dominaba la frutalidad  radiante del Mar Dulce: la pieza tenía baño y tres ventanas, pero la mugre general y el hedor a haschich me sumergieron en la repugnancia de la bohardilla del hotel Stella donde vivió Abel Rosso. Ray corrió unas cortinas azules que se aturquesaron al bloquear el mediodía y dijo:

-Te aconsejo pitar para ver esto. Aunque hayamos tomado algunas copas, un petardo siempre viene vien.

No dije nada. Es la tristeza de París -pensé: La que mata. Y atención que esta vuelta en el Tren Fantasma recién acaba de empezar, viejo Marlowe.

-Espínola está filmando la retrospectiva con Mugni y Oyanedel -informó Ray. -Y ahora tienen ganas de ponerle otras cosas: tomas en Solís de Mataojo y en el taller de Avenida Brasil, música de Tosar y no sé cuántos chiches más. Pero lo que te voy a mostrar es exclusivo.

-¿Y al final nunca te largaste a hacer las esculturas de las Gárgolas? -seguí tratando de torear al hombrecito-simio-lagarto de traje reverdecido.

Ray chamuscó una punta de la tableta color mierda, mezcló el polvo con el relleno de un cigarro y recién al terminar de pasar la lengua por la hojilla retrucó:

-No preguntes vovadas. Si ya savés perfectamente quién me mandó castrar.

-Yo no fui. Y Dios tampoco.

Ray me alcanzó el petardo haciendo rechinar las pulseras, encendió el proyector que apuntaba a la pared del baño y dijo:

-¿Vamos a hacer las paces de una vez? Observá qué belleza de carvonillas y olvídate de todo y chau. Pero primero pasá el faso, campeón.


Entonces fumo con asco y cuando se proyecta el esqueleto de “La luz, las distancias y las horas” veo a mi padre agonizando entre las dos ventanas del taller de Manolo: está en la cama con la cabeza baja y al lado hay una silla de ruedas y un tanque de oxígeno: y de golpe me mira y se señala el pulmón derecho y descubro que tiene una calavera con cuerpo de víbora enroscada en la tráquea mordiéndolo y hablándole sin parar: y mi padre hace señas de querer escribir hasta que la ventana de la derecha empieza a ser perlada por una progresión de grumos celestísimos y él se concentra y parece esculpir sobre el destello algo que reza así: Una grandiosa sed de resistencia: / eso queda del viaje / en la estación oscura. / Pude sobrevivir tras un pincel flotante / -a ras de los horrores- / siendo sencillamente otro hermano azula / el color del misterio / con la razón domada: y el óleo de Manolo se expande por el cuadro percutiendo esfumados de insurrecta nostalgia y transcribo otros dos versos que hacen callar al diablo: Porque no conocemos de la inmortalidad / más que su espantapájaros: y mi padre se calza la máscara de oxígeno ya sentado en la silla de ruedas y sus ojos me dictan el final del poema: Pero por sobre todo deberás otorgarle / -antes de que atradezca- / una mansa mirada fluvial a lo terrestre. / Eso queda del viaje.


-¿Sigo? -preguntó Ray.

-¿Por qué no?

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