domingo

LA PEQUEÑA CRÓNICA DE ANA MAGDALENA BACH (30) - ESTHER MEYNEL


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Un padre tiene siempre cierta preferencia por su hijo mayor, y yo sentía como un pinchazo en el corazón al pensar que ninguno de mis hijos podría ser nunca el primogénito de Sebastián. Pero cuando vi que le ponían en los brazos a mi pequeña Cristina Sofía, me sentí lo suficientemente orgullosa y feliz para que desapareciesen todos los demás pensamientos. Como todos los Bach y como Lutero, a quien amaba y respetaba, estaba muy ligado a su familia y se encontraba satisfecho en compañía de sus hijos. Es verdad que a veces se ponía furioso cuando los chicos gritaban y corrían teniendo él la cabeza llena de música. Yo hacía lo que podía por tenerlos quietos, pero no siempre lo conseguía; entonces mi marido los regañaba y ellos, asustados, se sentaban y cuchicheaban con caras asustadas. Pero se enfadaba muy pocas veces, y yo me admiré a menudo cuando, rodeado de gritos infantiles, le veía componer música y escribir como si estuviera solo en el mundo. Y cuando uno de nuestros niños de pecho nos despertaba a media noche, porque quería que lo acunasen o le diesen el pecho, no se impacientaba nunca, Me compuso una melodía nueva para la encantadora canción de Lutero “¡Oh dulce niño Jesús que naciste sobre paja!” y, una vez que la aprendí de memoria, rompió el papel diciendo que la había escrito para mí y no quería oír aquella canción en otros labios. Ya que su deseo fue que esa canción muriese conmigo, no quiero escribirla, aunque me causa tristeza el pensar que tiene que desaparecer de este mundo cuando yo me vaya, pues es una melodía muy dulce. Cuando mi canción no acababa de tranquilizar al niño, lo solía coger en brazos y lo mecía hasta que se quedaba dormido. He observado muchas veces que los niños de pecho se tranquilizan al momento en cuanto los coge un hombre en brazos. Creo que les produce una sensación de seguridad y se duermen más tranquilos apoyados en los brazos fuertes que los rodean, pues los hombres cogen a los niños de una manera distinta que las mujeres, porque temen que se les caigan. Y así como los niños manifestaban ostensiblemente su satisfacción, a mí también me gustaba verle con un niño en brazos, y casi me saltaban las lágrimas cuando veía inclinarse aquella alma tan grande sobre una criatura tan débil. Cuán tiernos eran sus sentimientos para la infancia lo demuestran las cariñosas palabras que escribió en la dedicatoria del primer ejemplar de los Ejercicios para clavicordio, que depositó en la cuna del heredero del duque de Anhalt-Cöthen.

Sebastián tenía algo muy paternal en su modo de ser, pensaba constantemente en sus hijos, trabajaba para ellos y para su educación, y estaba más orgulloso de sus progresos que de los propios. A mí me trataba también, a veces, como un padre tierno a su hijo; ¡y qué refugio fue para mí la gran pena que me produjo la muerte de mi primera hija! ¡Cómo sufrió al tener que cerrar aquellos ojitos azules, bajo los cabellos rubios! Pero, a pesar de su pena, pensaba sólo en mí, y cuando vuelvo a recordar aquellos momentos en que conocí por primera vez el verdadero dolor, tengo la sensación de que le quise, si esto es posible, más que antes.

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