domingo

COSAS DE CASI CASA - FEDE RODRIGO


Una vez toqué timbre en la casa del fondo. La cerradura sonó y me saludó sonriente una aspiradora. Sí, una aspiradora: con su andar de carrito, su estómago de bolsa y su manguera ingrávida. Cómo habrá abierto la puerta, pensé. La aspiradora básicamente limpiaba y cuidaba al niño. El niño la amaba y ella a él. Ella lo amaba como se debe y aun más. Y lo limpiaba. Limpiaba todo y así era su casa: de vidrios tan limpios que al mirar para afuera se puede ver para adentro tuyo, de felpudo tan limpio que se podría usar de mantel, de piel tan limpia que casi no lleva olor a vida. El que mucho no encajaba era el señor con las huellas de barro. Ah, qué inoportunas eran sus huellas de barro y qué atareada mantenían a la pobre aspiradora. La aspiradora sólo limpiaba y cuidaba y amaba al niño. El hombre de suelas de barro nunca lo dice pero creo que también. El niño tampoco lo dice, lo aprendió de él. También aprendió lo dolorosas que pueden ser las huellas sobre los demás. En el instante en que la aspiradora abrió la puerta con su boca disimuladamente atragantada de barro recién aspirado sospeché cómo era la casa. Cuando me invitó a pasar revolviendo el aire lleno de olor a comida de hogar me alegré por cómo era la casa. Cuando a la aspiradora le dolió que me parara sobre el impoluto felpudo me confundió cómo era la casa. Pero cuando vi que debajo del felpudo estaban todos los vómitos de todo el barro de todas las huellas del hombre que la bolsa estómago de la aspiradora ya no pudo aguantar, entendí por qué es así el niño.

3/1/2017

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