Hugo Giovanetti Viola
Anoche, viernes 2 de diciembre, fui al Bar Coruñès porque se presentaba un adelanto acústico del tercer trabajo solista de Diego Presa (del que sólo conocía un corte promocional difundido en las redes) y al volver me quedé hasta las tres de la mañana escuchándolo completo.
Hoy lo volví a escuchar otras dos veces y terminé escribiendo debajo de una foto de Diego que apareció en Facebook: Uno de los grandes artistas de la historia del Uruguay acaba de cruzar los 40 años (cumple 41 este miércoles 7) y fue capaz de sacar un disco como “La playa desierta”, que es una especie de flor carnívora que nos devora la cobardía y nos hunde en el abismo celeste de la fe. Rápido y lentamente. Cualquier que se sienta un oriental con raíces en el Ayuí se merece este disco. Pero los que le hacen el juego a la “boutique del rock” (Indio dixit) se van a molestar con este amor. Sabelo.
Lo escribí de un tirón, y como coseché muchísimos me gusta en menos de media hora decidí reproducirlo al comienzo de esta paginita.
Anoche ya había había transcripto en mi muro, además, el texto del segundo tema, que se llama 40 años: y encontrás / la claridad del paisaje, / recobrás / el sentido del viaje. / más y más / te parecés a tu padre / y huís, huís / del olor y la traición / de tus madres. / y caminás / una playa desierta / atravesás / tus fantasmas y sus puertas. / más y más / precisás estar solo / masticar los miedos / el humo / lo que pudo haber sido todo. / volvés a salir / y volvés a reír. / más y más / la libertad está cerca / decidís que lo por venir / sea fiera verdad / o no sea.
Y aunque ya hace dos décadas que oigo cantar ininterrumpidamente al solista de Buceo Invisible, me di cuenta de golpe que su trabajo interpretativo y autoral había pegado un salto de garrocha hacia el lado de allá que obsesionó tanto a Dylan Thomas como al Johnny Carter de Cortázar o a San Juan de la Cruz o a Jerome David Salinger.
Porque este trovador oriental es un pobre de espíritu nato, y nunca se conformará con menos de ese aterrizaje que han logrado excavar a punta de verga (o clítoris) poquísimos artistas capaces de cagarse en la noción (políticamente correcta, por supuesto) de que el acceso a una iluminatio purificadora es un objetivo utópico.
Pista 6 (Contra el viento salvaje): lo que siempre pedí / me fue dado hace rato / ¿será cierto que ve mejor / en lo oscuro el gato?
Pista 9 (La canción verdadera): la canción verdadera es / la sal en la piel abierta / te obliga a seguir buscando / más lejos que las estrellas.
Pista 11 (SOS): algo vino y cambió / no habrá miedo esta vez / dios te invitaba a reír / te tocó en soledad.
Pero nada de esto nos erizaría hipnotizantemente sin el insólito dominio sismográfico de sus recursos vocales con el que a esta altura Diego Presa ha logrado purgar sus intenciones estéticas racionales hasta hacer emerger la incanjeable espesura de lo sublime, para hablarlo en Felisberto y Levrero al mismo tiempo.
Cuando el profeta pone el grito en el cielo casi nunca tiene idea de lo que va a decir.
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