domingo

LOS “TRUCS” DEL PERFECTO CUENTISTA Y OTROS ESCRITOS (4) - HORACIO QUIROGA


Selección, prólogo y notas: Beatriz Colombi y Danilo Albero-Vergara

PRÓLOGO (4)

La poética del cuento (1) 

Los artículos dedicados por Quiroga a la poética del cuento son reconocidos como la primera formulación desde el ámbito latinoamericano sobre el género (6). El “Manual del perfecto cuentista”, de 1925, abre la serie de notas sobre el tema. La intención es lúdica desde el comienzo: se trata de un “manual”, no de un “ars poética”, lo que nivela el oficio del escritor al del artesano, privilegiando el saber experimental sobre el teórico. Un manual “al alcance de todos”, de “cómodo uso y efecto seguro”, “para la confección casera, rápida y sin fallas, de nuestros mejores cuentos nacionales…”.

En el segundo artículo, “Los trucs del perfecto cuentista”, de 1925, pueden leerse también los pasos metodológicos de una manual de técnica popular, accesible a todos. Quiroga está remedando, en uno y otro, el discurso de los artículos de “ilustración callejera” o seudovisión científica: de hecho, califica su intento de “divulgación literaria”. Las revistas de la época alimentan, en sus secciones de radiotelefonía y en general de “handcraft”, el mito del “hágalo usted mismo”, prometiendo eficiencia, sencillez y éxito en la empresa con títulos como: “Construya usted mismo su altoparlante. Su construcción es sencilla y sus resultados inmejorables”. (7)

Los “trucs” son el manual de un saber literario que se presenta como accesible al gran público. Connotan, además de la idea de habilidad y destreza, la de engaño y trampa, que es la que permite la lectura periódica e irreverente de los consejos. No obstante, los artículos dedicados a la poética del cuento van asumiendo una paulatina gravedad desde el lúdico “truc” del primer artículo de la serie, hasta la más reflexiva “retórica” del último.

El “Decálogo del perfecto cuentista” de 1927 expone, de modo sentencioso aunque no solemne, sus principios de cuentística. No es ajena a la retórica de este decálogo -próxima al poema “Ars poética” de Huidobro- el discurso típico del género “manifiesto” de las vanguardias. Es que Quiroga vive el mismo clima cultural, y si bien no comulga con la opción estética, comparte con “los nuevos” la misma desprejuiciada beligerancia.

A los maestros del primer mandamiento del “Decálogo…” (Poe, Maupassant, Kipling, Chejov), habría que agregar los otros que Quiroga admira y cita en otras oportunidades: Hemingway, Bret Harte, Hoffman, Mérimée, Verga, Tolstoi. “Resiste cuanto puedas a la imitación, pero imita si el influjo es demasiado fuerte”, recomienda Quiroga en el tercer punto del Decálogo. El mismo ejerce sin reservas la práctica del “robo” literario siguiendo, quizás sin saberlo, los pasos de Cervantes, “los poetas son ladrones que se roban los unos a los otros”; sus incursiones en las temáticas y recursos de Poe, London, Kipling, Maupassant han sido ya suficientemente marcadas por la crítica. En una carta a José María Fernández Saldaña de 1903, le dice en tono de complicidad al colega de Consistorio: “Bien por tu novela. Me figuro ya los zarpazos que habrás echado sobre el D’Annunzio”.

El cuento es, según el Decálogo, un fin a donde todos los elementos conducen: desde la primera palabra hasta los pasos de los personajes. Como todo apunta a un fin, toda dilación es condenable: “No abuses del lector”, dice Quiroga, estableciendo un protocolo de recepción, al mismo tiempo que establece uno de escritura: se escribe desde la evocación y para el reducido cosmos del mismo cuento.

“No pienses en tus amigos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia. Cuenta como si el relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida en el cuento”, es el cierre de su “Decálogo…” que sirve de apertura al bordaje cortazariano. Siguiendo los pasos de Quiroga, Cortázar teoriza sobre el cuento en Último round, partiendo del punto x del “Decálogo…”, al cual califica como “impecable” mientras que considera el resto prescindible. Apoyándose en el trabajo de Quiroga, Cortázar reflexionará sobre el género, definirá su concepto de “esfericidad” y explicará su propio proceso creativo al escribir un cuento.

La poética quiroguiana expuesta en estos artículos adeuda a los escritos teóricos de Edgar Allan Poe sobre la composición, deuda que Quiroga asume en el primer mandamiento de su Decálogo. Poe había detonado en el siglo XIX las expresiones más innovadoras de la poesía y la prosa desde su “Helene”, punto de partida de la orfebrería parnasiana, hasta sus cuentos y escritos teóricos que impactan en la prosa de Baudelaire y en toda la generación simbolista. En el ámbito latinoamericano, la difusión de Poe es amplia, ya sea de modo directo -José Asunción Silva lo lee en inglés- o mediado por traducciones -como la de Pérez Bonalde- o las versiones francesas o españolas; (8) inclusive, en 1896, Rubén Darío le dedica un artículo en Los raros.

Las prescripciones constructivas de la poética de Poe, contenidas en “La filosofía de la composición” y en “Hawthorne”: intensidad, concentración, brevedad, unidad de “efecto”, una lectura que insuma entre media hora y dos, tienen su correlato en las exigencias del creciente mercado editorial de revistas. Que el cuento entre en una página es el principio que el español Pardo impone a Quiroga, y que traduce en términos pragmáticos y muy del siglo XX la poética de la intensidad y brevedad de Poe. En “La crisis del cuento nacional”, de 1928, dice Quiroga: “Luis Pardo, entonces jefe de redacción de Caras y Caretas, fue quien exigió el cuento breve hasta un grado inaudito de severidad. El cuento no debía pasar entonces de una página, incluyendo la ilustración correspondiente…”.

La “Filosofía…” de Poe es una poética de la racionalidad, de la medida exacta, del cálculo, por eso coteja la composición poética con un problema matemático. Quiroga, su epígono del Sur, adopta el rigor y adapta los principios constructivos, pero, paralelamente, pone en juego el desenfado, haciendo una asimilación paródica de estos principios. Cotejemos: el “efecto tristeza” de Poe tiene en “Los trucs…” su correlato paródico en la frase final propuesta por Quiroga “¡Estaba muerta!”; el recurso “estribillo” de Poe obtiene su parodia en el “truc leitmotiv” de Quiroga: “Comienzo del cuento: ‘Silbando entre las pajas, el fuego invadía el campo. La criatura dormía’. Final: ‘Allá a lo lejos, tras el negro páramo calcinado, el fuego apagaba sus últimas llamas…’”; el buscado “nevermore” de “The raven”, con sus “o” sonoras y su consonante vibrante “r” que prolonga el sonido, encuentra su reverso en el desparpajo del enunciado VI del decálogo quiroguiano: “Si quieres expresar con exactitud esta circunstancia: ‘desde el río soplaba un viento frío’, no hay en lengua humana más palabras que las apuntadas para expresarla. Una vez dueño de tus palabras, no te preocupes en observar si son entre sí consonantes o asonantes”.

Las recetas quiroguianas acuden sin pudores a la “Filosofía de la composición”; el primer “truc” recomendado es comenzar por el fin, el “dénoument” de Poe. Pero, a continuación, propone finales, comienzos y lugares comunes que entrarían en una antología de humoradas de la literatura. “Trucs”, “diabluras”, artimañas, oficio transmitido sin cualquier solemnidad, como diciendo: he aquí una poética, pero no sea la crean.

Quiroga asimila a Poe, pero da un paso más allá del norteamericano. Pone en duda el “cuento de efecto”, y lo contrapone al cuento “a puño limpio”, como queda claro en la carta a José María Delgado, (9), del 8 de junio de 1917: “Sé también que para muy muchos lo que hacía antes (‘cuentos de efecto’ y tipo ‘El almohadón’), gustaba más que las historias a puño limpio, tipo ‘Meningitis’ o los del monte. Un buen día me he convencido de que el efecto no deja de ser efecto (salvo cuando la historia lo pide), y que es bastante más difícil meter un final que el lector ha adivinado ya: tal como lo observas respecto a “Meningitis”. Aproximación esta que afirma su concepción del cuento a la de otros grandes narradores modernos. Final previsible, en muchos casos abierto, que Quiroga ha tomado de otro de los maestros mencionados en el primer punto del “Decálogo…”: Chejov. Basta sólo comparar “El amanuense” de Chejov, “Los precursores” de Quiroga y “A Clean Well-lighted Place” de Hemingway para encontrar significativas coincidencias estructurales.


Notas

(6) Véase Mora, Gabriela, En torno al cuento, de la teoría general y de su práctica en Hispanoamérica, Madrid, Porrúa Turanzas, 1985. (Segunda edición, actualizada y ampliada, Buenos Aires, Danilo Albero-Vergara, 1993.)
(7) Beatriz Sarlo ha analizado la relación entre la producción quiroguiana y los discursos del informe médico y la difusión científica en La imaginación técnica. Sueños modernos en la cultura argentina, Buenos Aires, Nueva Visión, 1992.
(8) Véase Glantz, Margo, “Poe en Quiroga”, en Angel Flores, Aproximaciones a Horacio Quiroga, Caracas. Monte Avila, 1976.
(9) Cartas inéditas de Horacio Quiroga. Tomo II, Montevideo, Instituto Nacional de Investigaciones y Archivos Literarios, 1959.

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