Con surtidos de psicología sobre el Imperio de Zapicán
Todos estos peajeros, y estos Reyes, y estos mercaderes; todos estos guardianes de países y de tiendas, todos son mis enemigos. Abomino todo sacrificio al dios vulgo o al dios éxito. Me repugna lo trivial. Odio la hipocresía y el servilismo como los mayores crímenes. He de decir la Verdad aunque me aplaste el Universo.
NIETZSCHE:
Así hablaba Zaratustra.
Así hablaba Zaratustra.
Quiero dejar constancia de que desapruebo tu exaltación partidaria hasta el extremo de atiplar insensatamente la censura a hombres de la talla excelsa de don Cándido Joanicó: un civilizado augusto de la Sibaris aristócrata; un galanteador de Versalles que brillaba en nuestro salones como un sol entre candiles; cuyo acento persuasivo era una flauta mágica, de armoniosos terciopelos y de insinuantes caricias; un Alcibíades superior que se paseaba egregiamente, en los pórticos de su orgullo, mientras las tribus hermanas de los blancos y los colorados, prosiguiendo la guerra a muerte de los charrúas y chanás, se arrojaban, a la faz del mundo, los huevos malos de sus rencores!
Monsieur Cándido Joanicó, que oficiara en el demi-monde de libertino profeta, fue un caballero de clarividencias excepcionales, un dominador nietzscheano, un piloto serenísimo de largas miras políticas, adelantado a esos tiempos de brumazones salvajes, cuyas ideas ciudadanizadas en la más alta ciencia, fueron la doma, el amansamiento de los partidos hidrófobos, el bienestar económico de la comarca, y la incorporación del elemento europeo como único factor de paz, trabajo y cultura. Educado lujosamente en los primeros centros del Mundo, hizo amistad con Carrel, Lamarine, Victor Hugo, Alejandro Dumas, Saint-Beuve, Hipólito Taine, Girardin, Thiers, Sandeau, José Espronceda y la pléyade que en aquella época fecunda para la Francia, en glorias de todo género, llevaba la dirección de la Poesía, del Periodismo, de la Ciencia y de la Política. Y arrojado sobre el Uruguay, por el naufragio de las vicisitudes, aquel ilustre paladeador de refinamientos, aquel Apolo de gabinete, aquel Louvs de las demimondeanas, digno de otro escenario para ostentarse, holló con su coturno regio, con su crépida de oro este desierto desolado sobre el que soplaba un Simoun de exterminio, de estupidez y de barbarie atávica. Como la natividad de Nicolás herrera, de Santiago Vázquez, de Andrés Lamas, de Lucas Obes, de Pacheco y Obes, y Juan Carlos Gómez, su nacimiento en estos lares de criar vacas, constituye una crueldad de la Naturaleza, una ironía de la voluptuosa Venus a la severa Minerva…!
Soy de opinión, querido amigo, que para juzgar severamente a los grandes hombres hay que ser un gran hombre. Me irrita el manoseo como una falta de educación, y yo, en tu caso, me hubiera tenido que empinar muy mucho para alcanzar a ver la sonrisa de desdeñosa superioridad que ostentan las eminencias como Joanicó; de quien mi abuelo dijera que pensaba más mientras dormía, que el resto de los uruguayos despiertos…!
De don Cándido hay que decir lo que dijo don Juan Valera, de Byron, el Lucifer, con motivo de haber desfigurado el banal Núñez de Arce, en una elegía burguesa, la figura caprichosa del gran lord: “Byron es mírame y no me toques”.
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