domingo

QUÉ SERÍA DE NOSOTROS SIN EL CAPÍTULO 7 DE RAYUELA



por Ulises Argandona

El lector podrá leer el siguiente texto de dos maneras: una reducida, en la que continuará leyendo el siguiente párrafo a continuación de estas líneas, que pertenece a Julio Cortázar, y saltando después de él al penúltimo párrafo del artículo, igualmente del escritor argentino; de esta manera habrá leído en su integridad el capítulo 7 de Rayuela, de una manera confusa y precaria, por lo que se recomienda que acuda a la obra original para disfrutarlo como merece. También tiene la opción de leer el artículo en toda su extensión, donde encontrará una difusa teoría sobre la importancia de tal texto cortazariano.

“Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja”.
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Trato de imaginar cómo fue, de fantasear qué se siente al producir algo perfecto. Qué maravillosa sensación de poder o de rabia, qué vanidad deseada. Trato de imaginar a Julio Cortázar. Dónde… en una habitación poco iluminada de París, mientras llueve, eso seguro, pero no sé en cuál de sus dos casas en las que escribió Rayuela, si en el pequeño apartamento del séptimo distrito, o la casita con jardín donde vivió diez años. Cuándo… allá en el tiempo del medio siglo nuclear, en los últimos años cincuenta y los primeros sesenta, la mañana -sí, mi imaginación decide que fue una mañana- que escribió el que sería capítulo 7 de Rayuela. Lo imagino sentarse con un Gauloise encendido y teclear esas doscientas sesenta y siete palabras, un par de párrafos. Reclinándose después del punto final, tomando distancia de lo que acaba de imprimir a golpe de Olivetti en el papel. Y hacer lo que yo haría después de lograr algo así: levantarme, preparar un café y decidir que voy a pasear por París, sin pensar en nada y en todo, que por hoy ya cumplí con la historia de la literatura.

Habrá quien diga que el capítulo 7 es cursi. Quizá lo sea. Quizá todo Cortázar tenga esa debilidad, adolezca de excesivo lirismo. Y sin embargo, qué difícil resulta condenar, sin morir por un mayor exceso de cinismo, cualquier cosa por ser demasiado lírica en un mundo tan carente de poesía. El capítulo 7, gustos aparte, es una de las hojas más perfectas de la literatura universal. Pertenece a Rayuela, pero tiene identidad propia y el placer de su lectura no depende del resto de la obra. Es un poema en prosa con la narración más original y musical de un beso que se haya escrito jamás. Su efecto en el lector primerizo es inmediato, sucumbe pública o secretamente al recuerdo de su propio beso anhelado o de su boca amante imaginada. Siempre ocurre, incluso a los tipos y tipas inalterables que huyen de toda cursilería. Hagan la prueba: si conocen a alguien de este tipo, invítenle a leer por sorpresa estos dos párrafos, y no le quiten la vista de encima, sabrán percibir ese algo conmovido dentro de los imperturbables.

El hecho de que el capítulo 7 tenga una más que relativa autonomía con respecto a Rayuela no significa que ocurra lo mismo en el sentido contrario. Cualquiera podría pensar que un par de párrafos con poco más de doscientas palabras, que no aportan novedad alguna a la trama de la novela, y que funcionan como un lírico descanso narrativo -el relato de un beso (o de una forma de besar) entre los dos supuestos personajes que tantos otros besos sabemos se han dado- no deberían alterar en apenas nada el curso de la historia narrada, ni tampoco la experiencia global que supone la lectura de Rayuela. Puede ser. Seguramente, así sea. Sin el capítulo 7 Rayuela continuaría siendo la misma obra magnífica y determinante, y su influencia la misma. No cabe duda. Pero a mí me gusta pensar que el capítulo 7 tiene una función más importante, que es una pieza mágica, un esoterismo literario de los que solo existen en el universo cortazariano, como el personaje Morelli. Y tengo una teoría, por supuesto, para lanzar irresponsablemente al viento.

Como se sabe, Rayuela se puede leer de dos maneras: “en la forma corriente” del capítulo 1 al 56, “al pie del cual hay tres vistosas estrellitas que equivalen a la palabra Fin. Por consiguiente, el lector prescindirá sin remordimientos de lo que sigue”; esta es la primera manera, así lo explica Cortázar en las instrucciones del “Tablero de dirección”, y lo hace también con la segunda opción, que incluye noventa y nueve capítulos más: “empezando por el capítulo 73 y siguiendo luego el orden que se indica al pie de cada capítulo”. Mi recomendación para quien decida leer Rayuela es que lo haga una primera vez en el orden corriente, y posteriormente la relea en la versión extendida.

Y ahora… mi teoría sobre el papel mágico esencial que tiene el capítulo 7 en Rayuela radica en una mera curiosidad: es el único capítulo que queda encerrado en el mismo orden entre capítulos en una y otra forma de leer el libro. En la manera corriente sigue, lógicamente, al capítulo 6 y precede al capítulo 8. Exactamente igual que en la versión extendida, cosa que no ocurre con ningún otro capítulo, viéndose el lector obligado a saltar después de dos capítulos seguidos obligadamente a otro. Tal vez se trate solo de un azar, algo que sería muy cortazariano, a lo que Horacio Oliveira se hubiese empeñado en extraerle un oculto significado, y que la Maga hubiese desconsiderado como una simple y bonita casualidad. Yo -que debo ser del tipo triste de los Oliveira- me resisto a concederle a la mera casualidad un hallazgo tal. Y me pregunto por qué el capítulo 7 es el único que ha de estar de manera imprescindible en un solo lugar en los dos libros que constituye Rayuela, como una especie de engranaje mágico. ¿Por qué exactamente entre el 6 y el 8, es decir, siendo a todos los efectos el único y posible capítulo 7? ¿De dónde viene el capítulo 7? Las palabras que lo preceden, las últimas del 6, son sugerentes y se escriben de manera doliente: “Pero el amor, esa palabra…”, las mismas con las que arranca el “prescindible” capítulo 93, el mismo al que dirige el capítulo 8. ¿Puede significar algo todo esto? Lo más probable es que no. Pero a mí me gusta pensar que la perfección del capítulo 7 esconde un poder que quizás solo conocía el mago Cortázar, y que supone el corazón que estructura toda la maravillosa historia de Oliveira y la Maga.

Durante un tiempo me gustó fantasear con la posibilidad de que el capítulo 7 hubiera sido el primero de los capítulos que escribió Cortázar de Rayuela, que de él surgió todo lo demás y que por eso tiene un lugar estratégico, de excepción en el laberinto de la novela. Pero al fin descubrí que el propio Julio reconoció que lo primero que escribió de Rayuela fue el capítulo 41. Un tiempo después di con otra idea que me sedujo sobremanera y que es la leyenda personal en la que he decidido creer. Como también se sabe, una de las más célebres características de estilo de Rayuela es su narrador omnisciente entre la primera y la tercera persona. Mi teoría, sin más fundamento que el deseo, es que solo hay un capítulo en que el narrador no siente y padece en primera o tercera persona como Horacio Oliveira, y que ese capítulo, por supuesto, es el 7. Yo creo que el capítulo 7 es el único imprescindible, porque la primera persona que escribe ese beso eterno es la Maga. 

“Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua”.

En definitiva, qué sería de nosotros sin el capítulo 7 de Rayuela. Estaríamos perdidos, todo el “Tablero de dirección” se desmoronaría, quizás, como si a un cubo de Rubik se le extirpase la pieza central, o lo que sea el diabólico mecanismo que le hace girar de tal manera. La Maga se dejaría caer por una ventana, llena de recuerdos, París se quebraría bajo los efectos de un terremoto inexplicable, el Pont des Arts desaparecería a la vista de millones. Qué sería de nosotros. Nos faltaría algo al volver a mirar otros ojos sin apenas distancia de por medio. Perfilaríamos la boca amada como se completa un crucigrama, y se nos borrarían de la memoria todos los besos dados y recibidos. Sería terrible.

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