domingo

LOS RECOVECOS DE MANUEL MIGUEL (18) - Desbocada reinvención de la vida de Manuel Espínola Gómez



Hugo Giovanetti Viola

Primera edición: Caracol al Galope, 1999.
Primera edición WEB: elMontevideano Laboratorio de Artes, 2016.


QUINTA PUERTA: CIERTO REGRESO, CIERTA CONTINUIDAD, CIERTO SUEÑO (2)

Al llegar a la plaza nos cambiamos las camisas y las medias ensopadas, y cenamos con los tíos de Manolo. La tía María come los tallarines con salsa azucarada y toma unas píldoras del padre Vilas, quejándose de un dolor que se le mueve entre el hígado y el estómago. Al rato estamos todos aplaudiendo la teatralidad rampante de un recitado de Manuelito y la tía se olvida de la dolencia y yo del chiquilín que tomaba vineta y hablaba como un viejo. Ahora llueve mansamente. Los tíos se acuestan y nosotros nos quedamos con el gato en el comedor, donde tenemos armadas las camas.

-Mirá qué relámpagos de la masita -dice Manolo al apagar la lámpara. -¿Vamos a hacer un EXPERIMENTO LUMÍNICO con el gato?


Y levantó la sombra arqueada del animal y se acercó a la celosía por donde penetraban los tableteos de azufre. Pero cuando el gato reflejó casi enceguecedoramente la próxima explosión -y Manolo cerró los ojos y le besó la panza- su cabeza de transformó en un rostro de niña que desapareció enseguida, con el rodar del trueno.


-Bueno, vaya a dormir de una vez -dice mi amigo, soltando al bicho en la penumbra de la cocina. Y se mete en la cama y al rato murmura: -Estoy medio triste, loco.

-¿De qué murió el hermano del pelirrojo?

-Nació enfermo. Dicen que tenía el estómago hecho una masa con el páncreas y el hígado. Algo así. Era compañero de escuela mío, pero casi nunca iba. Un tipo inteligentísimo. Se pasaba leyendo de todo, con Tomatito. Yo jugaba con ellos cuando venían a la casa de la prima, aquí enfrente.


Chapete andaba siempre de pantalón largo y tenía cuerpo de títere y los labios cianóticos y una mirada estoica y empozada y la vez que se sentaron juntos en el cine y se atacó de tos hasta quedar azul estuviste a punto de rezar para que se calmara y una tarde te desafió a luchar en la casa de la prima y rodaste y te revolcaste abrazado de tus huesitos y te diste por vencido fingiendo no poder más y Chapete creyó ahogadamente en su victoria.


-¿Tomatito era el menor? -pregunto, desvelado.

-Sí. Dos años menor. Y fue como un esclavo del otro. Pero el otro era un bicho fabuloso. Yo soñaba con hacerle un dibujo, pero nunca me animé. Porque la idea era hacerle un ojo, nada más: UN OJO COMO UN FARO. Y el resto de la cara que se fuera perdiendo.


Y otra tarde te animaste a esconderte con la prima de Chapete en el baño y besar en la boca a la chiquilina de 7 años igual que en la pantalla cinematográfica y como si saborearas el color de un helado y de golpe escucharon el pestillo y la puerta dejó asomar milimétricamente un OJO que te ofrendó la primera HERMANDAD EN LA LUZ que conociste.


-A mí me gustaría ser director de cine -agrega Manolo, euforizándose. -Y filmaría todo. TODO. Que no quedara nada perdido. ¿Vos sabías que aquí vino un ingeniero el año pasado y filmó a medio pueblo? Vino con un sobrino de Fabini. Yo pedí para salir, también. Y Chapete también quedó GUARDADO allí. ¿No es algo fabuloso?

-¿No sabés cómo se llamaba el sobrino?

-No. Creo que Romeo. A lo mejor Tomatito se acuerda. Aunque él se quedó sin salir en la cinta: nunca pudimos saber dónde carajo andaba ni lo que hacía. Y Paloma (la prima) y mi gato tampoco aparecieron, qué joder. A mí me pone medio tristón todo ese desperdicio.

-A mí también. 

-Che: llueve como la puta, otra vez.

Cuando recién se mudaron al pueblo dormían con el General en un cuarto sin cielorraso y en invierno las chapas condensaban goterones insufribles y el General colocó un tablón de cabecera a piesera encima de tu cama y tendió un poncho de fieltro donde se deshacían los colmillos de la intemperie hasta que tía María les pagó un cielorraso de pinotea con la plata que guardó de una lotería que el General no compartió por puro capricho de “cabulista” y empezaste a entender que vivías en un planeta indescifrablemente doloroso y seguro.

Al rato me levanto para ir al baño y al atravesar la cocina veo que el gato rebrilla y me sonríe con facciones de niña, otra vez.

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