domingo

LA PEQUEÑA CRÓNICA DE ANA MAGDALENA BACH (21) - ESTHER MEYNEL


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Siempre estaba dispuesto a oír músicos, de su ciudad o de otra, y le causó una verdadera desilusión el que todos sus intentos por conocer a Haendel fracasasen. Admiraba y le encantaba la música de ese maestro, y pasaba horas enteras copiando las partituras del hombre admirado (un trabajo agradable en el que me gustaba ayudarle). También dirigió en Leipzig la ejecución de la cantata de Haendel sobre “La Pasión de Nuestro Señor”, Como ambos habían nacido en Sajonia y en el mismo año, Sebastián tenía la sensación de que, también fuera de la música, existía un lazo entre ellos, e hizo varias gestiones para encontrarse con Haendel. Una vez, en ocasión en que este pasaba una corta temporada en Halle, su ciudad natal, Sebastián fue desde Cöthen exclusivamente para saludarle, pero llegó al anochecer del mismo día en que Haendel se había vuelto a marchar. Diez años después, Haendel volvió otra vez a Halle, y Sebastián le mandó por mediación de su hijo una invitación para que fuese a visitarle a Leipzig, ya que él se encontraba indispuesto y no podía emprender el viaje de Leipzig a Halle. Pero a Haendel le debió ser imposible ir, y Sebastián se llevó una nueva desilusión y hubo de renunciar a la alegría de conocer al gran compositor, al cual admiraba y de quien suponía que también desease conocer a su gran paisano. Haendel era un músico suficientemente grande para reconocer la grandeza de las obras de Sebastián, aunque la fama de este quedaba limitada a Alemania, mientras que su nombre sonaba hasta en Italia e Inglaterra. Pero es que Haendel buscaba el público, viajaba mucho y ganó mucho dinero, mientras que Sebastián huía del ruido y del mundo y se dedicaba al trabajo tranquilo y silencioso en el seno de su familia.

Solamente en otoño tenía Sebastián la costumbre de viajar un poco, casi siempre para probar en algún sitio un órgano nuevo e informar sobre él. Constantemente recibía de todas partes peticiones para que hiciese esa clase de informes, pues estaba probado que sabía juzgar las cualidades de un órgano con la misma maestría que lo tocaba, y que sus juicios eran siempre irrevocables y completamente imparciales.

Refiriéndose a esto decían sus amigos que, por su gran franqueza y honradez, se creaba enemigos, pues por ningún motivo era capaz de cerrar los ojos y callar el menor defecto de un órgano. -Nada es baladí en un órgano -solía decir. Lo primero que hacía al ir a probar uno, era sacar todos los registros, para oír sonar el órgano de lleno y poder observar, como decía frecuentemente con una sonrisa, “si el órgano tenía los pulmones sanos”. Después, observaba hasta los detalles más nimios. Un constructor de órgano que no hubiese trabajado a conciencia, tenía realmente motivos para temer un examen hecho por Sebastián.

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