domingo

LA PEQUEÑA CRÓNICA DE ANA MAGDALENA BACH (20) - ESTHER MEYNEL


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Los otros dos preludios que eran verdaderamente admirables eran los destinados a la época de la Cuaresma: “Oh, inocente Cordero de Dios”, y “Oh, hombre, llora tu gran pecado”, Los últimos compases de ese coral son tan tristes y hermosos que cuando los escuchaba, temblorosa, me parecía que se me detenía el corazón.

Pero si empiezo a pensar en su música y a hablar de ella, me temo que la historia de su vida quedará sin escribir; mas el querido librito para órgano está tan lleno de recuerdos de mi felicidad pasada, que es me es difícil apartar los sentimientos que me sugiere.

Durante su época de Weimar había llegado Sebastián a ser un maestro completo e insuperable en el órgano y en los demás instrumentos de teclado, y había inventado y propagado una nueva manera de colocar y mover la mano, tan original y cómoda, que la opinión de la gente era que no había nadie que pudiese superarlo en nada referente a la música. En Dresde, hasta ya había llegado la fama de Sebastián, se presentó en aquella época un famoso músico francés, Juan Luis Marchand, hombre muy vanidoso, pero realmente muy capaz, y anunció que estaba dispuesto a competir con todos los músicos del país sobre los que esperaba demostrar su superioridad. Ese modo de obrar no era propio para despertar el interés de mi Sebastián, y ni siquiera hubiera salido a la calle para oír hablar de aquel asunto. Pero algunos músicos alemanes se sintieron ofendidos por el presuntuoso desafío del francés  y le agobiaron a súplicas para que defendiese la música alemana y se midiese con él. A disgusto y vacilando se dejó convencer y acabó por aceptar el reto de Marchand. Pronto quedaron arreglados todos los detalles para el encuentro, que había de celebrarse en casa del conde de Flemming. Acudieron muchas damas y muchos caballeros de la Corte, que esperaban excitados el principio del torneo, cuando en la sala, brillante por las luces de innumerables velas, entró Sebastián, tranquilo como siempre. Iba dispuesto a someterse a cualquier prueba musical que le propusiera el francés. Pero aquel señor extranjero se hacía esperar y no hubo más remedio que mandar, al cabo de un rato, a un lacayo a su casa, para buscarlo. Mas pronto regresó el criado con la noticia de que el monsieur se había ausentado de Dresde aquella misma mañana en una silla de posta especial. Se sospechó que habría tenido ocasión de oír tocar a Sebastián, sin ser visto, y reconocería en él a un hombre con el que no podía competir, llegando a la conclusión de que lo más conveniente para su fama era no acudir al concurso.

Debo confesar que esta anécdota no se la oí contar a Sebastián, sino a otra persona que la presenció. Nunca le causó alegría derrotar a un rival, y se enojaba bastante cuando se contaba ese suceso en su presencia. Aseguraba que Marchand era un gran músico y que aquel asunto había sido exagerado por gente desconocedora del arte. Una vez, estando Sebastián en Erfurt, oyó hablar mal de Marchand y contuvo las críticas con las siguientes palabras: -Os voy a enseñar lo hermosas que son sus suites para clave, que tanto despreciáis. -Se sentó al clavicordio, y supo elegirlas y tocarlas con tanta delicadeza y maestría, que parecieron muy superiores a lo que realmente eran. Esa misma generosidad mostró siempre con todos los músicos. Sabía hacer tolerable su grandeza, gracias a la bondad de su corazón.

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