domingo

LA CONVERSACIÓN CONSIGO MISMO DEL MARQUÉS CARACCIOLI (12)


EL LIBRO QUE JOSÉ GERVASIO ARTIGAS RELEÍA TODOS LOS DÍAS EN IBIRAY
(Fragmentos del capítulo VIII de Artigas católico, segunda edición ampliada con prólogo de Arturo Ardao, Universidad Católica, 2004)

por Pedro Gaudiano

APÉNDICE 9

La conversación consigo mismo, por el marqués Caraccioli *


ANTOLOGÍA DE TEXTOS 

PRÓLOGO DEL AUTOR (3)

Suplico que el título de Conversación consigo mismo no exaspere a los hombres disipados. He preferido la utilidad de ser entendido, al honor de pasar por docto. Dejo a los metafísicos el grande arte de sondear el alma, y hacerla ver (tan espiritual como es) más sensible que nos mismos sentidos. He querido que leyendo esta obra, piensen todos, sin advertir que piensan. Los hombres del día están en continua centinela contra todo lo que les parece demasiado serio, a menos que la seriedad no los lleve el materialismo, y tras de esto a la incredulidad.

De este tenemos un ejemplo en la obra intitulada: el Espíritu. Este libro, aunque es absolutamente abstracto, no se ha derramado por todas partes sino porque contiene los principios más erróneos, pues nos confunden con las bestias, y supone que todas las virtudes son un interés abominable. En ningún siglo se ha abusado tanto de la metafísica como en el nuestro: se ha desespiritualizado (!), permítaseme decirlo así, y de ella no se han conservado sino los términos para honrar con ellos los cuerpos. Y así la verdadera metafísica ha desaparecido, y no ha quedado más que una jerga o guirigai.

La Conversación consigo mismo, aunque traducida en italiano, e impresa también en Roma hace algunos años, logrará en muchas partes  el mérito de libro nuevo. Esta obra se imprimió tan mal por culpa del librero, no menos ignorante que bribón, que se ha quedado sepultada en Italia. No se podían leer algunas páginas sin indignación; el papel, los caracteres y las erratas concurrieron todos los acordes para hacer monstruoso este libro.

Fuera de esto, la Italia está demasiado entregada a las leyes y antigüedades, y gusta muy poco de obras que traten del alma y sus atributos. Allí no se sabe otra metafísica que la Escolástica, cuyas cuestiones son verdaderamente ridículas. Malebranche, colocado allí en el Índice, es una buena prueba de lo que decimos, aquel célebre metafísico que sacó de San Agustín su sistema.


Esto no obstante debo decir, que la Conversación consigo mismo ha sido aprobada por el padre Orsi, Maestro del sacro palacio, y aplaudida por el padre Fabrici, lector de Teología, como que era una obra docta, juiciosa y llena de una filosofía juiciosa y cristiana.

Ahora que este libro va a hacerse público podrá agregarse a la posesión de sí mismo, que ya se imprimió. Estos dos tratados, que forman un cuerpo de metafísica práctica, se sirven uno a otro de apoyo para acordarle al hombre quién es, y nos hacen ver que es preciso comenzar conversando consigo mismo para poseerse.

Los que leyeren esta obra la harán mucho favor, y no la honrarán menos los que no la lean; porque así probarán que es verdad lo que yo he dicho cuando afirmé que los libros serios no se buscan ya, y que nuestro siglo es la estación de la disipación y el libertinaje.

Muchos jóvenes irán en tropa a la librería y verán muy por encima el título del libro, y luego lo arrojarán sobre el mostrador. ¡Ah, insensatos! ¿Qué tenéis miedo de ver a vuestra alma, creéis hallar vuestra dicha en lecturas viciosas y frívolas? Sabed que no hay paz para los hombres disipados, y que solo aquel es feliz que se conoce! Estudiémonos, pues, a nosotros mismos; este estudio superará a todas las ciencias, y a todos los placeres.

Además de esto, por muchas luces que tenga el hombre, si se ignora a sí mismo, no será más que una nube sin agua, y un conjunto de conocimientos inútiles. Ninguno sabe más que el que somete a la autoridad de la Religión, que reside dentro de nosotros mismos, y no el que hace estudio de aprender todas las opiniones filosóficas esparcidas por el universo.

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