domingo

LOS SINUOSOS CAMINOS DEL SABER (4) - RICARDO AROCENA


HEREDARÁS EL VIENTO
En la primera post guerra la ciencia y el progreso tecnológico estaban convenciendo al mundo de que la razón podía explicarlo y proporcionarlo todo, no sólo en cuanto a mecánica, electricidad y astronomía, sino también en los dominios del cuerpo y del espíritu: hormonas, vitaminas, cromosomas, psicoanálisis, etc. Algunos religiosos, que dieron en llamarse fundamentalistas, reaccionaron contra estos avances y sosteniendo la validez textual de las enseñanzas de la Biblia, se negaron a reconocer cualquier otra teoría sobre el origen y la evolución de la humanidad.
Una de las consecuencias de esta reacción fue prohibir por ley la enseñanza de la teoría de la evolución. Esta ley de Tennessee fue deliberadamente desafiada por John Thomas Scopes, de 24 años, que se desempeñaba como profesor de biología en la Central High School de Dayton, que continuó enseñando la teoría de Darwin, por lo cual fue apresado y sometido a juicio. El "proceso del mono" como se lo conoció tuvo una repercusión inusitada y se transformó en una batalla entre ciencia y religión.
De fiscal ofició Williams Jennings Bryan, quien era un experto en materia religiosa, además de un destacado hombre público. Como abogado defensor ejerció Clarence Darrow, un abogado ateo que poco antes había sido defensor de dos famosos asesinos. El proceso fue sensacional y convirtió a Dayton en una verdadera tribuna, asediada por visitantes de todo el país. Tras muchas discusiones el proceso llegó a su punto crítico cuando el defensor llamó al fiscal al banquillo de los testigos, como experto en la Biblia. Le preguntó sobre Jonás y la ballena, sobre el origen de la mujer de Caín, sobre la fecha del Diluvio. Al defender como verdaderas las enseñanzas literales de la Biblia, Bryan debió aguantar una prolongada humillación.
Si bien judicialmente la batalla fue ganada por los fundamentalistas, en un sentido más amplio la victoria fue de los partidarios de la ciencia y la evolución, que obtuvieron que la religión no fuera considerada como una verdad dogmática, sino un tema discutible. El proceso judicial fue llevado al teatro por Jerome Lawrence y Robert E. Lee, que bautizaron la obra con el nombre de “Heredarás el viento”. Los autores se inspiraron en una cita bíblica que dice: "El que turba su casa heredará el viento y el necio será siervo del sabio de corazón" (Proverbios, XI, 29).
EL HUEVO DE LA SERPIENTE
No podemos hablar de autoritarismo y de sus efectos perniciosos para el desarrollo del conocimiento científico y obviar lo que ha sido uno de los períodos más oscuros de la historia de la humanidad, como lo fue la consolidación del nazi fascismo. Luego de su "resistible ascensión", como la denominara Bertold Brech, el "Reich de mil años" no vaciló en perseguir a los más distinguidos exponentes de la ciencia y la cultura, en destruir centros intelectuales de primer nivel como lo fue por ejemplo la Bauhaus o en rechazar gran parte de la producción artística de la época, calificándola de "arte degenerado". Los que comenzaron quemando libros, terminaron quemando hombres, diría Ilya Erenburg.
Aquellas dictaduras terroristas, hijas de los monopolios y del capital financiero, sin embargo no vacilaron en poner los más modernos adelantos científicos a su servicio. No, por supuesto con el objetivo de mejorar la calidad de vida de la humanidad sino con el solo fin de consolidar su poder y destruir a quienes consideraban sus enemigos.
Los hornos crematorios, los más modernos adelantos en materia de clasificación de datos, cedidos graciosamente en su momento por la IBM y la más sofisticada producción armamentista demuestran que aquellos regímenes no rechazaban los adelantos científicos si estos les eran útiles.
Estuvieron al servicio de la barbarie algunos científicos que no merecen considerarse como tales. Es evidente la atrofia del sentido de responsabilidad de individuos como Schilling, Lokar y Sigmund Rascher que experimentaron con seres humanos vivos. Este último, por ejemplo, dirigió en Dachau los experimentos con prisioneros de guerra colocados en cabinas herméticas a baja presión. Expuso las conclusiones a que llegó en un tristemente célebre opúsculo al que tituló eufemísticamente: "Experimentos sobre el salvamento de la vida a grandes alturas".
Pero así como no faltaron seres de esta calaña, hubo otros que honraron, aun en las entrañas del monstruo, al quehacer científico. El físico alemán Werner Heisemberg, uno de los pocos que durante aquellos años permaneció en su patria, supo desinformar con gran riesgo de su vida a los acólitos de Hitler acerca de las posibilidades de crear la bomba atómica. No sólo no participó en la preparación de la construcción de ningún arma de destrucción masiva, sino que además infundió a los dirigentes nazis la idea de que era imposible crearla.

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