XIX
/ CUENTOS DE LA TIERRA PURPÚREA (7)
El cuento de Lechuza
dio gran satisfacción. Yo no dije nada, quedando medio atontado de asombro,
porque era evidente que el hombre lo había contado enteramente convencido de
que era verdad, mientras que los otros parecían aceptar cada palabra con la más
implícita fe. Empecé a sentirme muy desanimado, pues era evidente que ellos
esperaban ahora algo de mí, y qué cosa contarles, no sabía. Me repugnaba ser el
único embustero entre estos extremadamente veraces orientales, así que ni por
pienso podría haber inventado algo.
-Amigos -empecé, por
último- soy solamente un joven; además vengo de un país donde no suceden con
frecuencia cosas maravillosas, de modo que no puedo contarles nada comparable
en interés a los cuentos que he oído contar aquí esta noche. Sólo puedo
relatarles un pequeño incidente que me pasó en mi país, poco antes de venirme.
Es, tal vez, trivial, pero servirá para contarles algo de Londres, aquella gran
ciudad de la cual habrán oído hablar, seguramente.
-¡Sí! Hemos oído de
Londres; está en Inglaterra, creo. Pues bien, cuéntenos su cue de Londres-,
dijo Blas animándose.
-Yo era muy joven,
tenía sólo catorce años-, continué lisonjeándome de que mi modesta introducción
no había dejado de producir su efecto-, cuando una noche fui de mi casa a
Londres. Era en el mes de enero, en pleno invierno, y todo el país estaba
cubierto de nieve.
-Perdone, mi capitán
-dijo Blas-, pero usté ha tomao el pepino por el revés. Nosotros aquí en la
Banda Oriental, decimos que Enero está en el verano.
-En mi país no es así,
donde las estaciones son todo lo contrario de aquí. Cuando me levanté a la
mañana siguiente, todo estaba oscuro como la noche, pues había caído una
neblina negra sobre la ciudad.
-¡Una neblina negra!
-exclamó Lechuza.
-¡Sí! Una neblina negra
que duraría todo el día y lo haría más negro que la noche; pues, aunque estaban
alumbrados los faroles en las calles, no daban luz.
-¡Ay juna! -exclamó
Rivarola-, no hay agua en el balde. Tengo que ir al pozo a buscar un poco de
agua, o no tendremos una gota que beber en tuyita la noche.
-Me parece que por lo
menos podría esperar hasta que acabe mi cuento.
-¡No, no, mi capitán!
-repuso él-. Siga con su cuento nomás, no podemos estar sin agua. -Y tomando el
balde, se marchó.
-Viendo que iba a estar
obscuro todo el día-, continué- resolví irme a corta distancia, no enteramente
fuera de Londres, ¿entiende? Sino a unas tres leguas de mi hotel, a un gran
cerro donde pensé que la neblina no estaría tan espesa y donde hay un palacio
de cristal…
-¡Un palacio de
cristal! -repitió Lechuza, fijando severamente en mí sus enormes ojos redondos.
-¡Sí, un palacio de
cristal! ¿Qué tiene de muy maravillosos eso?
-¡Mirá Mariano! ¿Vos
tenés tabaco en tu chispa? -preguntó Blas-. Disculpe que lo interrumpa, mi
capitán, pero las cosas que usté nos está contando piden un cigarrillo y mi chispa está vacida.
-¡Muy bien señores! Tal
vez que ahora me permitan proceder-, dije empezando a fastidiarme un poco estas
continuas interrupciones. -Un palacio de cristal suficientemente grande para
contener toda la gente de este país…
-¡Por Dios santo!
¡Mirá, Mariano! Tu tabaco está como yesca de seco-, exclamó Blas.
-Eso no tiene nada de
raro -dijo el otro-, porque lo he tenido en el bolsillo hace tres días. ¡Siga
nomás con su cuento, mi capitán! Usté iba diciendo algo de un palacio de
cristal en que cabía tuita la gente del mundo entero. ¿Y qué pasó entonces?
-¡No! No seguiré con mi
cuento -contesté, enojándome ahora-. Es muy evidente que ustedes no quieren
oírlo. Sin embargo, señores, por mera cortesía, podrían ustedes haber disimulado
un poco su falta de interés en lo que estaba por contarles, pues he oído decir
que los orientales son una gente muy cortés.
-Eso es demasiado
decir, amigo -interumpió Lechuza-. Acuérdese que estábamos hablando de cosas de
veras, y no inventando cuentos de neblinas negras, palacios de cristal y de
hombres que andan patas pa arriba y qué sé yo qué otras maravillas.
-¿Creen ustedes,
entonces, que no es cierto lo que le estoy inventando? -pregunté, indignado.
-¡Pero amigo! ¿Usté
seguramente no nos creerá tan simples en la Banda Oriental pa no poder
distinguir entre un cuento y la verdá?
¡Y esto, del individuo
que acababa de contarnos de su trágico encuentro con Apolonio, un cuento tan
increíble que hasta la relación de Bunyan mismo quedaba en la sombra!
No hay comentarios:
Publicar un comentario