domingo

LOS RECOVECOS DE MANUEL MIGUEL (14) - Desbocada reinvención de la vida de Manuel Espínola Gómez.




Hugo Giovanetti Viola

Primera edición: Caracol al Galope, 1999.
Primera edición WEB: elMontevideano Laboratorio de Artes, 2016.


CUARTA PUERTA: EDUARDO FABINI (2)


-¿Sabe que yo fui guardia de honor de Santos? -me dijo Despacito, al llegar al ombú.

La vida es cruel, Stefanie -recé, sonriéndole silenciosamente a quien quisiera verme. Y repetí:

-¿Guardia de honor?

-Sí -cabeceó el quintero, recogiendo la bolsa de pasto perfumado. -Y le cuido las rosas a las Hortensias locas.



-Bueno, yo diría que esto está liquidado -sonrió Manuelito tres horas más tarde, y se fabricó una visera con la paleta para estudiar el oro sosegado que fluía de la tela. -O a lo mejor el que está liquidado soy yo. Vaya a saber.

Fabini no parecía entumecido, aunque avanzó hacia el caballete con la férrea inclinación de un árbol desnudamente expuesto al viento de la sierra. Y después de sondear el retrato dijo.

-Esto es así.

Y levantó un brazo para llamar a un vecino que pasaba por la calle: era un hombre cuarentón y de osamenta mansa, que nos dio la mano a los tres como si estuviéramos en un festejo sacramental.

-A ver -se puso muy serio el maestro, señalando la tela. -¿Quién le parece que es ese señor que está allí? ¿Usted lo conoce?

Entonces Manolo se contorsionó para pedirle por señas al vecino para que dijera que no lo conocía. El hombre hizo oscilar unos ojos más respetuosos que pícaros, y demoró un momento en responder:

-Ta clavado que es usté, maestro. Pero me parece que este bandido quiere que me haga el zonzo.

Y nos reímos los cuatro con felicidad.



Fabini nos pidió que esperásemos un rato porque tenía que hacerle un encargo a su hermano Enrique y nos sentamos abajo del otro ombú, con el cuadro a la vista.

-Qué lo parió -dijo Manolo, achatándose el pelo mojado. -A mí el sol me deshace. -Y después de entornar largamente los ojos en dirección al caballete agregó: -Me parece que no voy a usar más los pinceles. Cuando estuve en Montevideo vi un paisaje espatulado de Utrillo que tenía las paredes MÁS PAREDES que se deben haber pintado en el mundo. Una cosa increíble. Che: ¿te gustan los “arcoíris” que les encajé a las manchas de sol del casimir o es una idea muy bruta?

-A mí me gustan -demoré en contestar, completamente erizado.



Manolo está sentado adelante mío  y no puede ver a la vieja de facciones frágiles que acaba de asomarse otra vez a la ventana: ella lo mira a él, y un denso rosado perfora el jardín como un foco de lava.



-Lástima que se me acabó la beca -chistó el muchacho. -Qué cositas que vi en Montevideo. Hasta anduve medio acollarao, loco. ¿No querés que ensille el mate?

La Hortensia se esfumó.

-Por mí no -murmuré.

Pero Manolo ya había agarrado el porongo y la caldera y avanzaba hacia la casa con demoledora ansiedad. Al volver relató prolijamente la estadía de cinco meses en Montevideo: la fallida incursión en Bellas Artes, el encuentro con Cúneo y la exposición De David a nuestros días donde se había estaqueado frente al espesor humectante de Utrillo, Vlaminck y Cézanne.

-Fue un poco como cuando el maestro me llevó a saludar a Erick Kleiber después de un ensayo -resopló Manolo, y mordió la bombilla con incrustaciones áureas y opalinas. -Pero este petiso sudaba más que todas las paredes juntas de París, carajo: era una verdadera LOCOMOTORA HUMANA. Yo ya había visto unos cuantos ensayos y cuando le apreté la mano fue igual que si me hicieran una especie de TRANSFUSIÓN ORQUESTAL. Y ojo que todavía me falta contarte lo más ALTO de mi viaje al profundo Sur, botija. ¿Alguna vez oíste hablar del Ballet Joos?

-De ballet no sé nada.

-Yo tampoco. Pero fui a ver a la compañía de Kurt Joos, un alemán que estaba radicado en Inglaterra por oponerse al régimen nazi. Y bueno, cuando aparecen los bailarines iluminados a hacer la Pavana para una infanta muerta te encontrás con que no hay escenografía. Sólo luces, y dos pianos fuera del escenario. Entonces se va formando una guardia móvil de barrotes humanos que encierran a la infanta: tres de cada lado. Y ella trata de salir y trata de salir y trata de salir, hasta que va cayendo.


Manolo baja la cara y yo espío la ventana y allí está la vieja, dejando que un tul líquido le embellezca el cráneo. El llanto es asombrosamente joven y parece brotado de la Fonte, pero la ajenidad del rostro es increíble.


-Muchachos -llamó Fabini desde el portón. -¿Qué les parece si vamos a tomar un aperitivo a lo de García?

La Hortensia loca desapareció. Yo me paré muy transpirado y con necesidad de asfixiar el horror en un barril de caña, pero el muchacho de 19 años parecía menospreciar por completo la presencia devoradora.

-Yo recién empecé con el mate -nos hizo una seña Manolo para que arrancáramos solos. -Y de paso vigilo a este Renoir después-de-la-gripe, a ver si no estornuda demasiad

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