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EL QUIJOTE COMO VÍCTIMA DE LOS TÓPICOS


FRANCISCO ALONSO-FERNÁNDEZ

Refutar las pistas falsas proporcionadas por algunos tópicos es clave para combatir las actitudes negativas ante la lectura de la monumental obra de Cervantes

PRIMERA ENTREGA

Mi libro neófito, el penúltimo, Don Quijote, el poder del delirio, contiene, dicho sin jactancia, ciertas aportaciones novedosas, algunas de las cuales se contraponen a lugares comunes que vienen jugando un papel importante en el modo de entender el Quijote.

He podido comprobar que si bien la mayor parte de las actitudes negativas ante la obra monumental de Cervantes radican en personas sometidas en su infancia a la lectura de esta novela universal realista, existe un sector de personas desconcertado por las pistas falsas proporcionadas por algunos tópicos. Por esto es importante desenmascararlos asumiendo una actitud topicoclasta (perdóneseme el neologismo).

De frente nos topamos con la afirmación tajante de Vladimir Nabokov (1), famoso escritor ruso americanizado, de que “es inútil buscar una unidad estructural en este libro”. Si nos resistimos a esta afirmación y leemos el Quijote atendiendo, como señala el insigne maestro de las letras Américo Castro (2), a la vez a las líneas y las entrelíneas, con un ánimo abierto al tiempo a la parodia, a la ilustración y la espiritualidad, nos percatamos de que los dos tomos del Quijote están conexionados por una unidad estructural que es la historia personal de Don Quijote de La Mancha.

Don Quijote, una ficción de ficción, una doble ficción, una figura literaria en suma, cobra en la mágica pluma de Cervantes un perfil humano, desplegado en forma de una historia personal.

Nace el caballero Don Quijote como producto de la transformación delirante del hidalgo Alonso Quijano. Este hidalgo se transmuta en caballero al ser presa de un delirio de autometamorfosis global megalómano (de grandezas).

Una definición del delirio al alcance de todos es presentar este fenómeno psicopatológico como una reconstrucción desrazonada de la realidad, mantenida con una convicción profunda e impermeable a las experiencias personales y la refutación lógica. Lo que falla en el delirio es el sentido de la realidad. Constituye el delirio un emblema de lo que antes se llamaba locura y desde hace casi dos siglos, psicosis.

El delirio de autometamorfosis del que nace Don Quijote engloba la identidad y la autoimagen con un significado de grandeza. El cambio de identidad se manifiesta por el ingreso en la profesión de caballero andante (una Orden extinguida dos siglos antes), la apropiación de un nuevo nombre (recordatorio en su sufijo de Lanzarote, el caballero de la Tabla Redonda más envidiado por mantener amores secretos con la reina Ginebra), la transformación de una rústica labradora, gracias a un intercambio de miradas honestas, en la amada princesa Dulcinea y la conversión de su jamelgo, un famélico rocín, en un brioso corcel apodado Rocinante. Asimismo se engrandece su autoimagen sintiéndose transmutado en un joven hercúleo, valiente, famoso y un seductor irresistible. Su tarjeta de presentación decía: “Yo soy el valeroso Don Quijote de La Mancha, el desfacedor de agravios y entuertos”.

Lo único respetado por la trasmutación delirante del hidalgo era su condición humana y su género masculino. Cervantes pudiera haber presentado a su criatura con apariencia de un animal, tal vez como un dragón, o como una mujer, tal vez una amazona. También pudiera haber recurrido a un ser híbrido, como un centauro o una sirena. Lope de Vega, su magnífico rival, propuso convertir a Don Quijote en una figura femenina, en su obra La dama boba, en 1613: “Que ha de haber un Don Quijote mujer que dé que reír al mundo”, observación que le sentó muy mal a Cervantes.

La oposición de algunas mentes privilegiadas a admitir el trastorno mental que constituye a Don Quijote como persona forma parte de un mecanismo de negación esgrimido ante algo que sorprende o desconcierta, con la finalidad de recuperar la estabilidad emocional y el dominio cognitivo de la situación. El Quijote es una monumental novela psicopatológica y polifacética: psicopatológica porque se centra en la historia personal de un paciente mental glorioso, y polifacética porque en torno a su eje quijotiano se erige una serie de planos de diversa temática, dedicados a la sociología, la historia, la religión, la filosofía, las ciencias y otros.

A partir de la primera salida, el cuadro clínico de Don Quijote se integra en cuatro dimensiones:

*La euforia patológica teñida con irritabilidad e ilustrada con el delirio de grandezas mencionado.

*La hiperactividad, en forma de multiplicación de iniciativas y de fantasías.

*La locuacidad y el entrometimiento en la vida de los demás.

*La reducción del sueño y del apetito (en la boda de Camacho no probó bocado).

Don Quijote se encauzó como una existencia hipomaniaca arraigada en la conciencia moral y las dos categorías existenciales básicas (el tiempo y el espacio), todo lo cual se detalla en mi monografía.

Notas
(1) Nabokov, Vladimir: El Quijote. Barcelona, Grupo Zeta, 1987.
(2) Castro, Américo: El pensamiento de Cervantes. Madrid Editorial Crítica, 1987, pp. 7-17.

(El País – 20 / 10 / 2016)

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