martes

ENCUENTRO CON LA SOMBRA (El poder del lado oscuro de la naturaleza humana) - 130


OCTAVA PARTE

LA CONSTRUCCIÓN DEL ENEMIGO: ELLOS Y NOSOTROS EN LA VIDA POLÍTICA

31: NOSOTROS Y ELLOS (3)

Fran Peavey (en colaboración con Myrna Levy y Charles Varon)


¿A qué intereses políticos y económicos sirve nuestra mentalidad hostil?

En una conferencia sobre el holocausto y el genocidio conocí a una persona que me enseñó que -aun en las circunstancias más extremas- no hay motivo para odiar a nuestros enemigos. Mientras me hallaba sentada en el vestíbulo de un hotel después de una conferencia sobre el holocausto nazi entablé una conversación con Helen Waterford. Cuando me enteré de que era una superviviente de Auschwitz le expresé mi repulsa hacia los nazis (aunque creo que sólo estaba tratando de demostrarle que yo estaba en el bando de los buenos).

Cuando me dijo “¿Sabes? Yo no odio a los nazis” me quedé boquiabierta. ¿Cómo podía no odiar a los nazis alguien que había sobrevivido a un campo de concentración?

Supe, entonces, que Helen charlaba periódicamente con un antiguo líder de las Juventudes Hitlerianas. Hablaban de lo terrible que había sido el fascismo tanto desde dentro como desde fuera de él. Fascinada por el tema me quedé charlando con Helen para aprender tanto como pudiera.

En 1980, Helen se sintió intrigada por un artículo que leyó en un periódico en el que el autor, Alfons Heck, describía su infancia y adolescencia en la Alemania nazi. Siendo un niño el sacerdote de la escuela católica a la que acudía le saludaba con un “¡Heil Hitler!” al que seguía un “Buenos días” y “En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo…”. De este modo, Hitler ocupaba, en la mente de Heck, un lugar más elevado que Dios. A los diez años ingresó como voluntario en las Juventudes Hitlerianas y en 1944, cuando apenas había cumplido los dieciséis, escuchó por primera vez que los nazis estaban asesinando sistemáticamente a los judíos y no pudo creérselo. Poco a poco, sin embargo, llegó al convencimiento de que efectivamente había sido cómplice de un genocidio.

La sinceridad de Heck impresionó tanto a Helen que hizo todo lo posible por conocerle. Descubrió que se trataba de una persona tierna, inteligente y afectuosa. Helen estaba dando conferencias públicas sobre sus experiencias del holocausto y pidió a Heck que compartiera con ella el estrado en una próxima conferencias ante un grupo de cuatrocientos maestros de escuela. Elaboraron así una charla en la que cada uno de ellos expuso cronológicamente su historia personal durante el período nazi.

Helen contó que, en 1934, a los veinticinco años de edad, se había visto obligada a abandonar Frankfurt. Ella y su marido, un contable que había perdido el trabajo cuando los nazis alcanzaron el poder, tuvieron que escapar a Holanda. Allí colaboraron con la resistencia y Helen dio a luz una niña. Sin embargo, en 1940 los nazis invadieron Holanda y, a partir de 1942, tuvieron que vivir en la clandestinidad. Dos años más tarde fueron descubiertos y enviados a Auschwitz. Su hija se quedó con unos amigos de la Resistencia y su marido terminó sus días en el campo de concentración.

La primera conferencia conjunta fue tan bien que decidieron seguir trabajando en equipo. En cierta ocasión, en una conferencia que realizaron ante un auditorio de ochocientos estudiantes de enseñanza superior le preguntaron a Heck: “¿Si le hubiesen ordenado disparar contra algún judío, ¿lo hubiera hecho?”. El público comenzó a silbar. Heck tragó saliva y respondió: “Sí. Lo hubiera hecho. Obedecía órdenes”. Luego, volviéndose hacia Helen le pidió disculpas diciendo que no había querido molestarla. Ella replicó entonces: “Me alegro de que hayas respondido sinceramente. De lo contrario no hubiera podido volver a confiar en ti”.

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