domingo

CONDE DE LAUTRÉAMONT (ISIDORE DUCASSE) 79 - LOS CANTOS DE MALDOROR


CANTO TERCERO

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Mario es más joven que yo: la humedad del tiempo y la espuma salada que nos salpica, llevan a sus labios el contacto del frío. Le digo: “¡Cuídate…! ¡Cuídate…! Aprieta bien tus labios uno contra otro, ¿no ves que las garras afiladas de las resquebraduras  surcan tu piel de ardorosas llagas?” Me clavó la mirada en la frente y me replicó con los movimientos de su lengua: “Sí, veo esas garras verdes, pero no modificaré la posición natural  de mi boca para ahuyentarlas. Mira si miento. Puesto que parece ser la voluntad de la Providencia, quiero someterme a ella. Su voluntad podría haber sido mejor.” Y yo exclamé: “Admiro esa noble venganza.” Quise mesarme los cabellos, pero me lo prohibió con una mirada severa, y le obedecí respetuosamente. Se hacía tarde, y el águila regresaba a su nido cavado en las anfractuosidades de la roca. Me dijo: “Voy a prestarte mi manto para protegerte del frío. Yo no lo necesito.” Le repliqué: “Pobre de ti si haces lo que dices. No quiero que nadie sufra en mi lugar, y menos tú.” No contestó nada porque yo tenía razón, pero me dediqué a consolarlo con motivo del tono demasiado impetuoso de mis palabras… Nuestro caballos galopaban a lo largo de la costa como si rehuyeran la mirada humana… Levanté la cabeza como la proa de un barco que levanta una ola enorme, y le dije: “¿Lloras, acaso? Te lo pregunto, rey de las nieves y de las brumas, aunque no veo lágrimas en tu rostro bello como la flor de cactus, y aunque tus párpados están secos como el lecho del torrente; pero distingo en el fondo de tus ojos un recipiente lleno de sangre donde hierve tu inocencia, mordida en el cuello por un escorpión de especie gigante. Un fuerte viento se precipita sobre el fuego que calienta la caldera, y esparce las llamas oscuras hasta por fuera de tu órbita sagrada. Al acercar mis cabellos a tu frente rosa percibí un olor a chamuscado porque se me quemaron. Cierra los ojos, pues de no hacerlo, tu cara calcinada como la lava de un volcán caerá hecha cenizas en el hueco de mi mano.” Y él volvió hacia mí sin prestar atención a las riendas que empuñaba, y me contempló con ternura, mientras abría y cerraba lentamente sus párpados de lirio, igual que el flujo y el reflujo del mar. 

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