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ALAIN BADIOU - DEMOCRACIA Y CORRUPCIÓN: UNA FILOSOFÍA DE LA IGUALDAD


En el último número de Les Lettres FrançaisesAlain Badiou argumenta polémicamente que la corrupción no debe ser considerada una amenaza desviada a la democracia, sino su esencia misma. A contrapelo de la actual crisis política, Alain Badiou defiende la igualdad radical ante la «Idea política» y una muy necesaria «resurrección del comunismo.»


(Fuente: Verso Books Traducción al español: Martín López)

Sin duda, una de las razones que motivan a los que no quieren volver a ver a gente como Sarkozy a cargo del Estado es la viciada atmósfera de negociados y prebendas que rodeaba su administración entre 2007 y 2012 [período presidencial de Sarkozy]. Sin embargo, desde que los socialistas volvieron al poder, el affaire Cahuzac y los dudosos vínculos entre funcionarios del gobierno y el mundo de los negocios han estado nuevamente a la orden del día. De hecho, Hollande parece haber elegido a los hombres del CAC 40 [mercado de valores de París] como sus interlocutores privilegiados.

La corrupción ya se había convertido en un tema recurrente en la política francesa en la década de 1980, con la avalancha contrarrevolucionaria del capitalismo neoliberal bajo Mitterrand, seguida de Thatcher en el Reino Unido y Reagan en los EE.UU. -cuando Mitterrand se había librado de los que él consideraba sus únicos adversarios históricos reales, es decir, los comunistas de todas las tendencias.

¿Es ésta una cuestión nueva, o actual? ¿Qué papel juega la corrupción en los peligros que enfrenta la democracia? En 2002 era tentador contraponer a Jospin-el-virtuoso versus Chirac-el (supuestamente)-corrupto. Ni los elogios ni las denuncias podían evitarle a cada uno de este par sufrir pesadas molestias en la primera vuelta de las presidenciales.

Pero, sin duda, debemos considerar esta cuestión desde más atrás, y también más adelante.

Vamos a empezar en 1793, con la Revolución amenazada. Saint-Just preguntó: "¿Qué es lo que quieren los que no aceptan ni el terror ni la virtud?" Una pregunta intimidante, aunque los termidorianos dieron una respuesta bastante clara: querían la corrupción. Querían una buena dosis de enriquecimiento personal, especulación monetaria y la prevaricación aceptada como norma. En contra de la dictadura revolucionaria, querían "libertad", es decir, el derecho de continuar con sus negocios y mezclar estos negocios con los asuntos de Estado. De este modo, tomaron una posición en contra de la represión "terrorista" y "liberticida" de los negociados, y en contra de la virtuosa obligación de considerar solamente el bien público.

Montesquieu ya ha señalado que al concederle a todo el mundo una pequeña cuota de autoridad, la democracia se expuso a una confusión permanente entre intereses privados y bien público. Este pensador  proponía que la virtud fuera la disposición necesaria de los gobiernos de este tipo. Con esta obligación, y sin más garantías que el sufragio, los hombres de gobierno de alguna manera tuvieron que olvidarse de sí mismos y reprimir lo más posible su inclinación a ejercer el poder sólo en función de su goce personal, o del goce de los círculos de poder (es decir, por regla general, los ricos).

De hecho, esta idea se remonta a Platón. En su crítica radical del sistema democrático, Platón señaló que un régimen de este tipo tiene que adaptarse a la anarquía de los deseos materiales. En consecuencia, un gobierno democrático no es adecuado para servir a una idea verdadera, porque si la autoridad pública trabaja al servicio de los deseos y de su satisfacción, en última instancia, al servicio de la economía (en el sentido más amplio del término), entonces obedecerá sólo dos criterios: riqueza, dando al sentido abstracto la satisfacción más estable de este deseo; y opinión, que determina los objetos de deseo y la poderosa creencia de que uno debe ser capaz de apropiarse de ellos.

Los revolucionarios franceses no fueron demócratas, sino republicanos -en el sentido activo e impetuoso de este término, y no en el sentido dudoso, consensual que tiene hoy, según lo expresado por el " pacto republicano " desde la extrema derecha a la extrema izquierda- blandiendo un término que ahora carece de sentido. Los revolucionarios usaban la palabra "corrupción" para referirse a la práctica del poder de gobierno subordinada a las demandas de los negocios y la opinión, al servicio de intereses particulares. Nos encontramos hoy -y ahora con más razón debido a la crisis económica - tan convencidos de que los principales objetivos de un gobierno son el crecimiento económico, el nivel de vida, la abundancia de mercados, el aumento de precios de las acciones, el flujo de capital y la prosperidad perpetua de los ricos, que no entendemos realmente lo que los revolucionarios querían decir con la palabra "corrupción". Se referían no tanto al hecho de que tal o cual persona se enriqueció, aprovechando su posición de autoridad, sino más bien a la concepción general o la opinión de que el objetivo natural de la acción política es el enriquecimiento, ya sea colectivo o privado. La versión más sencilla de lo que los revolucionarios de 1792-1794 llamaban "corrupción" fue, sin duda, provista mas tarde, durante la Restauración, cuando el líder burgués Guizot no encontraba otro lema más aceptable que de su famoso "¡Enriquézcanse!".

Pero, ¿tenemos hoy acaso una consigna diferente? ¿No estamos viviendo una formidable restauración, globalizada, del capitalismo más puro y duro? ¿No es evidente que, en casi todo el mundo, el estado de la economía determina el estado de ánimo electoral, y por lo tanto todo gira en torno a la capacidad de hacer creer, al menos al ciudadano común, que las cosas irán mejor para el mundo de los negocios, de pequeña a gran escala, si se vota o se vuelve a votar a tal o cual partido, para aumentar las expectativas del quimérico "retorno al crecimiento" y por lo tanto asumir que la política no es otra cosa más que aquello que satisface los intereses individuales?

La corrupción, en este sentido, no es una amenaza a la democracia, tal como funciona. Es su esencia misma. El hecho de que los políticos en particular sean corruptos o no (en el sentido cotidiano del término) no influye en nada en esta corrupción esencial. Jospin y Chirac eran lo mismo en este sentido, y parece que hoy en día también debemos hacer la misma comparación entre Sarkozy y Hollande.

Marx señaló, en los albores de la democracia representativa europea, que los gobiernos así elegidos no eran más que -según sus palabras- gobiernos "basados en el poder del capital". Eso es ahora más verdadero que nunca, ¡mucho más de lo que era en aquel entonces! Si la democracia es representación, entonces toma su forma primero y principalmente del sistema general. Para decirlo de otra manera, la democracia electoral no es representativa sino en tanto representación consensual del capitalismo, rebautizado hoy "sistema de mercado". Esta es su corrupción fundacional, y no fue sin razón que Marx, el pensador humanista, el filósofo ilustrado, pensara que la única cosa que podría oponerse a semejante "democracia" sería una dictadura transitoria, que él llamó dictadura del proletariado. Un término muy fuerte, pero que aclaró las complicaciones de la dialéctica entre la representación y la corrupción. Por otra parte, hasta el día de hoy no se ha probado que la renuncia a la expresión "dictadura del proletariado" hiciera ningún bien a los comunistas de cualquier tendencia. Puede darse el caso de que mi maestro, el gran filósofo Louis Althusser, y su discípulo Étienne Balibar, no se equivocaran al oponerse a esta renuncia. Después de todo, históricamente, ha sido visto como una prueba de la debilidad de los comunistas, o incluso como el anuncio de su desaparición, en lugar de una sincera conversión a la democracia.

En verdad, el problema radica en la definición de la democracia. Si estuviéramos convencidos, al igual que los termidorianos y sus descendientes liberales, de que la democracia reside en los derechos ilimitados de la propiedad privada y la libre actividad de determinados intereses grupales e individuales, la veríamos caer, más o menos rápidamente, a través de los tiempos, en el abismo de la corrupción más desesperada. Pero la auténtica democracia es algo completamente diferente. Es igualdad ante la Idea: la Idea política. Por ejemplo, durante mucho tiempo esto significaba la idea revolucionaria o comunista. La idea de que una visión desinteresada de la humanidad puede ser encarnada en una política emancipatoria. Esta es la ruina de la idea vigente que identifica la democracia con la corrupción general.

El despotismo de un solo partido (mal llamado totalitarismo) no era el enemigo de la democracia, en tanto que ya que terminó la primera secuencia de la idea comunista. La única cuestión controvertida es la apertura de la segunda secuencia de esta idea, haciéndola prevalecer sobre el juego de intereses por medios distintos al terrorismo burocrático, evitando también basar la democracia en el poder del capital. Una nueva definición y una nueva práctica de lo que se llamó dictadura (del proletariado). O incluso -lo que es lo mismo- un nuevo uso político de la palabra "virtud".

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