domingo

LOS RECOVECOS DE MANUEL MIGUEL (3) - Desbocada reinvención de la vida de Manuel Espínola Gómez.



Hugo Giovanetti Viola

Primera edición: Caracol al Galope, 1999.
Primera edición WEB: elMontevideano Laboratorio de Artes, 2016.


PRIMERA PUERTA: CIRCO AL MEDIODÍA (3)

Y AL empezar a caminar hacia lo de Paradeda el muchacho espigado tuerce las cejas en dirección a la penumbra azul de la galería, donde una sombra se ha decidido a levantar campamento.

-Fijate vos -dice Manolo con la voz adelgazada por la ternura. -Ese viejo que se va es un vecino que peleó dos veces con Aparicio. Gervasio Dirón. No sabe leer ni escribir. Y una mañana de crudísímo invierno -tempranito- escucho desde la cama que le comenta al viejo mío: Che General: ¿viste qué helada? El campo parece una paloma.

-Coño -me río.

-Ah no, si la lírica silvestre es de una calidad que no tiene goyete. Así como el viejo mío te dice que el sol salió bajo barras, cuando las nubes sueltas y paralelas a la tierra cubren el horizonte. Eso es tradición oral pura. Y uno todavía queriendo meterse a escribir estampas lugareñas a lo Azorín o a lo Gabriel Miró. Dejate de joder.

-Así que tampoco me vas a mostrar lo que escribiste.

-Pero si esas paginitas están en barbecho, todavía. Vos me querés sacar con más espuma que meada’e yegua. Che, ¿viste que a lo mejor se trenzan los alemanes con los ingleses y los franceses y capaz que hasta con los rusos? Te digo que sería fenomenal ir siguiendo una guerra de ese calibre. Ma qué biógrafo ni biógrafo.

Y ahora me doy cuenta que es todo el Uruguay el que está acampado al margen de los tiempos de fuego.

-¿Y por qué te dio por describir la procesión de San Isidro Labrador? -escarbo mientras cruzamos la calle principal.

-Y yo qué sé -demora en contestar Manolo, frenando frente al humazo dorado que provoca la luna sobre las serranías. -Eso aquí es un acontecimiento muy importante. Aquí y en muchos pueblos, supongo. Esa especie de cortejo de parejas campesinas que empiezan a dragonear desde temprano es una cosa muy especial. Y la testa barbuda del santo -al sol- cuando lo cargan llevándolo alrededor de la plaza solamente los hombres del campo.

Aunque demorarías muchos años en escribir que las cabezas canosas y lumínicas parecían realmente desguarnecidas y a punto de ser tragadas por las informes y gigantescas fauces del espacio quedando como a disposición de aquel gran vacío radiante y voraz: todavía vivas pero ya marcadas por aquel extrañísimo adiestramiento direccional.

-Se precisa otra luz. Otro escenario -digo, y ahora siento que ni siquiera la luna es suficiente para esponjarme la sed. (Y no digo que la noche anterior a mi entrada en el cuadro me llagó una suavísima necesidad de encontrarme con Jesús, por primera vez en mi vida.) -Claro que vos no sos religioso.
-No. Para mí después de morir se acaba todo.

Los cuerpos en parte empaquetados por los paños domingueros y en parte abiertamente desprotegidos ofreciendo esa desnudez testal a una especie de guillotina invisible.

-Aunque en cierta forma QUEDE TODO, también -se corrige enseguida Manolo. -Porque esto es infinito. Y además la vida es LARGA, compañero. Larga como refalada’e tamango.

EL DORMITORIO de los Paradeda ocupa el primer piso de la casa y tiene una ventana orientada hacia el norte. Escuchamos En las estepas del Asia Central apoltronados en butacones, casi sin hablar. Y al terminar un quinteto de Mozart Manolo comenta, con el perfil serenamente azulado:

-¿Viste que no pasa nada en Mozart? Pero siempre te da tristeza que se termine.

-¿Cómo que no pasa nada?

-Que es como un juego, digo. Como si te mostraran lo que pasa durante el día en la casa de enfrente. A los que viven adentro les podrá importar mucho. Pero vos ves que no es nada más que eso. Sin ningún Raskolnikov que te ponga la vida patas para arriba, por ejemplo.

-¿Y en Borodin qué pasa?

-Bueno, ahí ves a Raskolnikov. Aunque no esté matando a ninguna vieja crápula. Pero lo ves clarito, rodeado por una escenografía de BLANCURA ABISMAL.

Y una tarde te decidiste a pintar un enorme autorretrato en aquel ámbito donde tantas clarísimas noches de verano te sentiste transportado hasta el titilar de los íconos enclavados entre la nieve y a lo mejor trataste de que la pana de tu saco brillara con la satinación a contraluz de un pensador salvaje y condenado a defender la pureza de la especie y preferiste que tu boina apareciera roja y al costado ubicaste de Philco como un intruso abstracto y responsable del salto inmortal.

-Ojo -agrega Manolo, haciéndome señas de parar con una mano sumergida en la sombra cetácea que dibuja el butacón sobre la alfombra. -Mirá que incluso en El sepulcro de los vivos tampoco pasa nada extraordinario, aunque el tema sea peliagudo. Me acuerdo que a mí no se me movía un pelo mientras iba leyendo. Pero cuando cerré el libro se me cayeron las lágrimas: era yo el que me iba de la cárcel y dejaba todo aquello definitivamente atrás.

Y la mano entra en el campo lunar y después en su rostro iluminado para deslizarse lentamente -con el índice y el pulgar muy abiertos- desde las puntas de los ojos hacia una sonrisa dura.

-¿Y el autorretrato con boina roja por dónde anda? -pregunto.

-Puta, me adivinaste el pensamiento. No: ese tampoco talla. Está en lo de Fabini, contra la pared. Che, ¿qué te parece si salimos a estirar las patas hasta el puente?

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