sábado

IDEA VILARIÑO - JULIO HERRERA Y REISSIG: ESTE HOMBRE DE TAN BREVE VIDA (13)


Dejando de lado tal vez con culpable ligereza esta y otras zonas de la obra de Herrera, pasaremos a la que se ha llamado tentativa o descuidadamente su poesía oscura o hermética o barroca o nocturna, donde se topa uno no probablemente con lo más perfecto o hermoso de su obra, pero sí, sin duda, con lo más admirable, original y moderno -ya no, en absoluto, modernista-: La torre de las esfinges, Tertulia lunática, parece ser no más que un subtítulo, tal vez menos significativo que el epígrafe Psicologización morbo-panteísta. Es un poema nocturno, sí, y retoma el proceso de la muerte del día y de la instalación de la noche, proceso que no sólo señalamos ya como circunstancia común a la mayoría de las situaciones de Los éxtasis de la montaña y de Los parques abandonados, sino que se impone casi como un motivo de la poesía herreriana que, de manera obsesiva hace su camino desde el segundo poema publicado hasta el último: éste.

En Miraje, que pasó por mucho tiempo por su primer poema édito, 1898, y que es anterior a cualquier amenaza de renovación poética, los primeros versos decretan:

Muere la tarde… Copos de llamas
forman las nubes puestas en coro…

y, a través del lento sucederse de las correspondientes imágenes, se va haciendo la noche, hasta que ya todo duerme. Se suceden las luciérnagas, el río, el faro, la luna que “surge como de un nido” y “el cerro escueto que se levanta / como atalaya que al llano asombra”, todos elementos que volveremos a encontrar una y otra vez en toda esta línea de poemas, todos identificados o comparados con cosas que sienten, actúan o alientan. También el ya mencionado y vituperado Naturaleza, 1899, se inicia cuando el día va cediendo el paso a la noche:

Entre celajes de irisado incienso
expira el sol; su agonizante lumbre
pinta en la altura un gran jardín suspenso,
el estallido de una inmensa cumbre
que formase con lavas de colores
un alfombrado inmenso;

Otra vez se suman a la agonía del sol, “los sauces de figura pensativa”, las rana “que entonan su elegía”, las luciérnagas, una luna de luz petrificada que se desliza “como un blanco pelícano en el cielo”, el río, el cerro “mudo, quieto, imponente, corpulento”, el cementerio. En cierto momento reaparece la fórmula que conocemos: Es ya de noche. Surge entonces la hermosura desnuda de una mujer que vaga hasta encontrar a su amante y que llena el resto del poema.

En los dobles octosílabos de Nivosa, 1900, que es en cierta medida un poema de amor, el juego con la blancura de la noche de luna se da en formas que prefiguran la poesía final.

Las rocas como fantasmas enseñan sus curvos flancos
y parecen recostadas en un diván de albo lino;
yergue el momento su cabeza de gran pontífice albino
y es el mar un gran cerebro donde bullen versos blancos.

Al monte, el mar, los astros, la risa de la luna, añade -tiempo después, según parece-, una estrofita que nos aproxima al espíritu de La torre:

¡Ven, neurasténica loca
de mis inviernos de hastío!
Lejos de ti siento frío:
¡ven, neurasténica loca!

En 1903 son fechados dos poemas muy diferentes entre sí pero antecedentes ambos de La torre de las esfinges; La vida y Desolación absurda. La vida, ese viaje metafórico y metafísico, es autobiografía espiritual, como expresión de una experiencia agónica está más vinculada con la Tertulia lunática. En cambio, formalmente, esta tiene un mayor parentesco con Desolación absurda; los dos poemas están escritos en décimas que en ambos casos agregan una dificultad -para Herrera las dificultades nunca son suficientes-: los versos primero y cuarto llevan la misma rima; es más: ambos versos terminan con el mismo significante, aunque este cobre a menudo a menudo en el segundo contexto otro significado. En Desolación absurda alternan, aunque de manera más desorganizada aun que en La torre, dos o tres motivos, por llamarlos de algún modo, que son fundamentales: el mundo exterior nocturno, animado y trasmutado; una especie de demonio femenino, la devoradora de hombres, la vampiresa, que aquí es menos que la amazona emblemática de La vida; el poeta, no tan torturado esta vez, testigo y paciente del uno y de la otra.

La llave para entrar a los otros dos poemas está en La vida. Esta vasta alegoría se vería tan poco accesible como ellos si les faltaran las notas al pie que agregó el poeta para ayudar a seguirle. En la forma es una especie de borrador de las espinelas de las otras piezas. Está escrita como ellas en octosílabos, y las estrofas, que son dispares, quieren ser décimas a menudo: comienzan por una redondilla, como estas, y unas veces se quedan en eso; otras, siguen o mechan versos blancos. En algunos casos se hace la mitad justa de la décima; el oído está siempre espetando décimas. La singularidad de La vida consiste en que los episodios están enlazados por el viaje metafísico y en que la oscuridad que hubiere proviene, fundamentalmente, del sistema alegórico que se pone en juego; en las que podrían ser dos reminiscencias dantescas o medievales que después se verán sobrepasadas por procedimientos más evolucionados y personales.

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