sábado

LECCIONES DE VIDA - ELISABETH KÜBLER-ROSS Y DAVID KESSLER


PRIMERA ENTREGA

para Sylvia Anna, mi primera nieta, un regalo de mi hija Bárbara
ELISABETH

para mis hijos, Richard y David
DAVID

AGRADECIMIENTOS

A Joseph, que hizo posible que escribiera otro libro. A Ana, que se ocupa de mi casa para que pueda vivir en ella en lugar de ir a una residencia. Y a mis hijos, Bárbara y Kenneth, por ayudarme a continuar.
ELISABETH

Ante todo quiero expresar mi más profundo agradecimiento a Elisabeth por el privilegio de escribir este libro con ella. Tu sabiduría, autenticidad y amistad han convertido esta labor en una experiencia única. Gracias también a Al Lowman, de Authors and Artists, por creer en la importancia de esta obra. Tu guía, apoyo y amistad han constituido auténticos regalos en mi vida.
Asimismo, quiero expresar mi agradecimiento a Caroline Sutton, de Simon & Schuster, por su inspiración, su atención y su magistral revisión. Gracias también a Elaine Chaisson, doctora en filosofía; a B.G.Dilworth, a Barry Fox, a Linda Hewitt, a Christopher Landon, a Marianne Williamson, a Charlotte Patton, a Berry Perkins, a Teri Ritter, enfermera; a Jaye Taylor, a James Thommes, medico, y a Steve Uribe, terapeuta matrimonial y familiar. Todos ellos han contribuido, de una manera especial, a la realización de esta obra.
DAVID


MENSAJE DE ELISABETH

Todos tenemos lecciones que aprender durante esta época que llamamos vida. Esto resulta especialmente evidente cuando se trabaja con moribundos: ellos aprenden muchas cosas al final de su vida, en general cuando ya es demasiado tarde para ponerlas en práctica. Después de trasladarme al desierto de Arizona, en 1995, el día de la Madre sufrí un ataque de apoplejía que me provocó una parálisis. Durante los años siguientes estuve a las puertas de la muerte. En ocasiones tenía la sensación de que moriría al cabo de unas semanas. Y muchas veces me sentí decepcionada de que no fuera así, porque sentía que estaba preparada. Pero no he muerto porque todavía estoy aprendiendo lecciones de la vida, mis últimas lecciones: las verdades fundamentales de nuestras vidas, los secretos de la vida misma. Quise escribir un libro más, pero no sobre la muerte y los moribundos, sino sobre la vida y el proceso de vivir.


Todos tenemos un Gandhi y un Hitler en nuestro interior. Digo esto de un modo simbólico. Con Gandhi me refiero a lo mejor que hay en nosotros, a nuestra parte más compasiva, mientras que Hitler representa lo peor que hay en nuestro interior, lo negativo y la mezquindad. Las lecciones de la vida suponen trabajar nuestros aspectos mezquinos y despojarlos de nuestra negatividad para encontrar lo mejor que hay en nosotros y en los demás. Estas lecciones son las pruebas de la vida, y nos convierten en lo que somos. Estamos aquí para sanarnos los unos a los otros y también a nosotros mismos. Y no me refiero a la sanación del cuerpo físico, sino a una sanación mucho más profunda, a la sanación de nuestro espíritu, de nuestra alma.

Cuando hablamos de aprender nuestras lecciones, nos referimos a resolver los asuntos pendientes. Y esto no tiene que ver con la muerte, sino con la vida. Nos remite a las cuestiones más importantes que tenemos que resolver. Por ejemplo, debemos plantearnos si, además de ganarnos bien la vida, hemos dedicado tiempo a vivir de verdad. Muchas personas han existido pero en realidad no han vivido, y han empleado enormes cantidades de energía en mantener ocultos sus asuntos pendientes.

Los asuntos pendientes son la cuestión más importante de la vida de cada uno y, por lo tanto, son el aspecto primordial al que nos enfrentamos cuando nos encontramos con la muerte. La mayoría de nosotros morimos con una gran cantidad de asuntos pendientes, y otros muchos al menos con unos cuantos. Hay tantas elecciones que aprender en la vida que resulta imposible hacerlo durante una sola existencia. Pero cuantas mas aprendamos, más cuestiones resolveremos, y podremos vivir la vida con más intensidad, una vida realmente plena. Entonces, muramos cuando muramos, podremos exclamar: “¡Dios mío, he vivido!”.


MENSAJE DE DAVID

He pasado mucho tiempo con personas que estaban al borde de la muerte. Esta labor ha sido para mí muy enriquecedora y plena. Gran parte de mi crecimiento psicológico, emocional y espiritual se debe a mi trabajo con los moribundos. Estoy profundamente agradecido a aquellos con quienes he trabajado y que tanto me han enseñado, pero mis lecciones no empezaron con ellos, sino hace muchos años, con la muerte de mi madre, y siguen en la actualidad, con cada persona amada que pierdo.

Durante los últimos años me he preparado para decir adiós a una maestra, consejera y una queridísima amiga, Elisabeth. He pasado mucho tiempo con ella recibiendo las lecciones finales. Ella, que me había enseñado tanto sobre mi trabajo con los moribundos, se enfrentaba ahora a su propia muerte. Me hizo partícipe de sus sentimientos (enfado la mayor parte del tiempo) y su visión de la vida. Elisabeth estaba terminando su último libro, La rueda de la vida, y yo estaba escribiendo el primero, Las necesidades de los moribundos. Incluso durante esa época de prueba de su vida, Elisabeth me ayudó muchísimo y me aconsejó sobre el proceso de edición, mis pacientes y sobre la vida misma.

En muchas ocasiones me resultó muy difícil abandonar su casa. Nos despedíamos convencidos de que sería la última vez que nos veríamos y yo me alejaba bañado en lágrimas. Es tan duro perder a alguien que ha significado tanto en tu vida… pero ella decía que estaba preparada. Sin embargo, Elisabeth no murió, sino que mejoró ligeramente. No había acabado con la vida y esta no había acabado con ella.

En tiempos muy lejanos, las comunidades se reunían en ciertos lugares donde los niños y los adultos escuchaban a los ancianos y las ancianas relatar historias de vida, de sus retos y de las lecciones que se aprenden a las puertas de la muerte. La gente sabía que, en ocasiones, las lecciones más relevantes se encuentran en las situaciones de mayor sufrimiento. Y también sabían que para los moribundos, y también para los vivos, era importante que esas lecciones se transmitieran. Eso es lo que yo deseo, transmitir algunas de las lecciones que he aprendido. Al hacerlo me aseguro de que lo mejor de aquellos que han fallecido les sobrevivirá.

Durante el largo, y a veces extraño, viaje que llamamos vida, encontramos muchas cosas, pero, sobre todo, nos encontramos a nosotros mismos. Descubrimos quiénes somos en realidad y qué es lo más importante para nosotros. De los momentos buenos y malos, aprendemos realmente qué son el amor y las relaciones, y en ellas hallamos el valor para superar los enfados, las lágrimas y los miedos. En el misterio que entraña todo esto, disponemos de todo lo que necesitamos para que la vida funcione, par encontrar la felicidad y para conseguir no vidas perfectas ni cuentos de hadas, sino vidas auténticas que llenen nuestros corazones de significado.

Tuve el privilegio de pasar cierto tiempo con la madre Teresa unos meses antes de que falleciera. Me dijo que su labor más importante era la que realizaba con los moribundos, pues para ella la vida era algo muy valioso. “La vida es un logro -me dijo-, y morir es el final de ese logro”. La mayoría de nosotros no sólo consideramos que la muerte no es un logro, sino que tampoco creemos que nuestras vidas lo sean. Y, sin embargo, lo son.

Los moribundos siempre han sido maestros de grandes lecciones, porque cuando nos encontramos al borde de la muerte vemos la vida con más claridad. Al compartir sus lecciones con nosotros, los moribundos nos enseñan el valor de la vida misma. En ellos descubrimos al héroe, esa parte que trasciende todas nuestras experiencias y nos transporta a todo lo que somos capaces de hacer y ser; a no estar sólo vivos, sino a sentirnos vivos.

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