domingo

GIDON KREMER - “PERFECTO NO ES SUFICIENTE”


Gidon Kremer es un violinista ante el cual nadie queda indiferente. Es un “outsider” del violín (Outsider: persona que se identifica con la periferia de las corrientes culturales, alguien que vive y trabaja fuera de la corriente principal de la sociedad, o alguien que observa un grupo o el arte desde fuera. El que va a su bola, vamos).

Habiéndolo sido todo en el mundo del violín, su desprecio por la aburrida y previsible vida musical de los concertistas (siempre los mismos conciertos de repertorio, cada vez en un auditorio diferente “vomitando” siempre la misma interpretación de las mismas obras) le ha hecho salirse de las corrientes habituales y buscar repertorios nuevos o enfoques diferentes sobre el repertorio de siempre.

En mi opinión, a veces ha querido ser tan diferente, que ha hecho locuras por el simple hecho de diferenciarse del resto, un mal este muy postmoderno, muy de la sociedad de los últimos veinte años. “No importa que lo que hagas sea una mierda: mientras sea diferente y llame la atención, sigue adelante”.

Para que os hagáis una idea más concreta de lo que es Gidon Kremer y cómo piensa, os he traducido una entrevista que le hicieron en el periódico inglés The Guardian, y que me ha parecido muy interesante. Es un poco larga, pero ni que decir tiene que espero que la leáis.
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“Perfecto no es suficiente”

Hace 30 años Gidon Kremer surgió como uno de los violinistas más sobresalientes del mundo. Entonces fue cuando comenzó a llamar la atención. Lo entrevista Charlotte Higgins.

Gidon Kremer tiene ojos claros pero penetrantes. O más bien, sus ojos, que surgen de sus claras órbitas, no sólo te penetran con su mirada sino que parece que te clavan contra la pared. El violinista letón es muy intenso, y no sonríe con frecuencia. Además está cansado. Se ha levantado a las tres de la mañana para coger un avión a Londres desde su casa en París para asistir a un ensayo de dos horas. En una hora o así cogerá otro avión a Milán.

“Pienso en mi hija pequeña que tiene siete años y toca el piano”, dice. “No sé si quiero que lleve una vida tan dura como la que yo llevo. No le deseo un día como este a nadie”.

Pero esta vida tan dura tiene una parte positiva, al menos para nosotros. Sin Kremer, muchos amantes de la música nunca habrían oído hablar de dos grandes compositores del siglo XX: Alfred Schnittke y Astor Piazzolla.

Nacido en Riga, Kremer creció en Letonia antes de mudarse a Moscú para estudiar con el violinista David Oistrakh. Era el más joven de un grupo de violinistas rusos nacidos en los albores de la segunda guerra mundial. Su padre, de origen judío, sobrevivió al Holocausto ocultándose en un granero de Riga durante 2 años, y el joven Kremer fue preparado para cumplir las ambiciones frustradas de su padre. Esta no fue su única carga. “Habiendo crecido en un régimen totalitario, tuve también que resistir contra la presión de la ideología estatal. Fue duro tratar de ser un artista libre en ese ambiente”

Sin embargo, Kremer creció musicalmente, ganando numerosos premios. El más importante fue el Concurso Tchaikovsky de Moscú en 1970, donde el director Herbert von Karajan lo calificó como el “más grande violinista del mundo”. Durante los 10 años que siguieron, hasta que dejó la Unión Soviética, Kremer luchó contra el régimen, arriesgando su carrera para promocionar a compositores que estaban totalmente marginados por el régimen comunista, entre ellos Schnittke y Arvo Part.

“Si tu querías interpretar música que te gustaba y en la que creías, pero que no estaba escrita en el estilo socialista-realista imperante, te metías en problemas serios”, afirma. “La música de Schnittke no estaba prohibida, pero había muy pocos artistas que quisieran arriesgar su carrera para presentarla al público. Nos costó bastante”. El cuarto y último concierto para violín de Schnittke, escrito en 1984, fue dedicado a Kremer. Las iniciales del nombre del compositor y las del violinista, traducidas a notación musical, forman una estructura presente en gran parte de la obra.

Otro de los grandes entusiasmos de Kremer, la obra del argentino Astor Piazzolla, le ha llevado a grabar 6 CDs de música del compositor en los últimos cuatro años. Piazzolla, que estudió composición en Paris con Nadia Boulanger, y volvió a Buenos Aires a insuflar nueva vida en el tango, murió en 1992 siendo poco conocido fuera de Sudamérica. Ahora se ha puesto muy de moda y proliferan por todo el mundo las interpretaciones de sus complejos tangos.

Aunque Kremer no huye del gran repertorio (vino a Londres a ensayar el concierto de Sibelius), su sentido de la aventura está en la raíz de su identidad como intérprete. Es un explorador de las fronteras del mundo musical conocido. “Para mí sería muy aburrido tocar sólo música de compositores muertos o presentar la música como si estuviéramos en un museo de cera”, afirma. “No quiero que la música sea una cuestión de belleza o comodidad, sino más bien sirva para la expansión del espíritu”.

Las interpretaciones de Kremer de Piazzolla han sido criticadas por ser demasiado políticamente correctas e insulsas, demasiado postmodernas, y por no reflejar con crudeza el aroma espeso, sudoroso y casi sexual del tango argentino. Puede ser, pero desde luego Kremer nunca obsequia a su público con un concierto tranquilo. Produce sonidos tan dulces y cremosos como la mantequilla, y enseguida sacudirte con duros aterrizajes y paradas imprevistas. Su violín no sólo canta, también grita, se queja, tintinea o gime. “Uno de mis directores favoritos, Nikolaus Harnoncourt, dice siempre ‘No busques la perfección, porque la perfección está en conflicto permanente con la belleza’ Yo diría que mi papel como intérprete es proporcionar a quien me escucha la belleza. No darle algo ordinario. Ni siquiera algo que es simplemente perfecto.”

¿Está de acuerdo con que usted toca muchas veces en los límites de su capacidad física?

“Vivir sobre el filo, vivir en las fronteras, ser extremo: esto es correcto”, contesta. “Conozco muchos colegas que consiguen grandes interpretaciones en el nivel técnico. Pero bastante a menudo detrás de eso solo hay un mensaje vacío, o ni un mensaje en absoluto”

Al igual que cuando toca, Kremer a veces hiere con las palabras. Da la impresión de que su mente está vagando libre y que el lenguaje no puede ni abarcarlo. Pero Kremer, que ha perdido fluidez en su idioma nativo, el letón, pero que habla ruso, inglés, alemán y francés, cree que la música también es un lenguaje, y uno en el cual uno puede expresar hasta la emoción más cruda e intensa.

Esto es crucial cuando uno elige el repertorio. Le llevó a compositores como Schnittke y Part, y más recientemente al compositor georgiano Giya Kancheli. El habla de “música con corazón humano”. “Esto es lo que me llevó a Piazzolla,” dice. “Piazzolla tiene el mismo sentido de la belleza y la nostalgia que tenía Schubert.” Es típico de Kremer establecer estas conexiones y hablar de un compositor austríaco del XIX y uno argentino del XX como si fueran contemporáneos, incluso amigos. “Me debo a la música que le habla a uno al corazón y no a la que sólo manipula su sofisticación. La cosa no es decir algo que no haya sido oído antes, sino decir algo en el lenguaje de la emoción. La música puede ser un espejo de nosotros mismos. Nos ofrece la oportunidad de la reflexión”.

“A veces el público no se da cuenta de las cosas preciosas que se le presentan en un concierto” dice tristemente.

En 1997 Kremer fundó la Kremerata Baltica, una orquesta de jóvenes músicos de las tres repúblicas bálticas, Letonia, Estonia y Lituania. Esta idea no es simplemente musical o personal: “Defender sus identidades nacionales y hacer algo bueno por la música de estos paises, es ciertamente una apuesta política”, dice. Hay una especie de justicia poética en esto -después de tantos años de ser identificado como un violinista soviético o ruso, Kremer está marcando su propio territorio con esta apuesta.

Trabaja con la Kremerata Baltica cinco meses al año. “Ellos están frescos todavía, lejos aún de la rutina de muchas orquestas a las que realmente sólo les interesa el dinero” En una de sus grabaciones, con obras del compositor letón Peteris Vasks, el propio compositor escribe sobre una pieza suya, Balsis (1991). Él habla de “los excesos del agonizante imperio soviético y la pacífica resistencia de los pueblos bálticos”.

Esto no significa, sin embargo, que Kremer sienta Letonia como el sitio al que pertenece. Ser el líder de la música y los músicos de los países bálticos (ha grabado recientemente un disco de música de compositores de estos países titulado Desde mi Casa), no nos proporciona un “documento de identidad de mí mismo. Es una parte de mi pasado, y pago mi tributo a ello, así como pago tributo a otras partes de mi pasado. Una gran parte de mi vida tiene que ver con la cultura rusa”
                                                                                                      
Y entonces, ¿dónde considera que está su casa?

“Creo que he perdido el sentimiento de casa. Está muy disperso, es muy vago”, contesta sacudiéndose la cabeza. “Con lo que realmente me siento en casa es con la idea de un proceso creativo. Es como un paisaje interno. Dentro de esta “casa” conozco todos los rincones mucho mejor que los de mi casa de París. Cuando vuelvo a París, a veces no encuentro un libro donde creía que estaba. Las librerías de mi mente están mejor ordenadas”.

(traducción de una entrevista realizada por Charlotte Higgings para The Guardian / 22-10-2000)

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