jueves

LA TIERRA PURPÚREA (64) - GUILLERMO ENRIQUE HUDSON


XVI / LA ROMÁNTICA HISTORIA DE MARGARITA (7)

-¡Amén! -exclamé-. Pero seguramente, si esta muchacha tiene el derecho de heredar algún día una fortuna, es muy justo que la reciba.

-En este país, amigo, no adoramos el oro -contestó-. Con nosotros, los pobres son tan felices como los ricos, sus necesidades son pocas y fácilmente satisfechas. Sería demasiado decir que quiero a la muchacha más que cualquier otra persona; sólo pienso en los deseos de Tránsito; esto es para mí lo único que importa en el asunto. Si no los hubiese cumplido al pie de la letra, mi remordimiento habría sido muy grande. Puede ser que algún día me encuentre con Andrade, y que le traspase el cuerpo con mi espada; no me causaría el menor remordimiento.

Después de algunos momentos de silencio alzó la vista y dijo: -Ricardo, usted admiró y quiso a aquella hermosa muchacha cuando la vio por primera vez. ¡Oiga! Si usted quiere, puede tenerla por esposa. Es sencilla, ignorante del mundo, amorosa, y donde se le dice que ame, amará. Batata y su familia obedecerán en todo mis deseos.

Meneé la cabeza, sonriendo con cierta tristeza, cuando pensé que los acontecimientos de los últimos dos o tres días me habían ya borrado de la mente la hermosa imagen de Margarita. Además, esta inesperada propuesta me había compelido, de repente, a palpar el hecho de que, una vez concertado el matrimonio, un hombre ha perdido el privilegio más glorioso de su sexo; por sentado que me refiero a los países donde sólo es permitido al hombre una esposa. Ya no estaba en mi poder decirle a una mujer, por encantadora que fuera: “Sé mi esposa”. Pero no le expliqué todo esto al general.

-¡Ah! Usted está pensando en condiciones -dijo-. No habrá ninguna.

-¡No! -repuse-. Esta vez está usted equivocado. La muchacha es todo lo que usted dice; jamás he visto un ser más hermoso y nunca he oído un cuento más romántico que el que usted acaba de contarme de su cuna. Sólo puedo decir amén a su plegaria para que Margarita jamás sufra como sufrió su madre. No lleva el nombre de la Barca, y puede ser que por ese motivo el destino le haga la gracia.

Me lanzó una escrutadora mirada y sonrió.

-Quién sabe si ahora usted está pensando más en Dolores que en Margarita. Mi joven amigo, permítame prevenirle que ahí corre peligro. Ya está prometida a otro.

Por ridículo y absurdo que parezca, sentí una punzada de celos al oír esto; pero, al fin y al cabo, digan cuanto digan los filósofos, no somos razonables.

Me reí, no muy alegremente debo confesar, y le dije que no había necesidad de precaverse, puesto que Dolores nunca sería otra cosa para mí que una muy querida amiga.

Aun entonces no le dije que era hombre casado, pues muchas veces en la Banda Oriental no parecía saber exactamente cómo mezclar la verdad con mis mentiras, así que preferí quedarme callado. En este caso, como lo probaron más tarde los acontecimientos, al guardar silencio no estuve muy acertado. Sucede con frecuencia que el hombre abierto, que no tiene secretos del mundo, escapa a los desastres que alcanzan a la persona demasiado discreta que obra sobre el antiguo adagio, de que el habla nos ha sido dada para ocultar nuestros pensamientos.

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