domingo

GASTON BACHELARD - LAUTRÉAMONT (64)


VI. EL COMPLEJO DE LAUTRÉAMONT

V (2)

Este débil bosquejo de una tesis, que no podemos desarrollar detenidamente en este breve volumen, bastaría tal vez para plantear el problema de la “locura” de Lautréamont desde una perspectiva más clara y para conciliar tesis adversas. En principio es muy evidente que una adhesión tan voluntaria a la vida animal debe darle al lector la impresión muy clara del frenesí. Pero en los Cantos de Maldoror hay una variedad tal de frenesí, una potencia tal de metamorfosis, que la ruptura de los instintos se encuentra, a nuestro parecer, realizada. Hemos señalado que los Cantos de Maldoror contenían también experiencias de acciones suspendidas, de amenazas aplazadas, de conductas diferidas, en suma, de signos de un psiquismo no sólo cinético, sino verdaderamente potencial. Parece pues que Lautréamont ha escapado doblemente a la fatalidad de los actos, y que su extraño y fogoso pensamiento cuando menos sigue siendo el pensamiento de un alma humana dueña de sí.

Si esta deducción fuera exacta, recíprocamente podría verse en el lautréamontismo una ilustración de las gratuidades gideanas. Esta ilustración parecería ser incluso muy clara, pues los rasgos están agrandados y simplificados. Parece que el dibujo de los actos en Lautréamont sólo conoce la línea recta. La gratuidad gideana tiene más flexibilidad: doblega todo, incluso el impulso. Da así con una riqueza íntima del gesto muy diferente de la ostensible riqueza de los gestos. Dicho de otra manera, cuando se reconoce la gratuidad en Lautréamont, continúa siendo exterior al ser, mientras que, en André Gide, está verdaderamente integrada al ser. Pero finalmente el aprendizaje de la gratuidad halla su primera lección en los Cantos de Maldoror. André Gide ha sido un maldororiano de primera hora. (12)

Tal vez se nos reproche haber subrayado, con un rasgo demasiado fuerte, las desviaciones producidas por la imaginación en el establecimiento de los bestiarios medievales. De hecho, hay reacción recíproca entre las imaginaciones ingenuas y las imágenes de animales. Los bestiarios se quedan en una forma pueril porque la cultura pueril está muy ligada a los bestiarios en primera instancia. Los niños de las ciudades reciben, como primeros juguetes, zoológicos. Sus primeros libros a veces son verdaderos bestiarios. Se ha preguntado si los colores del soneto de las vocales no eran reflejo del abecedario coloreado de Arthur Rimbaud. ¿Habría también marcado para siempre el inconsciente de Isidore Ducasse un abecedario animalizado?

Sea lo que sea, es muy cierto que el problema de la cultura del verbo debería ser individualizado. Se percibiría que la relación de las impresiones primarias y de las primeras palabras, de los primeros complejos y de los primeros tropos es mucho más estrecha de lo que se imagina, y en consecuencia la poesía, en su función verbal primitiva, enteramente diferente de la función semántica, se inscribe para siempre en el fondo de ciertas almas privilegiadas. Entonces la poesía se revela como sincretismo psíquico natural. Ese sincretismo es el que se reproduce en ciertas experiencias de endofasia y de escritura automática. La poesía primitiva es siempre una experiencia psicológica profunda. (13)


Notas

(12) Cf. Art. Valèry Larbaud, loc. Cit.
(13) Cf. Jean Cazaux, Surréalisme et Psychologie, passim.

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