VI. EL COMPLEJO DE LAUTRÉAMONT
III (2)
Cuando Leconte de L’Isle da mayor intensidad a sus animales, los refuerza con adjetivos, sin vivir la acción del verbo, sin comprender la voluntad específica de los actos, sin experimentar los valores analíticos de la cólera y de la crueldad. Así, el semental se vuelve carnicero, como los caballos de Diómedes, por simple incitación literaria. Leconte de L’Isle nunca ha visto la curiosa mirada de un caballo que muerde.
Sin embargo, en los Poèmes barbares, el oso ruge, mientras que en la leyenda simplemente dice que gruñe. En efecto, he aquí lo que dice una leyenda de la Edad Media: “Dios pasa, un quídam gruñe, Dios lo convierte en oso para que gruña a gusto.” La torre negra también ruge al desplomarse. De allí, en los Poèmes barbares, tantos rumores, acometidas, pelos tiesos, gritos roncos; toda una poesía de ra-re-ri-ro-ru, rugosa como silabario, más rabiosa que iracunda, desplomándose de pronto en el desmoronamiento de sustantivos y adverbios in mente:
Sa chevelure blême, en lanières épaisses,
crepitait au travers de l’ombre horriblement;
et derrière, en un rauque et long bourdonnement
se déroulaient, selon la taille et les espèces
les bêtes de la terre et du haut firmament.
(Su cabellera lívida, de lana espesa,
crepitaba a través de la sombra horriblemente;
y detrás, en un ronco y profundo zumbido
se desarrollaban, según el tamaño y las especies
los animales de la tierra y del alto firmamento.)
A veces, el verbo endurece la flexibilidad de los movimientos; contradice la verdad inmediata del impulso. El nadador Lautréamont nunca habría escrito un verso como este:
Dans l’onde oùles poissons déchirent leurs reins blancs.
(En la onda en que los peces desgarran sus blancos costados.)
puesto que el pez es ante todo una energía lateral. Nada a punta de flancos, y su cola es sólo la dichosa convergencia de sus dos flancos. Por el contrario, el hombre nada con una energía vertical, a punta de riñón: Las braceadas laterales son añadidura. Por lo que, para traducir fielmente la fenomenología animal, hacía falta sugerir un nado muy heroico para que los peces se desgarraran los flancos. Pero, ¡cómo habría resistido Leconte de L’Isle la fácil tentación de la energía sonosa y vana de una r suplementaria!
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