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CONDE DE LAUTRÉAMONT (ISIDORE DUCASSE) 55 - LOS CANTOS DE MALDOROR
CANTO SEGUNDO
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En los tiempos de mi infancia, os aparecisteis ante mí una noche de mayo, a la luz de la luna, en un prado verdeante, cerca de un límpido arroyo, las tres iguales en gracia y pudor, las tres rebosantes de una majestad de reinas. Disteis algunos pasos hacia mí, con vuestros largos vestidos flotantes como vapor, y me atrajisteis hacia vuestros altivos senos como a un hijo bendecido. Entonces acudí presuroso y mis manos se aferraron a vuestros pechos. Me nutrí, lleno de reconocimiento, de vuestro maná fecundo, y sentí que la humanidad crecía en mí y se volvía mejor. Desde ese momento, ¡oh diosas rivales!, nunca os he abandonado. Desde ese momento, ¡cuántos proyectos pujantes, cuántas inclinaciones que creí haber grabado en las páginas de mi corazón como se graba en el mármol, no han ido borrando lentamente, de mi razón desengañada, las líneas de sus contornos, tal como el alba naciente borra las sombras de la noche! Desde ese momento he visto a la muerte, con la intención evidente de poblar las tumbas, asolar los campos de batalla cebados con carne humana y hacer brotar flores matutinas sobre las fúnebres osamentas. Desde ese momento he asistido a las revoluciones de nuestro globo; los terremotos, los volcanes con su lava abrasadora, el simún del desierto y los naufragios de la tempestad, han tenido en mí un testigo imperturbable. Desde ese momento he visto a muchas generaciones humanas elevar por la mañana sus alas y sus ojos hacia el espacio, con la alegría inexperta de la crisálida que saluda su última metamorfosis, y morir al atardecer, antes de la puesta del sol con la cabeza inclinada como flores marchitas que oscilan al son quejumbroso del viento. Pero vosotras, vosotras permanecéis siempre idénticas. Ningún cambio, ningún aire pestilente roza las escarpadas peñas y los inmensos valles de nuestra identidad. Vuestras modestas pirámides durarán más que las pirámides de Egipto, hormigueros levantados para la estupidez y la esclavitud. El fin de los siglos verá todavía, de pie sobre las ruinas del tiempo, a vuestras cifras cabalísticas, vuestras ecuaciones lacónicas y vuestras líneas esculturales, sentarse a la diestra vengadora del Todopoderoso, en tanto que las estrellas se hundirán con desesperación, como trombas, en la eternidad de una noche horrible y universal, y la humanidad gesticulante pensará en ajustar sus cuentas con el juicio final.
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