CAPÍTULO 14
La selva subterránea:
La sexta fase: El reino de la Mujer Salvaje (4)
En muchas mujeres, la primera mitad de
estas fases de la sabiduría femenina, digamos hacia los cuarenta años más o
menos, va claramente desde el cuerpo real de las comprensiones infantiles
instintivas a la sabiduría corporal de la madre profunda. Pero, en la segunda
mitad de las fases, el cuerpo se convierte casi por entero en un dispositivo de
percepción interior y las mujeres adquieren una creciente sagacidad.
A medida que la mujer va transitando por
todos estos ciclos, sus capas de defensa, protección y densidad se vuelven cada
vez más finas hasta que se empieza a transparentar el alma. Podemos percibir y
ver el movimiento del alma dentro de la psique corporal de una manera asombrosa
conforme nos vamos haciendo mayores.
Por consiguiente, el siete es el número de
la iniciación. En la psicología arquetípica hay literalmente docenas de
referencias al símbolo del siete. Una referencia que me parece extremadamente
valiosa para ayudar a las mujeres a diferenciar las tareas que tienen por
delante y a establecer su situación actual en la selva subterránea corresponde
a las facultades atribuidas antiguamente a los siete sentidos. Se creía que
dichos atributos simbólicos pertenecían a todos los seres humanos y, al
parecer, constituían una iniciación en el conocimiento del alma por medio de
las metáforas y de los sistemas efectivos del cuerpo.
Por ejemplo, según las antiguas enseñanzas
de los métodos de curación nahuas, los sentidos representan aspectos del alma o
del "sagrado cuerpo interior" y se tienen que ejercitar y
desarrollar. La tarea es demasiado larga como para que se pueda describir aquí,
pero se decía que los sentidos eran siete y, por consiguiente, las áreas que se
tenían que desarrollar también eran siete: la animación, el tacto, el lenguaje,
el gusto, la vista, el oído y el olfato (33).
Se decía que cada sentido se encontraba
bajo la influencia de una energía de los cielos. Aplicando todos estos
conocimientos a la actualidad, diremos que, cuando las mujeres que trabajan en
grupo hablan de estas cosas, las pueden describir, explorar y examinar
utilizando las siguientes metáforas pertenecientes al mismo ritual, con el fin
de escudriñar los misterios de los sentidos: el fuego anima, la tierra produce
una sensación táctil, el agua otorga el habla, el aire concede el gusto, la
bruma da la vista, las flores dan el oído, el viento del sur da el olfato.
Por el pequeño vestigio del antiguo rito
de iniciación que se conserva en esta parte del cuento, especialmente la frase
en la que se habla de los "siete años", deduzco que las fases de la
vida de la mujer y otras cuestiones tales como los siete sentidos y otros
ciclos y acontecimientos a los que tradicionalmente se atribuía el número
siete, eran objeto de especial atención en la antigüedad y se incluían en la
tarea de la iniciada. Un antiguo fragmento de un relato que me intriga
enormemente procede de Cratynana, una anciana y querida cuentista suaba de
nuestra numerosa familia, quien decía que antiguamente las mujeres tenían por
costumbre irse a pasar varios años a un lugar de la montaña, de la misma manera
que los hombres se pasaban mucho tiempo ausentes, prestando servicio en lejanos
países en el ejército del rey.
Por consiguiente, en la fase del
aprendizaje de la doncella en la espesura del bosque, se produce otro milagro.
Las manos le empiezan a crecer poco a poco, primero como las de una niña. Eso
tal vez representa que al principio su comprensión de todo lo ocurrido es
imitativa, como lo es el comportamiento de un niño de pecho. Cuando las manos
le crecen como las de una niña, la doncella adquiere una comprensión concreta
pero no absoluta de todas las cosas. Cuando al final se convierten en unas
manos de mujer adulta, ya posee una comprensión más práctica y profunda de lo
no concreto, lo metafórico, el sagrado camino por el que ha estado transitando.
Cuando adquirimos un profundo conocimiento
instintivo de todas las cosas que hemos venido aprendiendo a lo largo de la
vida, recuperamos las manos de la plena feminidad. A veces resulta divertido
observarnos cuando entramos por primera vez en una fase psíquica de nuestro
proceso de individuación, imitando torpemente la conducta que desearíamos
dominar. Más adelante adquirimos nuestro propio lenguaje espiritual y nuestras
singulares formas personales.
A veces, en nuestras representaciones y
sesiones de análisis, utilizo otra versión literaria de este cuento. La joven
reina va al pozo. Mientras se inclina para sacar agua, su hijo cae al pozo. La
joven reina se pone a gritar, aparece un espíritu y le pregunta por qué no
rescata al niño.
-¡Porque no tengo manos! -contesta ella
-Pruébalo -le dice el espíritu y, cuando
la doncella introduce los brazos en el agua para tomar a su hijo. las manos se
le regeneran de inmediato y el niño se salva.
Se trata de una poderosa metáfora de la idea
de la salvación del Yo-hijo, del Yo del alma, del peligro de perderse de nuevo
en el inconciente, de olvidar quiénes somos y cuál es nuestra tarea. En este
momento de la vida es fácil rechazar incluso a las personas más encantadoras,
las ideas más atrayentes, la música más sugestiva, especialmente cuando estas
no alimentan la unión de la mujer con lo salvaje. Para muchas mujeres, el hecho
de no sentirse ya arrastradas o esclavizadas por todas las ideas o las personas
que llaman a su puerta y de ser en cambio unas mujeres rebosantes de Destino, es decir imbuidas de
una profunda conciencia de su destino, constituye una transformación
auténticamente milagrosa. Con los ojos mirando de frente, las palmas de las
manos extendidas y el oído del yo instintivo intacto, la mujer entra en la vida
derrochando poder.
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