jueves

JORGE BOCCANERA DESDE BUENOS AIRES



ESCRITURA VIBRANTE Y  HUMANISMO EN LA POESÍA DE
SAÚL IBARGOYEN

El enunciado repetido, pero siempre certero, de que la poesía es una manera de vivir, se cumple a cabalidad en la obra del escritor uruguayo Saúl Ibargoyen, donde coexisten la exploración formal con su entrega a una idea de comunidad que ha mantenido con tenacidad y coherencia, según da cuenta su reciente libro Poesía militante. Antología personal (1958 – 2014).
La compilación de Ibargoyen (Montevideo, 1930), fue publicada por la editorial de Santa Fe, Serapis, que salió al ruedo en 2005 y muestra ya un catálogo amplio y atrayente al rescatar títulos inhallables como Tumulto de José Portogalo y Escalas Melografiadas de César Vallejo, más los grandes autores santafecinos Juan L. Ortiz, Fernando Birri y Rosa Wernicke.

Más que ajustarse al rótulo un tanto esquemático de mensaje social, el título funciona como metáfora de un hacer consecuente en medio de una realidad que implica un yo plural sin dejar de lado los sueños; una poesía que explora, según el autor, “los incontables universos de cada día”.

Con una abultada producción poética que incluye los libros: Poemas de la extranjeraBicharioErótica mía y Basura y más poemas, el escritor, periodista, traductor y ensayista uruguayo publicó además seis novelas; de una de las cuales (Toda la tierra), señaló José Saramago, Premio Nobel de Literatura: “Al leer a Ibargoyen sentimos que la tierra continúa debajo de nuestros pies, políticamente incorrecta y dramáticamente humana”.

Los desgarros de la escritura así como un eros siempre a tientas sobre la página desnuda, forman parte de sus núcleos expresivos y temáticos, deslizándose hacia la indagación del tiempo, la peripecia de los viajes, la escenografía urbana sumida en una capa de detritus, el exilio, la figura del padre y la lucha por la dignidad.

Y es desde esa lucha -la búsqueda de un sí mismo que incluye a los “demás”- donde se alza la voz que reclama: “Antes que los huesos se nos vuelvan sombra”; y exige atención expresa sobre la conflictividad social que sólo se aprecia tras los ventanales sucios del eufemismo, ese lenguaje disfrazado que ha naturalizado el aniquilamiento de la población en diversas partes del planeta, llamándolos “daños colaterales”.

Poesía militante es también el diario de un perseguido, ya que al igual que Pablo Neruda -en los ’40 fugitivo del régimen mientras daba los toques finales de Canto General en la clandestinidad-, Ibargoyen publicó su libro Patria perdida cuando surgía la dictadura en Uruguay en 1973, cuando fue encarcelado y una vez liberado debió buscar asilo en la embajada de México y exiliarse.

El destierro pasa así a ser uno de los ejes de su producción: “Parece que no hubiera / un sitio en la tierra” dice el poeta convertido en ese fora / ejido nombrado por primera vez en castellano por el Cid Campeador cuando expresa apesadumbrado: “salí de mi tierra” -de hecho uno de los libros del uruguayo que cuenta con mayor número de reediciones se titula Exilios.

Uno de sus textos emblemáticos, “Patria perdida”, muestra al expulsado que, sobre la alfombra del vacío en la que trata de hacer pie, escribe: “Ya no puedo volver / ¿Cuál es mi patria?... A través de todo hice camino… Perdida está mi patria:/ Destrozados su fresca latitud/ De amplias raíces ... ¿Dónde está mi patria?/ No puedo ya volver:/ Está conmigo”.

La actualidad de este libro está descontada al denunciar la voracidad de un poder imperial que no ha variado sus modos de expoliar, reprimir y expandirse; y que el autor cuestiona aludiendo a “viejas guerras”, “sucios mercaderes” y “ancianas degollinas… matazones entre un barro / De lombrices profundas”, para abismar al lector en remates en forma de pregunta: “¿Qué sangre encontrarás que sea / solamente la tuya?”.

Esta última compilación de Ibargoyen está atravesada por el gesto de la solidaridad, la reciprocidad, lo fraterno; retroalimentación entre iguales; como lo evidencian sus versos: “Escribo así y aquí para simplemente tozudamente / Respirar en la memoria de algunos otros”; “Cae la tierra / En lentas repetidas densas gotas… Así cae la tierra / Para beber deshacer devorar enterrar/ La sangre respirada de los compañeros”.

Si muchos de sus textos martillan sobre la justicia, ya el autor señaló en el prólogo de su antología Palabra por palabra, que la poesía de América Latina: “Ha estado en relación certera, desde su nacimiento en cuanto palabra organizada, con el movimiento general de la vida y de la historia”, sin por ello haya que resignar “la especificidad de la tarea poética”.

Imágenes a un tiempo fulgurantes y tremebundas que barren los campos minados de la realidad y la metafísica, de este gran poeta de nuestra lengua que escribe: “El hedor de los dioses cubre el tiempo” y transita cubierto por “una bandera de polvo”, convocándonos, porque, escribe pese a todo, contra todo: “Tendremos que cantar”.

La editorial santafecina Serapis, dirigida por Julia Sabena, Lucas Collosa y Guadalupe Correa, tiene -al decir de ésta última- “varias colecciones, como la serie ‘Contemporánea’ que agrupa a autores nóveles (el poeta y artista Pablo Serr), narradores de otras latitudes (la alemana Nina Jäckle) y escritores de indiscutido renombre como Wallace Stevens”.

Concluye Correa: “Entre los libros próximos a publicarse figuran La nube vulnerada, del poeta Héctor A. Piccoli y Parque industrial de Patrícia Galvão, considerada la primera novela proletaria del Brasil y financiada en su primera edición de 1933 por el poeta y ensayista Oswald de Andrade, principal animador de la vanguardia de su país”.

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