V LAUTRÉAMONT: POETA DE LOS MÚSCULOS Y DEL GRITO
IV (1)
Así, el más pequeño de los músculos que abre una fosa nasal o endurece una mirada incita a una vida y una poesía especiales. En sus Études philosophiques sur l’expresiion littéraire, Claude Estève ha dado un justo lugar a esa especie de sintaxis muscular (p. 207). “No hay sensación que no provoque una alerta de toda la musculatura. A su invitación, todos los medios de acción y de reacción se estremecen juntos.” En Lautréamont, el mundo no tiene necesidad de invitarnos al acto. Con la poesía en el puño, Maldoror aborda la realidad, la amasa y la moldea, la transforma, la animaliza. ¡Si tan sólo la materia fuera carne para martirizar! “El furor de flacos metacarpios” (p. 260) impone su forma al mundo brutalizado.
Por otra parte, uno se engañaría si imaginara la violencia ducassiana como una violencia desordenada que se embriaga con sus excesos. Lautréamont no es un simple precursor del “paroxismo”. Incluso en sus tormentas energéticas, el sentido muscular preserva en él la libertad de decisión. Como lo ha mostrado Henri Wallon, el niño turbulento posee verdaderos centros de turbulencia. Lautréamont, poeta turbulento, no acepta las violencias turbias. No acepta las reacciones difusas, las acciones confusas. Dibuja sus actos. Sabe administrar su agresión. Sin duda ha debido sufrir -¡como tantos otros!- por la inmovilidad escolar. Ha soportado la posición del adolescente sentado, del escolar reducido al alegre articular del codo y la rodilla. Abrirse paso con los codos, ¡qué imagen de humanidad solapada!
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